Presentamos una muestra de diez poetas jóvenes chilenos nacidos entre 1990 y 1999 preparada por Fernanda Martínez. En este muestra se observa los planteamientos de los nuevos poetas chilenos, herederos de una extensa tradición que va desde Gabriela Mistral y Pablo Neruda, hasta Nicanor Parra y Raúl Zurita.
Roberto Ibáñez Ricóuz (Neuquén, 1993). Licenciado en Letras. Sus poemas aparecen antologados en Halo: 19 poetas nacidos en los noventas, 90 revoluciones y Parias poetas y borrachos. Obtuvo el premio Roberto Bolaño de escritura joven y una mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral.
El verano quiere extenderse hasta abril
Dicen las noticias
Que el verano quiere extenderse hasta abril.
Yo no sé.
A veces, me pone nervioso
ver a las señoras en la micro
con sus sienes aceitosas
cargando bolsas colmadas de duraznos
amenazantes de rodar por todo el piso.
El trayecto diario se ha convertido
en placer extraño:
un sauna público
a la luz –toda la luz-
del sol.
Eso sí,
los parroquianos, frecuentes,
aún no superan su pudor
y se mantienen firmes en su vestir.
La ciudad calurosa es un festival.
La pileta ha sido reinaugurada
como piscina pública.
Los niños disfrutan
del retorcido placer de hacer
llegar el chorro de agua más potente
directo a sus traseros.
El verano se extiende a expensas de todos.
Nos disfrazamos de escolares y oficina
para simular el paso del tiempo,
pero no abandonamos la costumbre
de deshacer sandía en la boca,
aunque ya en ningún mercado se encuentren.
Ayer no más
una compañera inició la campaña estudio con bikini
aburrida de su instinto a cubrirse de otoño.
¡Un verano justo para todos!, gritaba
¡Abril es verano para todos!
Yo no sé.
Algo hace que me olvide
del ritmo común de las cosas.
En la radio suena la canción del verano
y es la misma canción del año anterior.
Por la ventana se ve un perro
frenético en su búsqueda de sombra.
No sé,
algo me dice algo
y estoy muy aturdido por el sopor para comprender.
Último bombazo
Las explosiones lo resuelven todo
algún desajuste en las moléculas del aire
el paso del tiempo: de sur a norte
las estelas de humo que van nadando en el cielo.
Las explosiones pueden resolverlo todo
las monedas a la baja, las abejas que dejaron
de producir miel o cera para prender los ánimos.
Las explosiones sirven para todo: para perder dedos
o metafóricamente hablando, claro, perder la cabeza.
Los basureros desaparecen lentamente
y la ciudad va mutando formas para combatir fuego enemigo.
La ilusión del todos a salvo va estrechándose cada vez más
con recomendación de rejas, alambres de púas, cercos eléctricos:
las hojas secas que caen al parque podrían contener serias infecciones
transmisiones o pulsares, ondas eléctricas, energía eólica,
solar amarillo que se extingue: cualquier voltio, una chispa
y todo estalla pues las explosiones sirven para todo.
Gran excusa para tenderse en la cama
si cuatro niños pierden un ojo, ¿cuán lejos estamos de aquello?
Puede que llegue el día de mirarse al espejo y decir con asombro:
¡Vaya! Me falta un ojo, ¿dónde habrá quedado?
Y este brazo del demonio, ¿dónde se quebró?
Las piernas incompletas, la piel volcánica, ¿cuándo ocurrió todo esto?
Será, acaso, algún mal interior que me anda por las tripas.
No falta mucho, los relojes avanzan implacables.
Ninguna velocidad los reduce ahora, excepto el afilado inicio de
una mecha, ya sabes,
las explosiones lo solucionan todo,
alguna estadística funeraria o corbata mal atada
cruzada por un solo extremo o desatendiendo la seda
alguna tela más económica.
Entonces estalla y todo puede volver a ser como un día de este a oeste,
el sol elevándose tras la cordillera yendo a la desaparición marítima
la armonía de las cosas naturales: las casas gigantes a un lado
y las casas casas al otro: de costa a altura todo desplazamiento,
prestar servicios higiénicos, vaciar basureros, vaciarse los dedos
observar bien antes de vaciar cualquier recipiente
la comida fría puede transportar alucinógenos terribles
horas de poco equilibrio, hojas verdes y cogollos.
El muchacho de quince años puede hacerte estallar
o devorarte los dedos. ¡¿Cómo has de tomar la escoba?!
