Presentamos, en versión del poeta y traductor nicaragüense Alain Pallais, textos de Lauren Camp. Es autora de tres poemarios: This Business of Wisdom (West End Press, 2010), The Dailiness (Edwin E. Smith, 2013) y el más reciente One Hundred Hungers (Tupelo Press, 2016), con el que obtuv el Dorset Prize 2014. En su lista de premios también figuran: Margaret Randall Poetry Prize, RL International Poetry Award, Anna Davidson Rosenberg Award y una beca otorgada por el Black Earth Institute. Sus poemas han sido publicados en numerosas revistas, entre ellas: Nueva Inglaterra Review, Poetry International, Slice, The Seattle Review, World Literature Today y en el diario Beloit Poetry. Camp es productora de radio y anfitriona de “Audio Saucepan”, programa mundial de música entretejido con poesía contemporánea en Santa Fe Public Radio, New Mexico.
La chica en el autobús
Mientras sus viejos abordaban la longitud completa
de una discusión, ella entró en la estación de la 2da
y Main; ya en la taquilla, se propuso
el inquieto destino de la Esperanza
pues asumía
su posible existencia. La chica creció astuta,
al salir de la escuela manejaba por horas su enclenque bicicleta,
escalaba cercas enredándose con la libertad.
nunca delató el negocio turbio
establecido en los callejones, poco le importaba
el oscuro vapor que a diario se eleva
desde la planicie del alquitrán,
ya está cansada del arrugado humor de sus padres;
esa es la razón de este viaje
a través de un retrato en sepia del mañana
en este autobús tambaleante.
Es casi mediodía,
y la Esperanza es ese centro llano del campo.
El asiento de poliéster se adhiere a sus pantalones cortos,
luego ¡pop! se despega al inclinarse hacia adelante.
Sus ojos son remache y mango
en una infancia porosa:
esa que no suele importarle a nadie.
Este autobús amarillo restauró su futuro,
pues ahora supone
que va hacia alguna parte. Delinea
la ruta del viaje en su pierna, luego pellizca su piel
añadiendo una montaña, para pasar por encima de algo
que no sea su corazón. En el autobús,
apenas logra sentirse boyante.
Girl on a Bus
While her folks covered the full distance
of an argument, she entered the station at 2nd
and Main; at the counter, she scheduled
the nervous destination of Hope
because she believed
it might exist. The girl was raised sharp,
spent after-school hours on a rickety bicycle
and climbed fences to tangle with freedom.
She never ratted on the bargain business
conducted in alleys, never minded
the dark steam of each day lifting
from the flat table of tar,
but she’s tired of her parents’ wrinkled moods;
that’s why she’s traveling
through a sepia rendering of tomorrow
on a bus faltering along.
Almost noon,
and Hope is the flat middle of the country.
The polyester seat gums into her shorts,
then pops when she leans forward.
The girl’s eyes are rivet and handle
on a porous childhood:
the kind that don’t often matter.
This yellow bus rearranged her future,
and now she thinks
she’s getting somewhere. She traces
the journey on her leg, then pinches her skin
to put in a mountain, to climb over something
other than her heart. In the bus,
she almost feels buoyant.
Mi primer año
En 1967, mi madre ya era mi madre
en el vil metal cocido de Manhattan
bajo el lujoso vestuario femenino del Macy’s en Herald Square
donde trabaja y compra su ropa.
Para 1967, mi madre ya ha dejado de fumar;
EEUU detona las Operaciones Latchkey y Crosstie
con nombres de pruebas Bourbon, Persimmon,
Fizz, Cerise y Polka
(descripción adecuada para los vibrante trajes de mi madre),
mi arrugado cuerpecillo se estira.
Mi padre lava mi tibia y rosada carne en una tina plástica.
John y Paul cantan Penny Lane.
Deambulamos hasta el parque de la 4ta. y Waverly,
mi madre viste acampanados color coral y blusa amarilla.
Al volver a casa bebe un poco de vino rosa,
satisfecha. En 1967, NBC discute la guerra de Vietnam,
un frenesí de disturbios raciales. Mis padres, muy ocupados para importarles.
Eso que desoyen asciende hacia la lejanía.
Mi padre ve el primer Súper Tazón como todo hombre casado.
Peggy Fleming, vestida de rosa, patina en una pista de hielo profesional,
Los ojos de mi madre entran en trance.
