Poesía Mexicana: Gaspar Orozco

Presentamos cinco poemas del autor mexicano Gaspar Orozco (Ciudad Juárez, 1971). Ha publicado los  libros de poesía “Abrir Fuego”, el volumen colectivo “El Silencio de lo que Cae”,  “Notas del País de Z” (edición bilingüe con traducciones de Mark Weiss), “Astrodiario”, “Plegarias para la Reina Mosca”, ‘Autocinema”, “Game of Mirrors” (proyecto digital con el artista de Brooklyn, Jairus, traducido al ingles y al chino).  En 2010 co-dirigió el documental “Subterráneos”, realizado en Nueva York. Actualmente es director asociado del Instituto Jaime Lucero de Estudios Mexicanos de la City University of New York.

 

 

 

 

 

 

5 POEMAS DE “EL LIBRO DE LOS ESPEJISMOS”

 

Encontré el árbol, pero el árbol no ardió. Su llamarada no se veía a lo lejos. Su fuego no iluminaba la noche. No me guiaba más que a la sombra. En ese momento me di cuenta que el que se consumía era yo. De mis ojos nacía un resplandor que se vertía en el resto del cuerpo. Vi mis manos: ardían sin peso envueltas en llamas, como mojadas por un delgadísimo alcohol. Te llamé, pronuncié como pronuncié alguna vez tu nombre en una noche que aún no se ha acabado: mis palabras se elevaban y se perdían en el cielo nocturno como globos que devoraba el mismo fuego que los hacía ascender.

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Existe un retrato anamórfico de Carlos I de Inglaterra, realizado por una mano anónima en 1660. Si se levanta el cilindro reflejante que concentra y compone  en su medida exacta el melancólico rostro del rey, queda una mancha distorsionada, la imagen en estado líquido. Pero hay algo más. En el centro de la pintura aparece un cráneo desnudo: un frío recordatorio de que, al final de la guerra civil, el monarca fue decapitado en el helado mediodía del 30 de enero de 1649, por dictamen de un parlamento manipulado por Oliver Cromwell. Cromwell, como dictador, murió en 1658. El día de su funeral, majestuoso, pero vacío, tan sólo los perros le lloraron, según el reporte de un testigo. Y sírvanos aún la memoria para recordar que el 30 de enero de 1661, justo 12 años después de la ejecución del rey, el cadáver de Cromwell fue exhumado, colgado y decapitado públicamente. Su cabeza se expuso en lo alto de un poste en Westminster Hall hasta 1685. Después siguió un largo camino en el que, convertida ya en un bulto de cuero negruzco, la cabeza llegó a ser exhibida como atracción de feria en 1779 a cualquiera que pagara el precio de 2 chelines y seis peniques.

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El que come hikurí come un espejo, una raíz de reflejo potentísimo, cuya nitidez llega a ser insoportable. Cada partícula del mundo está ahí proyectada: se estremece como el agua o el fuego, emite una radiación que corresponde a su lugar exacto en el alma. Y tú te estremeces también dentro ese temblor. Y tu cabeza y tus ojos y tu pecho y tus manos despiden lumbre que se enreda con los hilos de la tierra. Es mediodía pero en tus ojos es medianoche. Las piedras cantan con el aire. Alcanzas a ver desde lo alto de este cerro tu casa de la infancia. Y tú jugando alrededor con tu sombra. Comienza a caer una lluvia muy delgada. Cuando abras los ojos estarás lleno de cristales. Y el mundo será blanco.

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El relámpago en su huida abandona la ciudad que erigió en la tierra. Está deshabitada, pero eso sólo lo sabrás al recorrerla. Su frágil y dulce arquitectura es, sin embargo, engañosamente peligrosa. Es fácil quedarse atrapado entre sus muros, observando los infinitos cambios de sus arcos y columnas. Sobre todo, evitar el agua nocturna que se recoge en los estanques, las fuentes y los nichos: que la imagen del visitante nunca llegue a tocar su oscuro espejo.

Y sin embargo. el caminante deberá encontrar la luz que, tras toda desaparición, permanence.

 

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Claude de Lorraine garrapatea en el reverso de un grabado que muestra, tal vez, a Itaca:

La luz es de quien la sueña. Toda aguja apunta a Arcadia. Los dioses, los héroes, los ángeles todos son pequeños, muy pequeños frente a la distancia.

El único dios verdadero es el horizonte.   

 

 

 

 

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