Mejor es quedarse tendido en la cama
-piensas- cerrar todo vínculo, dejar aquello de los paseos
-piensas- la situaciones delicadas no hacen más que estallar,
de un lado u otro podrían caerte cinco dedos en la nuca,
de un lado u otro no importa tanto: en algún momento alguien te toca
la espalda diciéndote “oye, qué bella bomba llevas a cuestas”,
“oye, qué bello momento, podríamos perpetuarlo”
y la cara no te la saca nadie cuando te das vuelta
y sabes que la única explosión sucede en términos lejanos:
cuando has perdido dos dedos no te das cuenta hasta que amaneces
bello, bello día, en un hospital público de cualquier lugar, en cualquier televisor.
Dinosaurios
Lejos las atroces fauces
del Tiranosaurio Rex
-ahora incluso se esboza una sonrisa al nombrarlo-
Lejos la imaginación,
el terror de un depredador gigante
dragón o lagarto terrible
meteoro que cae a lo lejos
dios máquina
que nos libra de correr
cada mañana delante de las bestias.
O despertar y que el dinosaurio permanezca:
nada de eso queda,
no hay temor de que cada cierto tiempo
un pterodáctilo pase volando
en el mismo canal y a la misma hora.
Nada que temer.
Salvo quizás el molesto momento
en que te quedas sin palomitas de maíz
y tienes que interrumpir la visión
de Godzilla comiendo personas como sushi,
atormentando una ciudad japonesa
quizás Nagasaki, quizás otra, quién sabe,
la imaginación soporta límites insospechados.
Así lo sabe un hermano o primo más pequeño
empeñado en recrear el pleistoceno
en su habitación
dedicado a espiar sus pequeños
dinosaurios de plástico y tolueno
a ver si por la noche recrean
la prestidigitación del cine
y gruñen por su propia cuenta
incluso, si la suerte ya es mucha
que un Spinosaurus le devore un dedo
como juego, claro,
mejor aún,
como vio en varias películas
antes incluso de poder masticar las palabras.
Victoria Ramírez (Santiago, 1991). Periodista de la Universidad de Chile. Ha participado en diversos talleres literarios. Incursionó en el documental con el cortometraje “Todos los ríos dan a la mar”, sobre la poeta chilena Cecilia Vicuña. El 2016 obtuvo el Premio Roberto Bolaño en poesía.
Mudanza
El primer día de mudanza
las cenizas se refregaban
en las casitas de la villa
la gente de La Viluma
tenía la ropa ahumada
pero no había leña ardiendo
ni la huella negra de los techos
amortiguaba el silencio
de los cerros
el jarrón de bronce de mi madre
los cucharones de cobre
combinaban con la tierra
que se desprendía allá arriba
-una verdadera tormenta-
las cajas de mudanza
el vidrio molido
y los brazos polvorientos
que hacían humo
no teníamos nada fuera de esos sobres
las copas tintineaban en sus cubículos
madre reparaba una trizadura
las casas más bellas son las
rotas, nos dijo
las mejores ventanas son las que
dan a la humareda
de qué huimos, madre
a dónde van las cenizas que flotan
cuando el aire espeso las atraviesa
y se juntan para llenar los resquicios
de las familias
Magnolios
La mitad de los quemados de la Posta Central
se han quemado a sí mismos
con bencina o con alcohol
se han fosforeado
desde la ventana que da hacia Portugal
se pueden ver los magnolios
allá adentro las vendas respladecen
como lámparas de sal
me pregunto quiénes son esa mitad
de los quemados
si acaso comentan el origen del fuego
o esas mujeres que fueron bellas
se tocan la cara y piensan en sus maridos
y si se sientan en torno a una hoguera
se abrazan como una tribu volcánica
les sienta bien el alivio
de la sobrevivencia
para ellas las llamas han suturado las costuras
y caminan como santas averiadas
con la dignidad rota para que las reciban en el cielo
y si todos pudiéramos revertirnos
volver visibles nuestras grietas
correría el agua a través de nosotros
¿nos traspasaríamos, nos arruinaríamos?
