Presentamos la poesía de María Magdalena (Buenos Aires, 1984). Es escritora y poeta. Estudia Psicología. Su primer libro, Spleen, fue editado en diciembre de 2013 por editorial Letra Viva. En 2015 publicó la plaquette La pequeña muerte. Recientemente ha publicado el poemario Los nombres del padre, por la editorial Buenos Aires Poetry. Fue seleccionada para integrar la antología de poesía 2015 de APOA La Juntada (Asociación de Poetas Argentinos). Junto a Flor Codagnone forma el proyecto poético Trémulas, que pone a dialogar a mujeres poetas alrededor de la escritura y la feminidad. Realiza trabajos de edición y corrección para la editorial Letra Viva.
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Estamos caminando en círculos, María.
Es domingo y despierto
arrasada, nada queda
de la ciudad desértica
donde me invocabas.
Conjuro los nombres,
el lugar donde me dejo
caer cuando no tengo de dónde
sostenerme.
Cómo desaparecer completamente.
Cortamos el último hilo
que nos unía como un mapa
extraviado, dos puntos invisibles
llamándose al encuentro.
Se dicen las palabras del amor y nunca
las del final.
El final es siempre
silencioso.
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Una lengua me repulsa,
la mía o la tuya o ambas cuando se tocan.
Recibo tus restos con devoción,
esperando que me salve.
¿Podrás fingir?
Que puedo concebir mi nombre,
un nacimiento o algún dios,
que puedo bautizar los placeres
inventados para morir menos.
Pero digo no, y quiero ser
sólo esa voz que dice no.
Cuánto entregaría
por unas manos que sepan tocar.
Me voy desvestida, nunca desnuda.
Murió mi padre y yo acabé. Con el goce infantil y la búsqueda de su
contrario. Le di la bienvenida a la reconciliación y comencé a morir como una mujer.
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Hay una palabra al borde
de ser pronunciada, un hombre
que se sabe incompleto y calla,
una angustia que estremece
como una caricia,
un éxtasis que no da miedo,
esta entrega, religiosa.
Hay fuegos artificiales,
la algarabía del tango,
una alegría obscena,
y una mujer ausente.
Soy yo, en silencio y hablando
con una palabra
muda.
¿Qué es un padre? Un desayuno, la radio de fondo, la mueca en el rostro, un libro necesario a tiempo. El rasgo definitivo.
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Un duelo perpetuo de
mujeres sin nombre,
lloran niños no nacidos,
con el agua roja,
y el sexo mutilado,
la palabra callada,
la carne de fuego,
la memoria robada,
y el espanto mudo
de llorar sin voz.
Somos un canto inconcluso.
Hubiese deseado un “ha muerto tu padre” con gestos discretos y ánimo mortuorio. El anuncio de mi orfandad. Sin embargo, fue un “se murió” tembloroso mientras me sacudía en la penumbra, en el intento de hacerme despertar. El anuncio de mi vigilia.
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Dieciocho años
de vos.
El retorno de
una caricia,
y saber que no hay
más allá del padre.
Dieciocho años
sin vos.
Me ocupé de matarte
en la ausencia del llamado
que significaba
morir en tu nombre.
Morir de tu muerte.
Y yo morí de un orgasmo
celebrando haberte
perdido. Quise vivir.
Dieciocho años
sabiendo que no hay
María que alcance
ni Madre que pueda
sobrevivir a la tragedia
de tu imposibilidad.
No hubo perdón
y de todos los cuerpos
posibles fue el mío
virgen, una vez más.
Y son tantas las vidas
que vivimos, y tantas
las muertes que celebramos,
que ahora podemos descansar.
Dieciocho años
y nunca más.
Fuiste tan romántico que quisiste morir bebiendo un perfume barato como si fuese un elixir. Aprendí de vos.