Mi madre compra un chaquetón encantador para su armazón de 5’10”.
El sexo rezuma por las calles y callejones.
Neil Armstrong ensaya su aterrizaje en la luna.
En 1967, todo el mundo consume ácido, mi padre va al trabajo.
Desde el sofá, mis padres ven a Milton Berle.
Mi madre aterriza en la ciudad del humor
y se queda allí sonriendo mientras el programa va terminando.
En 1967, mi madre arrastra mi cuna hasta el televisor.
Fred Rogers nos guía a por toda la vecindad
y mi madre aprieta los dientes. Fred nos enseña fantasía
mientras mi madre arregla su ropa bonita.
Lo que está sucediendo no está sucediendo en mi casa.
My First Year
In1967, my mother is already my mother
in the seedy boiled metal of Manhattan
below the women’s fancy clothing at Macy’s Herald Square
where she Works and buys her clothes.
In 1967, my mother has stopped her cigarettes;
the U.S. blasts through Operations Latchkey and Crosstie
with tests name Bourbon, Persimmon,
Fizz, Cerise and Polka
(apt description of my mother’s vibrant outfits),
and my little wrinkle body stretch out.
My father bathes my hot pink flesh in plastic tub.
John and Paul sing Penny Lane.
We wander to the park at 4th and Waverly,
my mother in coral bell-bottoms and a yellow blouse.
Returning home she sips rosé,
satisfied. In 1967, NBC argues the Vietnam War,
a frenzy of race riots. My parents, too busy to listen.
What they don’t hear keeps climbing away.
My father watches the first Super Bowl as a married man.
Peggy Flemming skates in a formal ice rink dressed in pink,
my mother’s eyes entranced.
My mother buys a charming pea coat for her 5’10” frame.
Sex oozes onto streets and down alleys.
Neil Armstrong practices landing on the moon.
In 1967, everyone drops acid while my father goes to work.
From the couch, my parents watch Milton Berle.
My mother lands in the city of humor
and stays there smiling as the show keeps ending.
In 1967, my mother drags my cradle to the TV set.
Fred Rogers walks us through the neighborhood
and my mother grits her teeth. Fred teaches make believe
while my mother organizes her pretty clothing.
What is happening isn’t happening in my house.
Para el padre de las cinco niñas asesinadas en su cama
¿Qué edad tenían, tus niñas?
Cada una en su mundo, creciendo en sus propios campos y océanos,
el zigzag de sus cabellos castaños
sobre la almohada, sus dedos entrelazados
mientras dormían
juntas, en la misma cama, llevando sueños
hacia la oscuridad, esos serenos capullos blancos que atesoraban.
Oh, tus ojos heridos, tu alarido;
vivirás en el hueco de aquella habitación
con el pelaje de sus fotos, tu corazón
en vuelo, desde ya luchando contra
la forma líquida de la codicia,
una chispa de locura, nudo apretado a tu futuro.
Desprendimiento de la memoria y la razón.
Es obvio que no volverás a cantar
pero no emerjas de ese objeto del dolor
insultando y rechazando, por encima del gueto,
a las familias que te marcaron.
Otros pueden leer tu atrancado rostro
en esos días pesados, en cada sol
reluciente, en cada silencio.
Las hojas se aferran a los árboles en primavera.
Aquella noche llegó en tonos canela
y tamarindo; tus niñas…estaban dormidas.
La inconfundible imagen de sus pequeños cuerpos,
déjala que se bolle en el tuyo, que tus dedos
impriman cada uno de sus cabellos en tu pecho.
Ellas dormían, y tú debes despertar
bajo los largos ángulos de un cielo sangri-radiante.
Sin luminarias, solo la aterradora luz de esta pérdida.
Dime todo lo que sabes
sobre tus niñas. Dímelo todo,
y luego cuéntamelo otra vez.
Descríbeme la angustia que lleva tu esposa
cómo fueron coronadas, sus primeros llantos.
Su inocencia responderá.
Se fueron sin previo aviso, sin
el pinchazo de una partida.
Deja que se conviertan en mapas y lágrimas
en el fracturado puente de tu memoria,
¡oh, pero su piel, el dulce olor de la flor de su piel!
Menciónalo, en tu cuento de amor.
Los ataques aéreos israelíes han golpeado la Franja de Gaza por tercer día consecutivo, alcanzando sitios claves ligados al grupo militar Hamas.