nuestras hendiduras nos impedirían mentir
entonces si me afirman
que la mitad de los quemados de la Posta Central
son un porcentaje a lo bonzo
puedo mirar sus magulladuras
desear sentirlas como se supone que se sienten
sulfurarme como se supone que debo sulfurarme
y sentir los magnolios y fumarme las colillas
juntar los encendedores que dejan en mi casa como trofeos
o medallas o estatuas milenarias
rendir en cada chispazo homenajes modestos
tener altares como ofrendas colgando de las paredes
oír con tristeza los anuncios de la radio
los pequeños incendios
propagándose
besarme con chicos que echan de menos a otros chicos
todo eso un alivio tierno, porque así son todos los alivios
mirar por la ventana y ver a los magnolios
pensar que ya es época de magnolios,
que es hermoso que una flor salga de un árbol
que los árboles den flores y frutas al mismo tiempo
todo eso pensando en la sala de los quemados
de la Posta Central
en esa blancura triste como astillas de cuarzo
estalactitas en mi espina dorsal
y la mitad de los quemados por voluntad propia
Cambio de estación
Todos los años
un árbol nuevo en el mismo agujero
un limón de pica que no sirve
y los ciruelos, nísperos
las hojas naranjas del liquidámbar
mis tréboles favoritos
las mariposas negras
insecticidas
la inestabilidad de los maceteros
que habitaban la casa
y el romero que me llevé
a mi primer departamento
Una vez una llamada
la puerta cerrada por dentro
jugué con un alambre
mientras esperaba
recordé las flores artificiales
y ese polen que se les cae
sin nada de gracia
Un domingo
En una cancha oval
un niño rebota la pelota en la pared
mugre
a esa hora la siesta de domingo
desolando los patios
los dibujos de la ropa arrugada
colgada en el barandal
es un cliché que nos resbala
como los murales de San Miguel
no es que siempre tenga sed
pero ahora me parece espantoso
desear agua
no es que siempre me interese
pero ahora me parece aterrador
ver el movimiento de regreso
la cancha oval marcada con tiza
el niño bordeando los cuatro años
-la edad del discernimiento-
la violencia del balón que se devuelve
más rápido y más pesado
el dolor de la presión
ojitos chinos que se comprimen
una aureola roja sobre la piel
un silencio que cruje
antes de empezar
otra semana
Francisca Pérez Morales (Santiago, 1998). Es estudiante de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de Chile. En 2015, obtuvo el primer lugar en el X Concurso Metropolitano inclusivo de cuentos, honroso y segundo en el lll y lV concurso de poesía organizado por la municipalidad de Lo Barnechea y el primer lugar en el 3º Concurso Juvenil de Poesía, organizado por la Fundación Pablo Neruda. En el año 2016, fue becaria del taller organizado por la misma Fundación y obtuvo mención honrosa en el concurso Roberto Bolaño.
Prólogo o teoría de cuerdas
“Si el Hombre es 5
Entonces el Diablo es 6
Y si el Diablo es 6
Entonces Dios es 7”
Pixies
- Las tríadas se componen de tres grupos que tienen relación entre sí, se complementan y sin la existencia de una, no es posible la existencia de la otra. Son movimiento, e intercambio constante de vibración, de rabia contra su coetáneo.
- Se necesitan tres puntos no alineados para determinar un plano, y son tres los elementos base en diferentes aplicaciones (tres colores primarios, tres planos metafísicos, tres potencias de la inteligencia humana, tres estados de la materia). Para mantener el equilibrio de la familia convencional, se usan tres elementos; padre a la cabeza, madre e hijo como base del triángulo. Paralelo a esto, la regla de tres es una regla que no se debe romper bajo ningún ámbito, y debe repetirse cuantas veces sea posible, por lo que se suma un grupo más; vida-muerte-resurrección.
- La finalidad es la descomposición de las triangulaciones desde dentro, abriendo las grietas de los espacios oscuros, de la regla moral familiar, de lo que se ve correcto socialmente. Las palabras se unen, como el nido de un ave que funciona críptico entrelazado para dar calor, crear incendios. Los circuitos son como el hielo, y poseen la propiedad cortopunzante del vidrio roto. Un vidrio que cuando se une, encaja a la perfección en alguna ventana, reemplazando ese umbral parchado por el padre con cinta de embalaje.
- Poner atención a las señales, a los pájaros que hablan y que con sus ojos negros reflejan el vacío o el espacio entre los cuerpos que no está. El ave es quizás el posible gobernador de un mundo que se reconstruye, tan bruscamente, que lo hace sin tomar en cuenta su propia esencia extinta. Los ornitólogos lo saben, cada pájaro tiene su propia historia construida como el eterno observador de estas murallas. Con una mitad afuera, y otra encerrada en la Atmósfera.
- La primera cuerda viene desde la entraña, desde el fondo de la tierra, y se expande hasta los faros, reflejándose hacia alguna mujer que se mire y solloce porque la mujer suele hacerlo, y también conversa con las escobas y mimetiza su cuerpo con las madejas de lana, siempre pisando estrías, aunque sus piernas se llenen de unos ojos amarillos de perro muero.
