Amor del sur, de Manuel Duarte Bravo

Presentamos el prólogo que acompaña a la última novela del escritor, periodista y promotor cultural ecuatoriano, Manuel Duarte Bravo. Amor del sur explora el escabroso tema al que Simone de Beauvoir le dedicó tantas horas, la vejez. En palabras de Luis David Palacios, autor del prólogo, “el libro muestra que, además, hay una nueva etapa de la vejez –en términos de la colectividad humana– estrechamente relacionada con los problemas del siglo XXI. La vejez y la muerte producen comportamientos sociales, representaciones simbólicas, idealizaciones que las entrelazan hasta perder de vista sus diferencias. En nuestro tiempo, la vejez se ha transformado en un tabú, en una etiqueta, en un carnet, en otro tipo de muerte –la social– porque conforme avanzamos en años dejamos de pertenecer a ciertos grupos para entrar en otros donde la pérdida de funciones nos emparenta con el cese de la vida.” Duarte Bravo dirige el Festival Internacional de poesía “La hermandad de las palabras” en la Provincia de los Ríos, Ecuador, y escribe ensayo (Fauna, 2003; A un paso de la muerte, 2004; Los genios del relato literario, 2004), cuento (El placer de contar, 2010; Trazos de vida, 2011; De regreso a casa, 2013) y poesía (En fuga, 2016).

 

 

 

Amor del sur, donde el futuro también es memoria

 

 

De fierro,

de encorvados tirantes de enorme fierro, tiene que ser la noche,

para que no la revienten y desfonden

las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,

las duras cosas que insoportablemente la pueblan.

Borges

 

 

De todos los eventos, emociones, escenarios que conforman la vida hay uno que con toda certeza deberemos afrontar en soledad: la muerte, aun cuando nos suceda en compañía. Y es casi imposible separar la muerte de la vejez, una de sus múltiples entradas, porque también es a todas luces un fenómeno social. Por esa razón es tan difícil definir lo longevo, establecer sus límites, sus manifestaciones, cuando se separa de la mera condición biológica. No se es viejo sólo por el decaimiento corporal sino por una serie de circunstancias a su alrededor y dentro de la psique del sujeto. Es este el tema central de Amor del sur. El libro muestra que, además, hay una nueva etapa de la vejez –en términos de la colectividad humana– estrechamente relacionada con los problemas del siglo XXI. La vejez y la muerte producen comportamientos sociales, representaciones simbólicas, idealizaciones que las entrelazan hasta perder de vista sus diferencias. En nuestro tiempo, la vejez se ha transformado en un tabú, en una etiqueta, en un carnet, en otro tipo de muerte –la social– porque conforme avanzamos en años dejamos de pertenecer a ciertos grupos para entrar en otros donde la pérdida de funciones nos emparenta con el cese de la vida.

Admitimos, por lo general, que la vejez es símbolo de la muerte siempre y cuando no exista ya ningún tipo de aspiración, causa primigenia del movimiento. No es el caso de don Pablo en Amor del sur para quien la memoria y la literatura se unen en un mismo lienzo llamado deseo. Don Pablo no es aquí el emblema del vencido, sino el hombre que sigue luchando consigo mismo. La novela de Duarte Bravo evoca las palabras de la sudafricana Nadine Gordimer, para quien la vejez no es la idealización de la calma y la sabiduría, sino el mismo campo minado de la juventud: “He oído contar ese mito encantador de que la vejez es una especie de bella meseta de calma y aceptación del mundo, llena de sabiduría. Pues bien, no hay sabiduría en la vejez. Siguen los viejos cuestionamientos de mí misma y de los demás, como cuando tenía quince. La paz de la vejez, me temo, a mí no me ha llegado.”

Aunque esta etapa de la vida está coloreada por los grilletes de la exclusión (asilos, hospicios, hospitales), en el templete de Duarte los personajes luchan contra esa cosificación impuesta por los valores sociales. A mediados del siglo XX, Roger Mehl en Le vieillissement et la mort, nos advirtió que la vejez se transformaría en un problema mayor porque la longevidad aumenta cada vez más, porque la madurez se ha extendido sin una aplicación práctica inmediata, porque hay poco que hacer con el envejecimiento. Esos problemas están planteados a lo largo de la narración con una sutil familiaridad y una ligereza que esboza diversos matices. Si los viejos son como los condenamos a la muerte en espera de su ejecución, es porque el sistema social así lo condiciona. Sin embargo, como atestiguamos en las conversaciones entre Raúl y don Pablo, el eros, la pulsión de vida, está siempre presente en ellos aunque el mundo ya nos los mire directamente a los ojos. Para ver, para percibir la vejez, hay que mirarnos a nosotros mismos en el borde de la muerte. Lo viejo es entonces un problema de percepción. Si hay quienes esperan con entusiasmo su retiro, el entusiasmo pronto puede transformarse en la formal anunciación que los coloca dentro de la zona de los excluidos, en una pesadilla. Esta condición de jubilado es la de Pablo Arturo Galarza, llena de ambivalencias, oscilaciones entre la angustia y la tranquilidad. Si la vejez es el símbolo de la muerte, la jubilación lo es de la vejez. De ahí que entrar en ella, o estar ya sumergido en ella, sea una condición de dos polos. La soledad, el alejamiento, como vemos en los dos personajes que hemos nombrado, aparece como antesala del rechazo social.