– BBC News 29 de diciembre de 2008
Una bomba israelí impactó la mezquita del campo de concentración Imad Aqil
cerca de la medianoche … La fuerza de la explosión fue tan devastadora que también derribó la casa de la familia Balousha, dejándola en ruinas. Las siete niñas mayores que dormían juntas en los colchones de su dormitorio se llevaron la peor parte de dicha explosión.
– Guardian News 29 de diciembre de 2008
To The Father Whose Five Girls Were Killed In Their Bed
How old were they, your girls?
Each one a world, growing into its fields and oceans,
the zigzag of their brown hair
on the pillow, and fingers twisted
between them as they slept
together, in the same bed, passing dreams
into dark, the calm white buds of them.
Oh, your wounded eyes, your screaming;
you will live in the hollow of their room
with the fur of their photos, your heart
in flight, already fighting
the liquid shape of greed,
a spark of madness tight-knotted to your future.
Let go of memory and reason.
It is true you will not sing again
but do not rise from this thing of pain
hurling defeat beyond long ghetto lines
into the families who scarred you.
Others can read your closed face
on every fat day, every too-
bright sun and every silence.
Leaves still cleave to the trees in spring.
That night came on in shades of cinnamon
and tamarind; they were asleep, your girls.
The familiar shape of their small bodies,
let that shape emboss your body, your fingers,
imprint each hair on your breast.
They were asleep, and now you must awaken
into the long angles of the blood-glint sky.
No electricity but the frightening light of loss.
Tell me everything you know
about your girls. Tell me everything,
and then tell me again.
Tell me the burden of your wife’s bearing
of them, how each head crowned, their first cries.
Their innocence will answer.
They left without warning, without
the pinprick of leaving.
Let them become maps and tears
on the broken bridge of your memory,
but oh, their skin, the flower-sweet scent of their skin!
Remember that, in your short history of love.
Israeli air raids have pounded the Gaza Strip for a third day, hitting key sites linked to militant group Hamas.
BBC News, December 29, 2008
An Israeli bomb struck the refugee camp’s Imad Aqil mosque around midnight…The force of the blast was so massive it also brought down the Balousha family’s house, which yesterday lay in ruins. The seven eldest girls were asleep together on mattresses in one bedroom and they bore the brunt of the explosion.
Guardian News, December 29, 2008
Tren de pensamientos
Anoche, durante la lenta narración de un ruido viajero,
estudié a una mujer en el vagón del metro. Su
historia indeleble, sobrevivía teñida en la piel de su cuello
y su brazo, desapareciendo en la clavícula. Cada palabra relumbraba.
Deduje lo que pude mientras la puerta se deslizaba en el aire,
luego se cerró como dobladillo. La mujer encorvada,
de pesadas pestañas por el delineador, se desenrolló
sobre la curva del asiento plástico. Letras de carbón
se prendieron en su carne, la quemadura mal hecha con aceite óseo
y naftol: esas ideas desordenadas le importarían tanto
para adherírselas con una aguja. El paisaje se movía con toda
esa evidencia cuando el tren golpeaba repetidamente las vías,
ajustando su leyenda de tal forma que todo lo reflejado
a través de la ventana se convertía en campo y paisaje,
en una piel legible sobre la tierra, en una vacilante
parábola de hierba con el ocaso sobre su hombro.
Train of Thoughts
Last night in the slow narrative of commuting
noise, I read a woman on a subway car. Her
indelible story, pulled through skin to ink her neck
and arm, vanished at her clavicle. Every word glinted.
I gleaned what I could as the door slid into air,
then closed like a hem. The slouched woman
with her heavy slashes of eyeliner further unrolled
to the plastic curve of the seat. Carbon black letters
turned on her flesh, the half-said singe of bone oil
and naphthol: those disordered thoughts she’d cared
to needle in. The landscape moved around with all
that evidence as the train repeatedly struck tracks,
revising her inscription so everything reflected
through the window became terrain and view,
a readable skin on the land, and a shifting
parable of grass and sunset on her shoulder.
(First published in Little Patuxent Review)
No importa la hora
En una mañana después del trueno,
después de la luna media marchita,
media pura, las personas
que habían sentido un pequeño temor por la tierra
escucharon la melodía de una luz
engranándose con el viento. Las liebres saltaban
esparciéndose en el solitario asunto de devorar
cada línea de todo lo verde. Las personas se aferraban
a sus camas mientras el día suavemente emergía
hacia la claridad. Él eliminó los nudos
de aquella femenil espalda, frotando sus palmas
sobre la cadena de su espina dorsal.