- La segunda cuerda forma un vitral que puede ser peligroso si no son bien encajadas las piezas. Su dimensión, está repleta de falsas verdades. Esto es resultado de que el padre toma control de todas las acciones, desde respirar hasta el acto de escribir. Por esto, la segunda de las cuerdas parece ser un gemido doloroso, que termina en el parto o la reconstrucción de la casa, niños enfilados de tres en tres.
- La tercera cuerda se manifiesta como la última respuesta vibratoria. Visualizada como un niño que se embarra el rostro y detiene el movimiento del plano.
- La tercera cuerda está escrita con el objetivo de matar al padre.
Martín Torres Miranda (Santiago, 1996). Estudiante de Letras Hispánicas en la Pontificia Universidad Católica de Chile. El año 2008 fue premiado en el Concurso “Dar la Palabra”, organizado por la UNICEF y se publicó su cuento “Más vale sueño en mano que cien realidades volando” en la recopilación Dar la palabra (Buenos Aires: Editorial Planeta, 2009). El 2015 ganó el premio Gonzalo Rojas “Nacimiento del relámpago” de poesía y también fue becario del taller de la Fundación Pablo Neruda. Ha sido incluido las siguientes antologías: “90 revoluciones”, antología de poesía joven latinoamericana, editada por la editorial Mecánica Giratoria (Ecuador, 2015); “De Macul en el castillo” (Santiago, Editorial Punta de rieles, 2016), “La vida es un Shonen”, 1ra antología neotaku en Chile, (Santiago, 2016). En 2016, obtiene la Beca de Creación del Fondo del Libro del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, con el proyecto de creación poética “Interdictos”.
A los animales atropellados en la calle
Preferir dejarlos ahí
es una opción
Ver cada día una nueva marca de la putrefacción
se nota primero la piel
que comienza a soltarse
los ojos reduciéndose a cuencas
de a poco
día tras día
el cuerpo más aplanado contra el asfalto
un abandono que carcome casi a caricias
El rigor mortis de las palomas
todo parte con una pluma que se desprende
o un ala
luego, un día u otro
el cuerpo irreconocible
solo trozos de cartílago y rastrojos plumíferos por aquí
y por allá
Aparece un papel arrugado
¿un confort
o una bolsa?
¿qué es ese bulto?
Pero justo antes
justo antes de que tu mente defina
la figura definitiva de un cuerpo aplastado
así, puro amasijo de pelos
das vuelta la mirada
y prefieres haber visto una bolsa de basura
o una caja de cartón mojada
Un día en el Río Mapocho
un perro que parece que se fuera a levantar
-está moviéndose, mira-
flota entre los destellos fúnebres del agua
-está vivo- repite
e s t á m u e r t o
acostado en el sedimento del fondo del río
grande aún, vivaz como nunca
pero date cuenta
el río lo arrastra de a poco
todo es de a poco
metro a metro se va alejando
metro a metro hasta unirse con el comienzo de las aguas
allá lejos, donde vive ese relámpago que se lleva las almas de los olvidados
(manteniéndolos así… olvidados)
Y es aún más
en la realidad más real
esa que no censura ningún acto
y es por eso mismo más real
y más dolorosa aún
a los perros atropellados los recoge el camión de la basura
que luego los abraza
entre los grandes labios metálicos de la compactadora
y los sella como un secreto cruel
Hay un animal muerto en medio de la calle
las ruedas le pasan por encima
y parece no importarle
la muerte nos hace más impenetrables, el dolor más incoherentes
Un día o dos
un año o dos
el animal se transforma en una mancha oscura
que destiñe en medio de la calle
un día o dos
un año o dos
el cuerpo en sepultura
fundido al pavimento
invisible
atrapado célula a célula entre las ruedas de los autos
que lo reparten por la ciudad entera
Su cuerpo en reservada sepultura
esperando, porque
Todo sucede de a poco
espera un día o dos
un año o dos
para los sacramentos de las veredas
en el camposanto de la calle
Congénito
A mi primer mes de vida
ya era un licenciado en hospitales
Ernia, incubadora, cesárea y ecografía.
El sabor del suero cayendo a través de los irrigadores de sangre
me fue más próximo que el del pecho de mi madre.
El calor uterino de los pabellones.
La cálida mano de una enfermera
cubierta de guantes antisépticos
me dio mi primera caricia.
A los cinco
postgrado en cicatrices
una caída a la salida del baño
un golpe en la cabeza contra la esquina puntiaguda de un velador
fueron mis tesis de grado.
