Poesía joven de Venezuela (Segunda parte)

Presentamos la segunda entrega de Poesía Joven de Venezuela, preparada por Alejandro Arturo Martínez, en esta ocasión se suman a la muestra los poetas Jairo Rojas Rojas (1980), José Delpino (1981), Víctor Manuel Pinto (1982), Juan Luis Landaeta (1988), Raquel Abend Van Dalen (1989), Diana Moncada (1989), y  Oriette D’Angelo (1990). La primera parte de la selección, publicada en 2015. puede leerse aquí.

 

 

 

 

 

 

 

Hace un año, publiqué en Círculo de Poesía una muestra de poesía joven de Venezuela. Sin embargo, no pretendí que esa selección fuese totalizante, definitiva, cerrada. Tengo, pues, una deuda pendiente, una necesidad constante de incluir, y conocer, otras voces nuevas de la poesía venezolana. El ya clásico problema de la dificultad de acceder a material de autores que viven fuera de la capital venezolana

En esta segunda muestra, vale llamar la atención, otra vez, acerca de cómo estos “poetas jóvenes” no pertenecen a un “movimiento poético” o a una determinada escuela. Eso sí, los une, más allá de su nacionalidad, algunos motivos que se hacen recurrentes en sus escrituras: la violencia, cierto predominio del lirismo, la presencia del cuerpo, las referencias a una historia literaria particular. Puede que sea en la poesía donde los escritores venezolanos apelan más a reconocerse parte de la literatura venezolana, en vez de buscar apropiarse de formas estéticas extranjeras.

Esta selección incluye poemas de Jairo Rojas Rojas (1980), José Delpino (1981), Víctor Manuel Pinto (1982), Juan Luis Landaeta (1988), Raquel Abend Van Dalen (1989), Diana Moncada (1989), y  Oriette D’Angelo (1990). Se presenta ordenada por la fecha de nacimiento de los autores.

Alejandro Arturo Martínez

 

 

 

 

 

Jairo Rojas Rojas

La O azul  (2012)

 

 

 

El infinito no es igualmente infinito en todas partes

Roberto Juarroz

 

lo que me digo para usted
es que el agua saltó de más arriba de las regiones
del frío
y ahora anda unida al extenso firmamento
azul sobre azul
y a su huella vamos                         hundiendo la cabeza
en su pecho
cortando nuestra lengua torpe para escuchar su color

es lo que hay:
puntos de agua rara donde crecimos
y picos que bajan en la noche

subimos-bajamos

subimos-bajamos

/\/\/\/\/\

 

lo que me digo, entonces, hermano
es que nos dejemos hundir
en el centro de su nombre de agua
que no hemos podido tocar
que crucemos la ciudad fluvial para conocernos
que sigamos la ruta
de los que ya no están aquí y siguen
caminando

que no tengamos miedo de hundirnos en el templo
y postremos la cabeza en el agua
para tener, por fin, los pies sobre la tierra
sobre

azul sobre agua azul

dices: “nos escogió el aire
y los cielos derretidos, tan pequeños y vastos”

sonrío
toma la montaña y muévela —insisto a tu voz—
que el pensamiento tiemble con las piernas
sus varices caigan
hiérelo, hermano, como nunca, con la O azul
del poeta,

del agua, de mis padres / de arriba

blanco-silencio-azul-agua-blanco-

sea este el lugar donde empezó todo
donde nos cruzó la noche grande

para ver qué hacíamos

 

 

 

 

 

 

por tus peleas en el cielo
tu delirio tu destrucción
por tu caída solitaria con tu—par—tu—compañera—tan—igual
caíste desde lo oscuro a poner orden

a enseñarnos lo que es el día           Hoy
lo que hay de recio en la luz del alba
a sacarnos, por fin, del Valle Largo Oscuro

como fue dicho en el idioma que nos persigue
nos desentendimos del mundo / de sus esclavos fachosos
guardándonos por dentro para los que
estuvieron primero
antes de que todos los contrarios frente a frente buscaran
el origen de su malestar

acá estamos
frente a la mancha de Agua Grande Oscura
atravesada en todos los caminos,

los gritos anuncian la nueva estación

son las ordenes

a los que miran el paso
del río                        allá                                         arriba
llevándose las nubes
de cara a la luz otra    Siempre la Misma
insistiendo

 

 

 

 

 

 

