Poesía mexicana: José Carlos Becerra

Presentamos un par de poemas de José Carlos Becerra. Nació el 21 de mayo de 1936 en Villahermosa, Tabasco. En vida,  solamente publicó la plaquette Oscura palabra (1965) y el libro Relación de los hechos (1967), además de diversos poemas en periódicos y revistas como Cuadernos del viento, Mester, Revista Mexicana de Literatura, Revista de Bellas Artes, El Corno Emplumado, Revista de la Universidad de México, entre otras. También fue incluido en varias antologías, como el Anuario de Poesía de 1961 (publicación con la que se da a conocer en la Ciudad de México y auspiciada por el Instituto Nacional de Bellas Artes) y, Poesía en movimiento, México 1915-1966 (1966), preparada por Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alí Chumacero y Homero Aridjis, obra en cuyo prólogo, Octavio Paz saluda ya a un poeta joven, pero maduro. La inclusión de José Carlos en esta antología es, por decirlo en palabras del propio Paz “la declaración de su mayoría de edad poética”. Finalmente, también fue incluido el poeta tabasqueño en  Poesía Joven de México (1967), entre otras.

 

 

 

 

 

EL PEQUEÑO CÉSAR

 

 

Te detuviste a desear aquello que mirabas,

te detuviste a inventar aquello que mirabas,

pero no estabas detenido, lo que mirabas agitaba tu propio pañuelo,

hacía tus señas desde su lejanía.

Algo de eso comprendiste;

los muelles, los sitios donde la sal es una ciega sentada en el alma,

los sitios donde la espuma roe la base de todo

con sus pequeños dientes parecidos a la arena de lo que se olvida,

los sitios donde las viejas anclas y los motores de barcazas vencidas

se oxidan cagados por las gaviotas y los pelícanos,

los pequeños tumultos blancos donde la paz y el movimiento entrelazan sus redes a la usanza del mar,

los sitios menos frecuentados de las playas,

los paisajes que te rodeaban sin que supieras exactamente a qué distancia de tu imaginación,

a qué distancia de tus argumentos más íntimos.

 

Hay un cielo de navíos que los ojos contemplan desde abajo de las lágrimas,

desde donde la mirada se queda sin respiración,

sin oxígeno para saber qué mira todavía y qué ha dejado de mirar.

 

Una eternidad que cualquiera diría gastada por el uso,

manoseada por los muertos, ablandada por la queja de los enfermos, tocada por las lágrimas,

una tarde que se va hundiendo como un barco

en cierto paisaje tuyo.

 

Algo de eso comprendiste,

desconfiabas de tu deseo, pero era tu saliva la que brillaba en los dientes de tu deseo,

eras tú esa masa pastosa que alguien masticaba

pero que iba siempre a parar a tu estómago,

era tuya la mano con que te decían adiós

y era tuyo el pañuelo.

 

Por eso en mitad de la noche has vacilado,

has oído a los árboles perderse en sus ramas,

has sentido al viento quedarse quieto de pronto, como en acecho de algo, entre los pliegues de la cortina,

has oído a los muertos reírse en sus agujeros imitando a los topos,

has descubierto que un día vestido de mayordomo, el olvido vendrá a anunciarte

que ya está servida la mesa,

y sin quererlo tú, esa noche cenarás con apetito y al final, dejando la servilleta sobre la mesa,

elogiarás complacido el menú…

 

Todas las luchas libradas en el océano brillan en esa lámpara que acabas de encender,

en esas aguas donde el horizonte desarrolla su instinto de montaña,

allá donde el cielo parece dormitar entre sus mandíbulas de abismo.

 

Puedes romper las cartas de aquella que amaste,

puedes hacer que el olvido, tu extraño servidor, entre al pasado, los sorprenda juntos a ti y a ella

y allí los atrape,

puedes fingir que eres la ropa que te quitaste, la frase que escribiste,

el número telefónico que te buscas en el bolsillo, la dirección que no aciertas a dar.

 

Puedes fingir que estás fingiendo, puedes simular que eres tú,

que es tu deseo y no tu olvido tu verdadero cómplice, que tu olvido es el invitado que envenenaste

la noche que cenaron juntos.

Puedes decir lo que quieras, eso será la verdad

aunque no puedas ni puedan tocarla.

 

Alzas tu lámpara y lo que fuiste parpadea en aquello que estás siendo,

también tu libertad te tiene entre sus manos.