-¡Qué precoz!-
decían aplaudiendo los médicos de la urgencia
Mientras suturaban mis certificados de título.
Y luego más
-no hay que estar conforme-, me decían
Extirpación de lunares malignos a los doce
apoplejía y falla del pulmón izquierdo a los quince.
Me dijeron que no iba a vivir igual que los otros jóvenes
¡Oye! -les escupí sobre sus mascarillas a ellos-
no me comparen con mozalbetes faringosos, alérgicos o gripientos.
Aneurisma y resfrío son mundos muy distintos.
(Me callé)
Cuando la primera bocanada de sangre me salió junto a la tos disfónica
a los diecisiete.
Me fui entonces al extranjero
especialización en cáncer
agujas y quimioterapia no eran lo mío
me sentí asqueado a la segunda sesión.
El terreno metastásico estaba muy trillado
y yo a mis veintiuno no conocía el amor.
Hemofilia, hemopstisis, hematuria
pero no el amor.
Y con todos mis títulos
mis diplomados
me estaba muriendo
tajante de bisturí
me estaba muriendo.
A mis veintidós
postración y camillas de nuevo
el beso de los catéters no me alegraba como antes
ni me reanimaban los choques fríos de los desfibriladores.
Mi último logro:
Falla multisistémica con epicentro en hígado, pulmón, estómago
Lobotomía, pensé.
Fractura de la moral o falla de los nervios.
Dislocación del miembro cardiaco con principio de autopsia
A mis veinticinco
Graciela Olave Ramos (Concepción, 1995). Estudiante de último año de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad de Chile. Ha participado en el Taller “El ritmo en la narrativa” con Yuri Pérez (Balmaceda Arte Joven), Taller literario de escritura creativa en la SECH también con Yuri Pérez, Taller de poesía con Tulio Mendoza en Concepción y Taller de la Fundación Pablo Neruda año 2016. Actualmente se encuentra editando su primera novela “Arsénico” con la editorial Narrativa Punto Aparte.
Fin de Ruta
“Esta casa que hemos compartido durante tantos años
…..es bajita como el suelo y tan alta o más que el cielo,
…..pero, estad vigilantes
…..porque al menor descuido confundiréis las señales de ruta
…..y de esta vida al fin, habréis perdido toda esperanza”
Juan Luis Martínez, la desaparición de la familia
I
Supimos que el río
se había secado
y no valía la pena
adentrarse
perderse
en la violencia del silencio
Árboles como abuelos
toman el sol fuera de casa
se desarman
las escaras, los huesos
caen, alimentan
a los treiles.
II
Caminamos descalzos
las ramitas ya no quiebran
tu piel para advertir
la falta de sombra.
Nos desorienta el calor
o una rata que huye
después de tantos años creyéndola muerta
en ese cúmulo
de zapatos de verano.
La tierra cuando tiembla
desarma vertederos y nidos
III
Andar, sostener
la mitad del cuerpo
hecha de escamas
soplarte en la nuca
un diente de león
los mirlos aprovechan nuestros restos
construyen nuevas señaléticas
pavimentan
el límite del bosque.
Grito vacío
Derramo la voz en el piso
mis zapatos se pegan como al chicle
el niño que nunca engendramos
busca un fósil pegajoso
en los pelitos de la alfombra.
Doblar en las esquinas no se puede
pasillo torcido
esguince en las manillas de las puertas.
Me quedo atornillada en un condicional
sujeto las paredes con la espalda
que siempre caían como derritiendo
habitación por habitación.
Me gasto
como una piedra
de afilar.
Me aplana el edificio y sus alturas
repliegan al invunche que hay en mí
los dientes me encementan
los dientes
me separan
en un grito.
Compite con la lluvia en la ventana
mi saliva
se me secan las palabras
se me corta
el Invierno.
En mute no permiten que haga falta
mi palabra
ni el sudario
que le abruma la silueta.
Peso muerto
Una planta inconclusa
al final de cada pasillo
recorta
la vista desde el departamento.
Caminas rápido
para cerrar las cortinas
antes de que entre la helada
meticulosa
como un alacrán que espía desde el rincón
más sucio de la cama.
Entre tanto espacio un cactus se muere
ando siempre
dándome golpes con fragmentos de la casa
preguntándome
cómo es posible que en dos años
compráramos tan pocos muebles.
Llego de calles extrañas
y dejo las llaves
en algún cadáver vegetal
Inmovilizo
adhiero mi cuerpo
a tu torso de pastizal seco.