 

desde entonces el paisaje se mueve in     quie     to
aquí                           y
                               allá
sin previo aviso, sin drama Se Acerca
se mide en el pecho

e ingresa, así, sin más,

desde entonces llevamos
una montaña así de grande

el peso de su frío      la niebla toda
que se mueve entre nuestra gente
tanta y sola
tan adentro

que sienten de un tiempo para acá
lo acelerado que baja la luz

de tanto estar equivocándose
nuestro cuerpo, los ojos, su voz señor lector y escribano
ha sido unido
al paisaje que canta, repito, la callada música

he aquí que lo que vemos tan verde y alto participa

por nuestras manos

de lo más natural

es lo que callamos                           [no es adentro y afuera                  No Es]

mientras se hace tarde
mientras canta por aquellos que nada entendemos

 

(A Eric Urriola)

 

 

 

 

 

 

el hijo que lleva mi madre adentro
es de viento
que da círculos en su vientre que ya busca luz

con su nombre

que se queda quieto, a veces, como ella, tan igual

sangre del mismo aire

ella sufre, cómo no, ocho horas dudando
si dejarlo acá o llevárselo adentro

“no deberías tener tanto miedo a esta edad” —le dice—
“son las 4 a.m.
somos el alba que tumbará las paredes oscuras” —le canta en voz baja—

mi madre
lo renueva con su luz
aunque el cuerpo tiemble y la vida erguida
ya ofrezca amenazas

 

dice:

que sea bueno por dentro

que lejos vaya

que confíe, sin más, porque quizás

no sea tan malo el color del valle

que no es tan grande como lo invisible

 

 

y elige retirarse
sin saber
lo que adentro se resuelve en ella
en todos nosotros ella

mi madre que adentro lleva
una vida que se esconde no la deja quieta
y hace, ella, la mamá, círculos sobre su hijo
y lo nombra

su ofrenda es esa

no a la orilla del Agua Viva Grande

sino a la orilla del azul, llorando,
como madre              buena

a ver de qué es capaz de qué está hecho

que no se le olvide —le digo—
el viento que acomodó el mundo en un día 27
que sigue defendiendo / ella
que nos bendice porque hundiéndose está la tierra
y dio a la luz     a pesar de todo

Para Que Nos Encontráramos

 

(María, 1980)

 

 

 

 

 

 

 

José Delpino

Fanes (2010, Equinoccio)

 

 

 

 

la mímica muda del jardín agitado,

tras los vidrios,

cabelleras danzantes de bambúes ocultando el viento,

 

la vena incipiente de la calma,

y el mediodía, de pie,

con su joroba sorda y con su locura

 

algún secreto guarda la mirada del hombre,

la última foto de la casa vacía,

la mesa donde los codos se cansan,

el rictus de daga que queda en el cuello;

el recuerdo;

el vacío en el estómago y en el puesto

 

algún secreto guarda la mirada del hombre,

 

la fiebre de las cosas,

la cena amarga,

la ira del deseo y la euforia confusa

que se va como un eco

 

máscaras desconchadas puestas bocabajo,

muertos paraguas fríos como lagartos en la boca,

la brizna de paja en el jarrón de rosas, lleno de arena,

como si se creyese que la arena es como el agua

 

 

 

 

 

 

cuarenta vírgenes secas

hay

en tu mirada,

noventa ramas que cuelgan

y te tuercen el pecho,

y la vista lejana

sin calma pero quieta,

brotada como un callo de árbol viejo

 

mujer de brebaje blanco y turbio,

cónsobre las muñecas

tus pañuelos estrujados,

y el vientre duro

como tambor de sangre

 

tu mesa,

de desesperados intactos de la tarde está servida

y tu cuchara de palo no para de agitar

las muñecas de trapo

que se cuecen sin agua

 

 

 

 

 

 

la saliva,

amarga laguna en el labio,

cuerpo del derrame;

la grieta roja en la lengua,

jaspe de sangre contra el cielo;

 

el plexo,

respirando

jadeando

elevando las costillas

manojo blanco de la muerte

enterrado siempre en carne

siempre en tierra

hincado desde arriba

fósil blanco

elevando

con su fuelle de tiempo;

 

torso hincado,

torso escrito moldeado de la tierra,

por su cauce,

aire hervido,

jaspe rojo,

largo cielo,

de la boca

 

 

 

 

 

 

cuál,

nuestro ejercicio de calma

al espejo

al filo de las madrugadas,

de la cara

siempre cortando

lavando la boca

lavando el castigado genital,

comiendo el pan exactos

a la hora del hambre

 

 

 

 

 

 

 

Víctor Manuel Pinto

Voluntad para no matar (2011)

 

 

 

Dos policías levantan un cuerpo

 

Sujeta sus piernas a las tuyas,

que yo abrazo mis brazos a sus brazos.

