Lodazal
Me gustaba cruzar fronteras contigo,
me gustaba contártelo todo,
eso que salía como si por naturaleza
y crecía como flor de enredadera
en la opción super fast-forward.
Ahora ya no tengo esas conversaciones.
A veces pienso que me han cortado la lengua
o degollado lo suficiente para cortarme las cuerdas
vocales y hasta las más necias consonantes.
Esas fiestas ya están pasadas de after-party,
han encendido las luces artificiales y el dance floor
se adorna de borrachos.
Ahí tirados,
algunos de esos locos todavía respiran y reclaman:
¡que toque el xilófono y la marimba
y que desfilen las zebra-burros de Tijuana
hacia Uqbar!
A veces no los escucho ya
porque no me importa acordarme de sus historias,
o porque no me llena ya nada compartirlas
o como si estuviese yo regando un patio
de tierra sin semilla
nomás haciendo lodo.
A la esperanza
De esos que se les pasó
el tren
quedan varios todavía
con las manos fijas en la frente
viendo hacia el horizonte,
esperando a que regrese.
Si voltearan a ver hacia
atrás notarían las mismas
líneas uniéndose hacia
el infinito, juntándose
en una sola, con vasto
panorama y sin máquina
montada.
Pero mantienen los brazos
firmes como cuando
se saluda a una bandera
de niño y se desconoce
la historia verdadera
que se va aprendiendo
más de la vida
que de la escuela.
Esos son las verdaderas
estatuas.