Se prende la basura en la cocina
como en los campos
agarra una chispa
más fuerza de la habíamos
premeditado.
Pablo D. Sheng (Santiago, 1995). Obtuvo el premio Roberto Bolaño en la categoría novela. Publicó Charapo (Editorial Cuneta, 2016).
No más chinos (dos fragmentos)
Olor a comida china
aceite negro, vapor de carne y arroz quemado
unas monedas lanzan el I-Ching
los vecinos solo hablan de noche
comen arrollados para no molestar.
Las cervezas esparcen sonidos de cañerías
y wáteres en mal estado.
Preferimos partir labios
humedecerlos en sal.
Aún no se acuestan
dan ganas de rayarles
NO MÁS CHINOS
las luces de neón los cobijan
pantallas de papel que sudan la fachada del edificio.
El restorán, el milagro de anochecer
sin que nos imaginemos cuotas
de quitarnos los vellos uno a otro.
Al día no lo cargo con nada
menos mirando arbustos
las mismas rejas de pasajes
calles divididas a cuadros
imágenes de un barrio cenicero.
Psiquiátricos y el San Cristóbal
barcos que conectan el Mapocho con Pekín.
El techo falso se nos cae encima.
Barremos, pero hay pichones moribundos
miramos por la ventana
un perro ladra, jadea bajo su sombra
lame su lomo.
Sale un chino en bicicleta
fumando, moja al perro, tranquilo.
Una posa lo embarra, chapoteamos
mientras adornamos un florero
con picos y patas de pollo.
Tus muelas del juicio
aún no abren las encías
por eso estás
mirando patos amarrados
te detienes a pedir
ají para tu ceviche
yo solo veo
humo que quiebra
al cielo, café en nuestro vaso
lúcuma, harina
grumos de queque
beso, la cumbia, Chiclayo
también es Santiago
otro sol, el rouge
una manera
de nombrar el río
anticuchos de gato
bacterias, los hilos
compramos cierres
mirando rodelas
alfileres, pincharnos
los dedos, sangrar
como sangran
mis encías
flemas, un atardecer
en taxi, chao a luces
semáforos apagados, otra vez
la nieve naranja y nada
un mundo de azulejos
luces fluorescentes, mejor
que el agua borre
tatuajes, la capa de encía
cubo de hielo
amarilla una muela
partida, mañana
a las diez nos vemos
otra vez pescado
ceviche, carne
de pangasius, cebollas
que arden los ojos
atrapan sus capas
dormir, sueños
el corazón
en un ajo y
nos imaginamos
robando monedas
de teléfonos
placas madres
de videojuegos, máquinas
de apuestas, cascadas
tu vientre
bañarnos bajo nidos
de antena satelital
un colmillo
te atraviesa
el labio entonces
podremos adorarnos
tal como una vez
nos dijimos
tal como una vez
te dije
que un mono
te regalaría
así: un mico
que salte al edifico
más alto de la ciudad
nos mire boca abajo
regalarnos ramos
claveles
un pétalo que es
el más alto pico
nevado, el océano
en nuestras
narices de mono
pies y garras
hechas charqui
a la venta
como patos amarrados
al puente, colgantes
formas de encadenarnos
si a oídas retenemos
el segundo en que
una naranja se exprime
alguien se saca la polera
baila y lanza
aceite de sus pelos
y tú solo sorbes
el resto de jugo
me dices que tome
pero me ensucio
las manos, estampo
grasa en servilletas
de papel, las ampollas
soles rojos, herpes
iluminando tu mejilla
hinchada, yace
tu sombra al lado
del río, te diré
no importa, podremos
ser felices.
Maximiliano Andrade (Santiago, 1990). Publicó Bonzo (2016, Cástor y Pólux, Santiago de Chile), aparece en las antologías: Halo, 19 poetas chilenos nacidos en los noventa (2014, J.C. Sáez Editor, Santiago de Chile), Mil Novecientos Violeta (2015, El Gaviero, Almería, España), y Pasarás de moda (2015, Editorial Montea, León, México). Participó en la exposición Poetry will be made by all! (2014, 89plus/ LUMA Publications, Zurich, Suiza) con el libro Sangre de pájaro [viaje al centro de las cosas].