 

Quisieras llorar porque la eternidad navega como una muerta,

masticas despacio tu bocado de alma, tu rebanada de ideología, tus órganos para conmoverte,

tomas la servilleta y te limpias la boca,

distraídamente miras la antigua mancha de vino en el mantel…

 

Quisieras llorar porque la noche es un árbol que no podemos sacudir con las manos

para que caigan los frutos deseados;

todo pasa mientras terminas de comer, mientras doblas la servilleta de nuevo,

y tu lámpara ilumina para ti la espuma que el tiempo deja en lo alto de las ruinas,

en todos los sitios que no han resistido el oleaje del hierro, la embestida de los discursos triunfales.

 

En mitad de la noche algo tiembla, en mitad de la noche te oyes hacia arriba

como quien se despierta por el ruido de la lluvia,

en mitad de la noche te oyes hacia abajo como quien se despierta

por el ruido de la muerte.

 

Y no quieres ser cómplice de los dormidos, no quieres ser cómplice de los muertos,

no quieres ser traspasado por tus lágrimas, humedecerte como un trapo sucio,

entonces, ¿quién eres tú?

 

Tal vez te gustaría ser el custodio de los reinos que la carroña acecha,

tal vez te gustaría tomar tu deseo, levantarlo convertido en el deseo del mundo, en la base del mundo.

Algo de eso comprendiste y vacilas,

y tu vacilación te afianza en el mundo, te da vientos para navegar, uñas para clavarlas,

te invita a subir al puente de mando.

Pero aún vacilas, tal vez ese traje de marinero no es el tuyo,

pero ya es tarde, pero aún vacilas, pero ya es tarde,

intentas despedirte de alguien,

pero la mano con que deseas decir adiós

también se va quedando atrás, y ya no puedes alcanzada aunque te inclines hacia ella

con todo tu cuerpo, con toda tu duda de no inclinarte lo suficiente.

 

¿Qué cosa es tu cuerpo? ¿Qué cosa es tu lámpara?

¿Qué cosa es no inclinarse lo suficiente?

¿Significa todo esto decir adiós?

Hablabas de un deseo y también de un olvido,

hablabas de las cartas de una mujer, no se sabe si las rompiste,

no se sabe si te olvidaste de ella, si alguna tarde caminaste pensándolo,

también hablabas de una lámpara,

y de un pañuelo

o de un barco…

 

Hablabas de algo así, no recuerdas cómo.

 

 

 

 

 

 

 

OSCURA PALABRA

(Fragmentos)

 

 

2

Te oigo ir y venir por tus sitios vacíos,

por tu silencio que reconozco desde lejos, antes de abrir la puerta de la casa

cuando vuelvo de noche.

Te oigo en tus sueños y en las ventanas nubladas del alcanfor.

Te oigo cuando escucho otros pasos por el corredor, otra voz que no es la tuya.

Todavía reconozco tus manos de amaranto y pluma gastadas,

aquí, a la orilla de tu océano baldío.

 

Me has dado una cita pero tú no has venido,

y me has mandado a decir con alguien que no conozco,

que te disculpe, que no puedes verme ya.

 

Y ahora, me digo yo abriendo tu ropero, mirando tus vestidos;

¿ahora qué les voy a decir a las rosas que te gustan tanto,

qué le voy a decir a tu cuarto, mamá?

 

¿Qué les voy a decir a tus cosas, si no puedo

pasarles la mano suavemente y hablarles en voz baja?

 

Te oigo caminar por el corredor

y sé que no puedes voltear a verme porque la puerta,

sin querer, se cerró con este viento

que toda la tarde estuvo soplando.

 

 

6

Yo sé que por alguna causa que no conozco estás de viaje,

un océano más poderoso que la noche te lleva entre sus manos

como una flor dispersa…

 

Tu retrato me mira desde donde no estás,

desde donde no te conozco ni te comprendo.

Allí donde todo es mentira dejas tus ojos para mirarme.

Deposita entonces en mí algunas de esas flores que te han dado,

alguna de esas lágrimas que cierta noche guiaron mis ojos al amanecer;

también en mí hay algo tuyo que no puede ver nadie.

Yo sé que por alguna causa que no conozco te has ido de viaje,

y es como si nunca hubieras estado aquí,

como si sólo fueras —tan pronto— uno de esos cuentos que alguna vieja criada

me contó en la cocina de pequeño.

 

Mienten las cosas que hablan de ti

tu rostro último me mintió al inclinarme sobre él,

porque no eras tú y yo sólo abrazaba aquello que el infinito retiraba

poco a poco, como cae a veces el telón en el teatro,

y algunos espectadores no comprendemos que la función ha terminado

y es necesario salir a la noche lluviosa.

 

Más acá de esas aguas oscuras que golpean las costas de los hombres,

estoy yo hablando de ti como de una historia

que tampoco conozco.

 

(6 de febrero de 1965, México)

 

 

 

 

 

Librería

También puedes leer