Siente bien su peso

porque es la ausencia de la voluntad.

 

¿Ahora ves la belleza del baile?

Los pies y las manos moviéndose junto al otro

en la música que brota de los golpes.

 

¿Ves toda la voluntad

que impulsa el canto de un hombre en otro?

 

Escucha bien el peso de este cuerpo,

que el ritmo de su carne

sea quien una nuestros pasos.

 

 

 

 

 

Trayectoria

 

Si la bala refulge en su caja

y lamiendo su punta la puliéramos

en la camisa o en el pañuelo,

quizás si le damos ese cariño…

o derribando todo de la mesa

pusiéramos su forma en el centro

junto a una cesta de huesos y frutas,

tal vez si le ofrendamos algo así…

o mejor le fabricamos un hombre

con ojos de buey, con lomo de toro,

con un corazón y patas de vaca

para que lo atraviese a diario…

a lo mejor con eso la saciamos.

 

 

 

 

 

 

Grasa

 

Lo grosero no sólo cuelga del hombre.

Ver guindar la voluntad a un lado del cuerpo

debería avergonzar nuestra figura.

No el bocado, sino el golpe de más,

la palabra por la que bajamos la cabeza;

no la piel frita del cerdo muerto a palazos,

sí la piel que maltraté,

todo se vuelve lo baboso de nuestra carne.

Y levantamos hierros y pesas ante un espejo

al servicio de las fibras y los tejidos,

deseando moldear el miedo que nos pesa.

 

 

 

 

 

 

Voluntad para no matar

 

Que siempre se ocupen mis manos

no de mi cuerpo en ocio, sino del trabajo.

Nunca he podido crear nada,

pero con varias tablas se hace algo por el otro;

el lugar del pan, se une a través de mí,

a través del golpe y el clavo al lugar del suelo.

Y soplo las virutas de la madera,

mientras la imagen se hace verdad.

 

 

 

 

 

 

 

Juan Luis Landaeta

Litoral central (2015, Sudaquia)

 

 

 

 

Figura de inusuales                  márgenes

  

el pájaro da vueltas

en la sombra

que lo despide

 

mi mano abierta

a la distancia

 

del sol

 

donde escapa

se alumbra

el monte

 

 

 

 

 

El rayo brinda

 

su desaparición

desde el principio

como el sol

consume sus causas

 

 

 

 

 

 

La costa

 

lo que un trazo

concluye en nosotros
lo que vemos

el orden en que emergen

las regiones   las tardes que no han sido

las ramas suspendidas

la mañana que huye

al lento fuego

literal esbozo

sube

hasta mi boca

para decir       final de la línea en el rumor

de nuestro patio

polvo que restaba bajo

el destello

planta difusa

esparcida entre nosotros

 

 

 

 

 

Rota al final de esta página

la blanca lucidez
reveladas las alturas

estos rayos

consumen porque envuelven

sus inicios
reproducen la luz que fija

los seres en su existencia
como grácil contención de quien respira

la orilla sostiene tus ojos

el ave en su sueño te mira

 

 

 

 

 

 

 

Raquel Abend van Dalen

Sobre las fábricas (2014, Sudaquia)

 

 

 

 

La tumba resuelve todos

nuestros problemas:

de pronto los imbéciles

son santos,

los bastardos consiguen padres,

las viudas se enamoran otra vez de

sus pobres, difuntos maridos,

los criminales consiguen a Dios

piden perdón, permiso, préstamos

para ser hombres nuevos,

las putas se hacen vírgenes

y las vírgenes son canonizadas,

las enfermedades consiguen apellidos

vuelven al hombre importante

lo hacen Nobel,

dejan el orfanato, se mudan al pulmón

más prestigioso de la tabaquería,

los profesores de pronto son queridos,

incluso cotizados por sus estudiantes,

los artistas comienzan a vender obras,

los reyes nos derraman sangre azul,

los pueblos perdonan

a sus presidentes difuntos,

los hacen marca: gorra, franela, llavero,

figurilla de altar, centro de vela,

estrella de ataúd.

 

 

 

 

 

 

Me enfrento a mi ciudad

con la esperanza de un perro contagiado de moral

(y luces)

 

 

todo acercamiento hacia ella es un juicio tribal

un funeral sin énfasis

 

 

una descomposición sin los índices abiertos

de la memoria.