De “Bonzo” (Cástor y Pólux, 2016)
I
Una fogata que ilumine el silencio
Quemaré mi cuerpo con monedas con billetes con papeles de un vacío irrenunciable Para construir una ciudad que explote todo el tiempo
Estallar sólo con un fin didáctico
como un profesor que exhibe su muerte
para enseñarle a una estrella
a dar luz
II
El fósforo es una anécdota del incendio
Quizás si mi carne ardiera sería flor mi pecho de hielo azul Quizás si mi pecho fuera flor de concreto caería como las aves abatidas por el viento Estoy ardiendo como un fósforo mientras el fuego quiebra mi voluntad
Es imposible tener la imparcialidad
de un monje budista frente a la muerte
como el impávido ritmo de la bencina
al escurrir por los bordes de la piel
Quemarse a lo bonzo sólo reencarna el cuero vivo
La calma es una utopía geográfica en la carne
el verdadero incendio no siempre quema por dentro
III
Entre el ruido de las llamas de un incendio personal
Los hoyos que deja el cuero tenso calzan las cavidades de la pulpa derritiendo los ojos las manos la boca y todo agujero que sostenga algún rastro de voluntad o quizás queden sólo los espacios quemados suplantando un pecho de granizo azul
Nunca habla quien se quema
brama
muge
bala
Retumba entre paredes de concreto derritiéndose
IIII
Inmolar el bosque de una piel donde nunca hubo árboles
La agitada lucha entre los corpúsculos dentro de los pulmones desencadena el choque de mucosas congeladas que calcinan las paredes reverberantes de las perforaciones que dejó la contracción muscular
Encender el brillo de los ojos involuntariamente
al momento de llorar
Nada apaga
el resplandor sobre las córneas
Decir cien veces luz
no suplanta la luminosidad
IIIII
Quemar la casa propia
El argot de los huesos no sirve para nada Si los caldos y los jugos penetran la humedad simbólica de los intestinos La cornamenta se descalcifica La hiperlaxa coherencia del pellejo cede ante la brasa
No hay arrojo en la instrumentalización de la carne
Pensar un lenguaje de señas
que no necesite señas
Distraer la imparcialidad del tiempo
sin objetivos
Fernanda Martínez Varela (Santiago, 1991). Socióloga y escritora. Obtuvo mención honrosa en el premio Roberto Bolaño (2015) y el primer lugar en el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral (2016). Ha participado en festivales literarios dentro y fuera de Chile. Sus textos aparecen en las revistas y antologías Otro Lunes (España), Puño y letra (Bolivia), Maestra Vida (Perú), Carajo (Chile), St. Paul´s (Barcelona) y en Halo, 19 poetas chilenos nacidos en los noventa (JC Sáez editor, Chile). Durante 2016, participa como becaria de la Fundación Pablo Neruda. Ha publicado los libros de poesía Ángulos Divergentes y La sagrada familia. Actualmente mantiene el libro inédito El génesis.
La sagrada familia (fragmentos)
Si escribía el vidrio rasguñaba es este el lenguaje que me aterra Malagüera la bisagra como a punto de decir ahí no entres parpadea la luz fuerte Pues abajo hay una bestia que no quieres ver Colas salen desde su nariz Nidos ya tendrá de ratas las orejas Algo se asomó Si al caminar rechina justo cruje donde estás parada como tonta! La radio está encendida no te oigo bien Escribe qué encajes delicados el mantel tenía de charol tullidas piernas frías Di que parecía un tulipán No tomes en cuenta las moscas
Entonces se hurga si tiene una bestia en su vientre mis piernas sus pies o cabeza dice una bestia habrá que matar La tuve en mis brazos era una niña escribe la niña de tripas más bellas con formas de nubes era exagera! El ave yo he dado a luz en cuclillas con alas pringosas de hollín Allí carolín con la boca tapada iba Tosiendo retazos de lengua temía dijese las tripas me enredan el pelo Pues quiero ser madre y no es justo si sale una bestia del vientre Quizás deliré
Cuando quiero ser mamá Pienso en esposo En cinco hijos de una todas niñitas Vestidos trenzas la enana el colegio católico Pero pienso en esposo En un hombre aburrido que coja con orden Nada por detrás dueles por atrás los hijos no se cagan Por atrás por la puerta de atrás la enana Los calzones colgados y tus calcetines En mi madre y su casa preciosa Cortinas decoradas adecuadas telas Muebles importados de pino oregón La alfombra vistosa y rara No corran no pisen sólo visitas La casa para perros educados El jardín dibujado por un chiquillo hermoso y cortés Y pienso en esposo en domingos la misa el diario sección b mi padre sección b mi abuelo La revista de campo las niñas en el álbum Las fotos del parto la torta los globos Las amigas del jardín sus perfectas madres La hora del té mi abuela Con su lámpara llorona en su bello comedor En su casa qué alta y grande Pasillos qué largos fríos La alfombra vistosa y rara Los cubiertos de plata Cuántas copas yo no entiendo La campanilla que suena la enana que corre de allá para acá Luego el mareo El mareo y los síntomas de parto Yo quiero ser madre porque soy mujer Y porque soy mujer Pienso en esposo
Si pienso en esposo te veo a mi lado con tu pezón negro y pobre Tu pelo de chuzo labios bruscos quijada poco delicada Esas caderas anchas americanas Pies de tu padre uñas mordidas falta de esmalte Diez nudillos secos Miro el techo y el reloj dará las doce Me avisas que a las seis me tocarás Roncas te digo dejes de fumar Vayas al doctor por el tabique Si pienso en ser madre levanto la sábana tu pezón sigue negro y pobre Ombligo promedio piernas moradas la no turgencia Esa extraña franja común americana Labios de rudo mineral La fea forma de tus cejas
Marcelo Nicolás Carrasco (Santiago, 1999). Poeta y artista visual. Autor de “Catalepsia” (Piélago, 2015). Ha participado de diversas lecturas y actividades entre las que se cuentan el Ciclo Poesía Constituyente y el encuentro Haremos Desaparecer el miedo.