La lentitud con la que el ser humano se apropia de sus facultades superiores de la conciencia contrasta con la velocidad con la que el tiempo y la edad lo despojan de su más íntimos poderes. Quizá el envejecimiento sea la única forma de vivir nuestra propia muerte, aunque suene contradictorio. Quizá sea la única posibilidad de ver cómo será la vida de nuestros seres queridos porque somos, en la vejez, espectadores distantes de su trajinar. Nuestro paso hacia la muerte es también una manera en la que ellos experimentan su propia finitud. La muerte del otro nos aproxima a la nuestra mientras nos deja vivos, siempre nos cita en los demás. En Amor del sur la situación metafísica del envejecimiento no es una obsesión por la muerte, a sabiendas de que podría ocurrir en cualquier momento, sino un ajuste de cuentas con la memoria y un aplazamiento del futuro.

Simone de Beauvoir decía que la vejez parece un secreto vergonzoso, contaba que escribió su summa theologica sobre la vejez para quebrar la conspiración del silencio. En ese punto coincide con el trabajo de Duarte: es necesario estremecer la ficticia tranquilidad burguesa para decir algo. Aunque las leyes no excluyan a los individuos de la tercera edad, nuestras formas de socialización sí lo hacen. En esta novela el lector podrá constatar esa extraña condición que posiblemente le depare el futuro, una condición donde se existe, pero al mismo tiempo se niega la satisfacción de las necesidades más básicas. La vejez es una ilusión. Por eso Beauvoir decía que envejecer es definirse y reducirse. Es una situación contradictoria porque el sujeto debe cambiar sus cualidades específicas en pos de encajar con los cánones sociales. No aceptamos como válido que una persona de edad avanzada mantenga las mismas características, deseos, sentimientos, que cuando era más joven. Exigimos el cambio, incluso cuando no está en su naturaleza. El anciano, el viejo, debe ser ejemplo de serenidad, sabiduría, virtud; cualquier cosa que no esté en esa sintonía es reprendida. Por eso, entre otras cosas, Amor del sur es valiosa, porque exhibe la aporía vital contenida en el envejecimiento, porque el mutismo es estridente, porque la negación no es ya posible. Pensamos que el viejo está más cerca de la muerte que nosotros. Puede ser verdad. La disminución de las fuerzas, de la lucidez, los acerca, tal vez, un grado más al cese de la vida. Lo cierto es que la mayor parte del tiempo estamos más cerca de la muerte que de la vejez, la primera es siempre una posibilidad latente. Pero aunque a primera vista todo lo que hemos dicho parezca un escenario distante, una proyección hacia el futuro, también es un tiempo donde se retrocede al pasado. Las historias dentro de Amor del sur nos introducen en un universo de suspensión temporal. Porque qué es el tiempo moderno, sino la simultaneidad. En la narrativa de Duarte el pasado está vivo, como el presente,  y es tan angustiante como el inaplazable futuro. Aquí, la subjetividad de la persona mayor se nos revela a través de las costumbres, los temores, los deseos de don Pablo; a través de la narración vislumbramos las dificultades del anciano, sus conflictos interiores. La crudeza de su circunstancia está dicha sin laberintos innecesarios que el lector podrá valorar. La denuncia es clara, el viejo casi siempre es una carga para el aparato social, la familia, el hijo, el cónyuge. La descripción de la etapa señala la dependencia mutua entre los factores psicológicos y físicos, revela la complicada circularidad de la vejez que es también un destino de innumerables rostros. Más allá de esbozar las características del envejecimiento, Amor del sur nos hace cómplices: la realidad de los personajes irrumpe sobre la nuestra.

El amor, la amistad, la imposibilidad del deseo, la belleza, la literatura, la música, la mujer, son los componentes con los que la novela avanza linealmente sobre la calidez cotidiana reflejada en el lenguaje. Si escribir es siempre un acto de comunión, la comunión sucede cuando hallamos en nosotros al prójimo.

 

 

Luis David Palacios

 

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