 

 

Mi relación con sus calles

es accidental

 

está privada de un remedio materno

 

 

sólo encuentro

 

testigos de la insolencia que retumba

en los cementerios

 

 

del fervor atávico que sólo se halla

con la presencia de un arma

 

 

de la mecánica heredada por hijos de putas

y soldados mudos

 

y más hijos de putas.

 

Qué esperanza la de esta mujer

alguien que le diga a qué oficina debe dirigirse

con quién puede hablar

denle un frasco de Patriotismo No4.

 

 

 

 

 

 

  1. A mi papá le arrancan su tetero. La infancia

queda revuelta en leche rancia.

 

 

Apuntan a mis abuelos con una Luger P08.

870 gramos les roza la espalda. El cuello.

Grito de metal.

 

 

Longitud: 222,25 mm

Velocidad máxima: 425 m/s

Calibre: 7,65 mm

9mm

 

 

Tienen 24 horas para salir de Polonia.

 

 

 

Empacan latas, plumas de ganso.  10 medias en cada pie

 

 

Cruzan la frontera hacia Rusia. Río. Piel cruda.

 

 

Los lanzan en un camión como perros hambrientos.

 

 

Pasan meses. Deciden cambiarlos de transporte. Los encierran en un vagón de ganado. Se restriegan contra el olor de los piojos. Las costras de la otitis.

 

 

La burla del insomnio.

 

 

(es gibt kein Essen)

 

 

Nuevo año. Siberia. Barracas.                     60o bajo cero.

 

 

Auroras borealis

 

 

Intoxicación por comer huevos de quién sabe qué animal.

 

 

Kazakhstan. Les cosen La Estrella de David en la ropa. Hambre y frío. Viven y sueñan como animales enclaustrados. Fábricas. Estajanovismo. Dormitan en las ruinas. Comercio ilegal. Quema de cuerpos.

 

 

A mi papá y a su hermano los golpean en el colegio. “Cochinos judíos”. Deben cantar el Himno Nacional de la Unión Soviética. Por la Patria y por Stalin.

 

 

 

 

 

 

me gusta hundirme en el crujido de mi vientre

 

 

 

 

 

 

 

Diana Moncada

Cuerpo Crepuscular (2014, Monte Ávila)

 

 

 

Quiero nacer

quiero

desprenderme de esta sangre

despoblarme de esta muerte

desnudarme de este rostro.

Abrir las piernas entre árboles hinchados

y engendrar las selvas donde el deseo brote ciego.

 

Quiero

asomar mi cabeza entre los labios del mundo

lamer la noche hasta dejarla blanca

perseguir los latidos de mi pubis convulsionado

y salvarme de mí

de la rota

de la incompleta

Quiero poder nacer

nacer por fin

nacer cuerpo

 ser un cuerpo alboreado.

 

 

 

 

 

Hay cuerpos que reviven en su vuelo como aves monstruosas

cuerpos consumidos en una ceguera de manos marchitas

cuerpos esclavos del tiempo y de la forma

cuerpos esféricos que aguardan en sus pozos

redes tejidas de sangre y letras

cuerpos transitables

cuerpos casa

cuerpos que sirven de puente a otros cuerpos

a otros cielos.

Cuerpos llenos de nada

y un solo cuerpo donde todos existimos:

el mío.

 

 

 

 

 

 

He muerto tantas veces

excepto las veces en que tuve que morir.

 

 

 

 

 

No llegamos a sabernos tumbas.

No sabemos cuántos muertos han venido a enterrarnos

ni qué olores, ni qué voces

han abandonado en nuestro cuerpo.
No hay manera de escarbar.

Ni un sabueso, ni una pala sirve.

No hay rastros visibles de quiénes nos habitan

ni de sus estados de muerte o de vida

ni de sus luchas y fiestas a la orilla de una sangre combatiente.
No sabemos.
Veo crecer la hierba mala entre mis muslos

y pregunto

¿qué manos la han alimentado?

Veo un arroyo secarse en la boca de mi ombligo

y pregunto

¿quién ha bebido de mi lluvia entrañable?

Por más rituales de media noche

masturbaciones y besos

exploraciones en las fuentes más antiguas

de nuestra geografía brumosa y selvática

no notamos el cementerio que se va erigiendo

a pesar de nuestro espejo.
Sólo ese peso

ese latido que no reconocemos como nuestro.
Ese cosquilleo en la nuca que es ceremonia extranjera.

Ese grito que nos trae de regreso.