Hizo una lista de baratijas
necesarias para la semana. Con sus manos recorrió
el esternón de ella; ella le rozó las rodillas.
Después de evocar las montañas
devoradas por las llamas,
exhalaron al mismo tiempo.
La geometría de la tierra tomó nuevas formas.
La gente dedicó protestando
su historieta nocturna y sombría
al problema del humo y al desastre.
Se volvieron más cercanos entre sí
— Uno delante, el otro justamente detrás.
En este punto, retomaron pausas lentas,
luego bostezaron. El sol se escurrió
por las esquinas de las ventanas.
En el granero, ocho pollos anidaron
en la cama iris rellenándola mientras cloqueaban.
Después de algún tiempo,
el pueblo salió descalzo a alzarse
en el crudo final de una mañana. No más
insondables horas. Hubo trastornos
y cerdas de preocupación. Basta ya de sesiones
con el reposo en esta imperceptible morada de oro,
en esta crianza color de rosa, en esta paz.
No Matter the Time
On a morning following thunder,
after a moon half ravaged
half pure, the people
who had become a little afraid of the earth
heard the melody of light
mesh into wind. Jackrabbits scattered
and leapt in the solitary business of eating
each line of green. The people propped up
in their bed as the day eased slowly
to light. The man rubbed out
the knots in her back, running his palms
over the chain of her spine.
He listed each practical
knick-knack of week. His hands swept
her sternum; she touched his knees.
When they remembered the mountains
being devoured by flame,
they clumped exhalations together.
The geometry of land was re-forming.
The people reluctantly offered
their night pulp and shadow
to the flaw of smoke and disaster.
They hooked deeper into each other
— one in front, one neatly behind.
Here, they reworked slow pauses,
and yawned. Sun snuck
between corners of windows.
By the barn, eight chickens nestled
and fluffed in the iris bed clucking.
After some time, the people lifted
up and out in bare feet
to the raw end of morning. No more
fathomless hours. There would be disorders
and bristles of worry. No more just sitting
with sleep in this indistinct golden house
in this rosy brooding, this peace.
Sentada
Me senté en la esquina.
Junto a la cama.
Me senté en la violenta contusión de un fin de semana
con el exclusivo secreto de su muerte.
Luego me senté en el árido fastidio de la siguiente semana.
Me puse la camisa del dolor color salmón.
Llevaba una falda arrugada.
Me senté por todo el tiempo que pude.
A su dormitorio, llegaron las enfermeras del Hospicio.
Partieron.
En todas partes la tentación
de respirar. De abrir la puerta.
¿De qué otra manera se recibe el futuro?
Me senté en la esquina del trozo más antiguo de la noche.
Me senté aunque la mañana ofreciera voluntariamente su certeza.
Me senté en el borde de la cama y acaricié su espalda.
Invertí los días y me senté en la cama.
En la cama, descubrí que los días no existían.
Dibujé mi vida sobre el edredón.
Sentada, sostenía una palma de pequeñas píldoras
mientras ella se arrojaba hacia la alucinación.
Sentada con un libro. No sabía qué decir.
Me senté hasta que el secreto se durmió,
hasta que la morfina la ahogó.
Le envidio todo eso que nunca reveló.
No indagué sus pensamientos. Me senté y esperé.
I Sat
I sat in the corner.
By the bed.
I sat in a steep bruise of weekend
with the particular secret of her dying.
And I sat in the dry weight of the next week.
I wore my salmon shirt of pain.
I wore a wrinkle skirt.
I sat for as long as I could.
In her bedroom, Hospice nurses came.
Went.
Everywhere the temptation
to breath. To open the door.
How else to meet the future?
I sat in the corner by the oldest part of night.
I sat as morning volunteered its evidence.
I sat on the edge of her bed and touched her back.
I reversed the days and sat on the bed.
On the bed, I discovered there were no days.
I traced my life on the comforter.
I sat, holding a palm of tiny pills
as she pitched to hallucination.
I sat with a book. I didn’t know what to say.
I sat until the secret fell asleep,
until the morphine drowned her.
I envy her everything she never revealed.
I didn’t ask for her thoughts. I sat and waited.