Desierto Rumor de Andrea Cote

Presentamos un texto crítico sobre Desierto Rumor, libro de la poeta colombiana Andrea Cote, recientemente publicado en Ecuador por El Ángel Editor. La reseña corre a carga de Juan Suárez y viene seguida por una breve selección de poemas del libro.

 

 

 

 

 

 

 

Desierto Rumor: las semillas de lo calcinado

 

Por Juan Suárez

 

 

“Si supieras/ que el río no es de agua/ y no trae barcos/ ni maderos,/ solo pequeñas algas/ crecidas en el pecho/ de hombres dormidos…”

Cuando conocí a Andrea, aún no había leído su libro; aquel mundo del que apenas he logrado despertar hace unos días (no sin esfuerzo), me era desconocido todavía. Los primeros poemas de Desierto Rumor que llegaron a mi consciencia lo hicieron mediante la propia voz de la poeta: se grabó en mi mente su ritmo latinoamericano, colombiano, frágil y adusto al mismo tiempo… “…tú no sabes/ pero yo alguna vez lo he visto:/ hace parte de las cosas/ que cuando se están yendo/ parece que se quedan.” Cuando tuve finalmente el libro en mis manos, lo abrí y rastree dentro en busca de aquellos versos. Los repetí, una y otra vez, una y otra vez, solo para confirmar lo que sospeché la vez primera: un rumor puede tener más sonido que un grito.

 

El ser humano está hecho no solo del presente, del día a día, sino también (y me atrevo a decir que primordialmente) de la insistente memoria de todo aquello que se ha perdido. Entre encuentros y desencuentros, entre pérdidas y añoranzas, el ser humano construye su universo. Parece ser que la existencia nos ha enseñado a contemplar nuestras propias ruinas desde la cómoda inacción de la nostalgia. (Por esto nuestra extraña fascinación por el turismo, por ese asunto de las siete maravillas, por la contemplación en busca de una pertenencia, de un lugar para quedarnos). Andrea Cote no cree en la pasiva observación, por esta razón nos brinda un libro que pretende una búsqueda, una recuperación, un canto, en último caso, que nos acerque, más allá de la simple invocación o del simple recuerdo, a lo perdido.

Por el esqueleto de Desierto Rumor transita la cal, lo árido. El puerto es el espacio, la imagen, a la que la voz poética está constantemente volviendo: el lugar que más de una vez nos invade como un rincón de soledad prolongada, de antigua despedida, de único y posible retorno. La infancia, la casa paterna, los primeros inviernos, la vida misma, son como la tierra por la que ha pasado el tiempo y la sequía: erosionada, enterrada, consumida; y permanece, inmóvil, bajo las maderas de un puerto también desecho. Desde ahí, desde esa atmósfera constituida por la pérdida, el poemario inicia su búsqueda.

 

En Desierto Rumor nos encontramos ante una voz poética que parece no encontrar tregua para el hastío. Una voz que se encuentra en constante movimiento, en exploración, en diálogo consigo misma y con otras voces que siempre parecen salidas del recuerdo. La constante búsqueda de repoblar lo árido sumerge a la voz en una prisa que no permite el descanso. No es una palabra, sin embargo, que añora la muerte como promesa de paz; de hecho, parece temerla, dudar de ella: “…temo no dormir tampoco en ese sueño eterno/ y que hasta allí nos siga la desesperación de los relojes”. Es una voz que busca restaurar lo perdido, y sabe que aquello solo es posible en la poesía (como Jarroz, sabe que solo la palabra puede sobrepasar aquellos límites que separan lo perdido de lo presente). La poesía en Desierto Rumor es una forma de reinventar la ausencia.

 

La poética de Andrea Cote está constantemente recurriendo al diálogo, a la conversación. En Desierto Rumor, cada poema es un llamado y una invitación. “También acuérdate, María,/ de las cuatro de la tarde/ en nuestro puerto calcinado…” La voz pide, con insistencia, recordar. María, a quien la voz se dirige en más de un poema, podemos ser nosotros, los lectores. Cuando nos adentramos en Desierto Rumor nos convertimos en ese cómplice al que la voz poética llama con vehemencia, ese compañero que, poco a poco, con cada lectura, va descubriendo el mundo calcinado y, por esta razón, entiende lo necesario que resulta reinventar lo perdido, sembrar lo árido, encontrar lo ausente. Al leer Desierto Rumor, nos vemos obligados a emprender también nosotros la búsqueda. He ahí el valor de este libro: la poesía se traslada hacia nosotros y nos encontramos de pronto mirando “la ruina/ y en ella/ todas las cosas / de una sola vez”.  Andrea Cote sabe que la poesía es una experiencia que se transmite de mano en mano, que se siente de piel en piel; comprende que las cosas sencillas, diarias, como percibir el olor de la casa o pintarse el campo en los ojos, valen más que una vana idea lanzada a su suerte. La voz poética comparte la experiencia como se comparte un pedazo de pan o un vaso de vino: nos la entrega, nos la coloca en los labios, nos la deja, trémula, en la mano.

 

Por esto, Desierto Rumor es un libro más que necesario, es ese mundo del que, como ya he dicho antes, es difícil escapar. La sorpresiva belleza está en que, precisamente, no queremos salir de él. Este libro nos permite acercarnos a la tierra, al “lecho en que la vida está enterrada”, y nos extiende una mano, una promesa de compañía para que podamos empezar a cavar, a buscar, a desenterrar. Desierto Rumor nos confirma aquello tan temible y enternecedor: que debajo de la cal, quedan siempre semillas; y que siempre hay algo que existe por “la fuerza de la luz que lo rechaza”.