Ese mensaje traído de otro tacto.
La respuesta innominada

a la pregunta muerta

latiendo tres metros bajo carne

donde la tumba se abre

 

la boca calla

y el cuerpo despierta del sueño lejano.

 

 

 

 

 

 

Oriette D’Angelo C.

Cardiopatías (2016, Monte Ávila)

 

 

 

Crimen común

 

Dicen las heridas que nuestra vida es un crimen común.

Floriano Martins

 

Prefiero arrancarme la piel

antes que portar la carne que sobra de las heridas

Prefiero dejarme costras con los nombres

que esta membrana abierta

amarilla

sin huellas

sin pasado disidente

 

Lo he intentado todo: no sanas

ejercito el músculo que dejaste

la única fórmula de escape hacia otra dirección

el crimen común de una morgue llena

es olvidarlo todo

como un cuerpo tirado en la autopista

que lucha por sobrevivir ante la indiferencia

de esta boca desprendida que intentó     también         gritar.

 

 

Inventar un terremoto

 

Tengo tres abismos muertos en cada palma de la mano. Tengo una huella desconfigurada: pasaje de una identidad perdida. Uno vuelve a sus espectros como queriendo identificar fantasmas. Me dan espasmos y duelo. Sólo tengo mis manos con sus líneas, inventándose el desastre. Hueso escafoide. Hueso trapecio. Hueso bailable. Alivio mi dolor mediante señas. Mi única rigidez sirve para sostener la carne. Mi único núcleo es el corazón fuera del cuerpo como un hueso fracturado y sin tejidos. Tiembla mi boca succionada por lo táctil. Te doy mi gesto gris. Lo que me queda, lo que está detrás de estas manchas. Te doy mis huesos para sepultar la carne. Mi tiempo para inventar un terremoto. Te doy mi tráquea oblicua, que me sumerge y condena.

 

 

 

Resistencia a la insulina

 

Pronto olvidarás que también eres agua

Chamuscarás tu lengua morada

mientras masticas el dulce

No querrás beber la pasta naranja

que te seca los labios y te revuelve el estómago

Te dirán que repitas el ciclo

una y otra vez

mientras te pegan el brazo a la mesa de las inyecciones

Aguantarás una aguja

dos

tres

[la pasta naranja se mezclará con tu sangre y dará el diagnóstico]

Pensarás en el antecedente:

el abuelo diabético que te dejó esta herencia

el pretexto que busca el dulce para ser ansiolítico

la excusa de los doctores para extraerte plaquetas.

 

¿Qué hacen con la sangre que sobra en los tubos de ensayo?

¿A dónde van a parar esos pequeños agentes

portadores de nuestra historia?

¿Dónde se nos olvida o se nos ubica?

¿Se nos desechan los genes

como muertos apilados en el cementerio?

¿O se conservan para herencias vivas

en gavetas de enfermeras?

 

El mundo se llena de nuestros tubos de ensayo

somos también sangre fría y congelada

portadora de enfermedades y de identidad genética

nadie igual a nosotros

todos iguales en los tubos

Venimos arrastrando el tipo de sangre de otro

mezclado con el otro

para ser otro

Sólo nos diferencia la enfermedad que escogemos

y la que nos imponen.

 

 

Cuestión de lujuria

 

Todo pensamiento que perdura es contradicción.

Marcel Schwob

 

Estamos hechos de fisuras

lanzamos piedras a las casas

cuestionamos nuestra valentía

acumulando la experiencia de un cuchillo callejero

 

Nos nombramos como calles

nos recordamos como épocas

como etapas que no acaban

 

Duelen los pasos

los recuerdos que me quitan la memoria de los pies

la de los tropiezos     /     la de los errores

la del orificio leve de la espalda.

 

Perduras para contradecirme

perduras como Depeche Mode cantándome en la radio:

It’s a question of not letting

what we´ve built up

crumble to dust

La mala memoria es tu fortaleza

me perduras como una contradicción

como el temblor de tu tierra

que no siento

me perduras

como el incendio que hace caos en el sur

y me hace sentir el humo en el norte

 

Aun así me condenas al exilio

de un cuerpo que no toco

en un país que me distrae.

 

Jugamos al escondite

 

uno

dos

tres

 

y no hay propósito para encontrarnos.

 

Tengo una enfermedad que juzga

Mi condena:     tener el vientre lleno de suicidios.

 

 

 

 

 

 

 

 

Para consultar la primera parte de esta muestra, sigue este enlace

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