Ahora conozco de otra forma a Andrea. Lamento no haberme adentrado en su puerto anteriormente. Después de leer su antología, no queda más que estirar una mano en señal de gratitud por habernos dado este lugar, este único lugar, este “rincón para quedarnos”.

 

 

 

Poemas

Llanto

 

 

 

María,

hablo de las montañas en que la vida crece lenta

aquellas que no existen en mi puerto de luz,

donde todo es desierto y ceniza

y es tu sonrisa gesto deslucido.

Allí es enero el mes de los muertos insepultos

y la tierra es el primer cadáver.

 

María,

¿no recuerdas?,

¿no ves nada?

Allí nuestras voces están desecas

como nuestra piel

y se nos queman los talones

por no querer saber

de las casas incendiadas.

Hablo, María,

de esta tierra que es la sed que vivo

y el lecho en que la vida está enterrada.

 

 

Piensa, niña,

en que esto no es vivir

y la vida es cualquier otra cosa que existe

húmeda en los puertos donde el agua sí florece,

y no es hoguera cada piedra.

 

Acuérdate, María,

que somos

pasto de perros y de aves,

hombres calcinados,

cortezas vacías

de lo que éramos antes.

 

¿De qué estás hecha?, niña mía,

¿por qué crees que puedes coserle la grieta al paisaje

con el hilo de tu voz,

cuando esta tierra es una herida que sangra

en ti y en mí

y en todas las cosas

hechas de ceniza?

En nuestra tierra,

los cuervos lo miran a uno con tus ojos

y las flores se marchitan

por odio hacia nosotros

y la tierra abre agujeros

para obligarnos a morir.

 

 

 

La merienda

 

También acuérdate, María,

de las cuatro de la tarde

en nuestro puerto calcinado.

Nuestro puerto

que era más bien una hoguera encallada

o un yermo

o un relámpago.

Acuérdate del suelo encendido,

de nosotras rascando el lomo de la tierra

como para desenterrar el verde prado.

El solar en donde repartían la merienda,

nuestro plato rebosante de cebollas

que para nosotras salaba mi madre,

que para nosotras pescaba mi padre.

 

Pero a pesar de todo,

-tú lo sabes-

habríamos querido convidar a Dios

para que presidiera nuestra mesa,

a Dios pero sin verbo,

sin prodigio,

y sólo para que tú supieras,

María,

que Dios está en todas partes

y también en tu plato de cebollas

aunque te haga llorar.

 

Pero sobre todo

acuérdate de mí y de la herida,

de antes de que pastaran de mis manos

en el trigal de las cebollas

para hacer de nuestro pan

el hambre de todos nuestros días

y para que ahora,

que tú ya no te acuerdas

y que la mala semilla alimenta el trigal de lo desaparecido

yo te descubra, María,

que no es tu culpa

ni es culpa de tu olvido,

que es éste el tiempo

y éste su quehacer.

 

Temo

 

Temo que el infierno sea tan largo como el silencio de Dios,

que su tiempo este habitado por el frío de los templos.

Temo que el silencio sea silencio afuera de la muerte,

que luego del tiempo aún conservemos la memoria.

Temo no dormir tampoco en ese sueño eterno

y que hasta allí nos siga la desesperación de los relojes.

 

 

 

Lección única sobre cosas viejas

Ya dije:

no sé quién inventa el olor de la casa,

no sé.

Más aún si lo que te gusta es

la vista ruinosa de los tejados

y la pared deslucida,

el muro demolido

y su puerta

que ya no tiene afuera.

Más aún,

si ya no recuerdas

que no es el olor,

sino la bondad de las cosas

al exhibir su derrota.

 

 

Todo en ruinas

 

Mirar la ruina

y en ella

todas las cosas

de una sola vez.

Ver las esquinas,

los remiendos

las cosas rotas

y aferradas

o los vestidos arados del amor.

El polvo

que es el tiempo que tocó los cuerpos

levemente

y los desmoronó.

Hay siempre en todo

una cosa entera

y ferozmente cierta,

como cierta es la ruina,

y es voraz

y es bella.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

 

Andrea Cote-Botero es autora de los libros de poemas: La ruina que nombro (2015), Puerto CalcinadoCosas Frágiles y Chinatown a toda hora (Libro Objeto). Ha publicado además los libros en prosa: Una fotógrafa al desnudo: biografía de Tina Modotti y Blanca Varela o la escritura de la soledad. Realizó estudios de literatura en la Universidad de los Andes en Bogotá y culminó su doctorado en literatura hispanoamericana en la Universidad de Pennsylvania. Ha obtenido los reconocimientos: Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia en el año 2003, Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga (2005) y el Premio Cittá de Castrovillari Prize (2010) a Porto in Cenere, version italiana de Puerto Calcinado. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, catalán, italiano, portugués, macedonio, árabe, polaco y griego. Su primer poemario Puerto Calcinado, fue traducido al francés en la prestigiosa editorial quebequense Ecrist de Forges. Actualmente es profesora de la maestría en escritura creativa de la Universidad de Texas en El Paso.

Juan Suárez Proaño (Quito, 1993). Comenzó a escribir a temprana edad. A los diecisiete años terminó su primer libro A mi mundo, publicado dos años más tarde (Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Imbabura, 2012). Su segundo poemario Lluvia sobre los columpios fue publicado en 2014. En 2015 publicó poemas y cuentos en una obra conjunta con su abuelo titulada Ternuras al caer la tarde. Varios de sus relatos cortos han sido utilizados como material didáctico en escuelas y colegios de Imbabura y ha sido publicado en revistas y antologías poéticas del Ecuador. Participó en el encuentro internacional de poesía “Poesía en Paralelo Cero”. Actualmente es estudiante de Comunicación y Literatura en la Universidad Católica del Ecuador.

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