Incisura
No sé, yo sólo quiero sentir tanto como pueda.
Es de todo lo que trata el alma.
Janis Joplin
Había que salir del cuerpo y salirse cómo.
Merodear los orificios incisuras grietas nudos
bajos hendiduras.
Escaparse.
Evaluar el más afuera los pliegues las salidas
y dejar caer esos hilitos rojos hebras
líneas rojas.
Como sangres por el ojo del lagarto al enemigo.
Al más adentro. Menos fuera.
Retenerse. Saber cuándo.
Separar todas las partes y juntarlas.
Todas juntas en un orden en un otro
en un tercero.
Repartirse.
Repactarse en lo genuino. Desasirse.
Renacerse
en todos los lenguajes y las lenguas. En las alas.
En el habla insecta escapada de su frasco.
En la única experiencia física que huye de la carne
Volverán
Diles que me perdí en el parque, mamá. Que no regreso.
Que de tanto tironear perdiste el brazo y el horror
salía a borbotones de tu hombro.
Me morí.
Si preguntan -que lo dudo- diles que era un laberinto
de animales de concreto: Una jirafa
Un cocodrilo
Un elefante.
Eran sombras. Más oscuras que la vida. En un rincón.
Eran como almas de animales de concreto.
Como infancias rotas de concreto rotas.
Como rotas cláusulas de pactos innombrables.
Como nombres clausurados en el pastizal del parque.
Me llevaron. Di que me llevaron. Que no fue tu culpa.
Hazlo parecer una mentira. Así te creerán
y nos veremos en las noches, madre.
Tú conmigo. Yo contigo. Tu. Mi. Yo. Tú.
A través del enrejado trae lápices papeles formas
y colores.
Para que yo salga fuera aunque no salga.
Me quedé jugando diles, con los animales
con los árboles.
Que raíces me salieron en las piernas.
Que luchaste. Que intentaste. No pudiste.
Me quedé jugando diles, con mi cuerpo
con tu llanto.
Dando vueltas en la rueda. Con los niños.
Cuando mis hermanos crezcan les explicas,
se los cuentas.
Diles que a las 7.30 – al otro día- se abre el parque.
Cuando vayan por sus hijos me hallarán jugando.
Cuando vayan por sus hijos. Volverán.
X
La fuerza de una fuerza.
De qué fuerza.
Preguntarle a los objetos y encontrar preguntas
que preguntan otras cosas.
A otras cosas.
Otras tantas.
Este lugar ha sido construido por el hombre.
Este lugar no ha sido construido para el hombre.
Estas cosas no son estas cosas.
qué preguntas qué encontrar qué fuerzas
El paisaje es una imitación de lo que quiso ser.
Su réplica.
No es la proyección en el principio.
En qué principio. De cuál ciencia.
El paisaje es lo que quisieron que no fuera.
La máquina de hacer pájaros
Podrán inventar la máquina para hacer pájaros.
Podrán salir y acabar con todos los pájaros del mundo
de una vez por todas.
Podrá desaparecer también el hombre de la tierra.
Pero no conseguirán exterminar el origami.
Emilia Pequeño Roessler (Santiago, 1997). Estudiante de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad de Chile. Ha participado en talleres de poesía con Héctor Hernández Montecinos, Javier Bello y Raúl Zurita. Forma parte del colectivo de poesía Taller Juan Gabriel. Actualmente trabaja en sus proyectos La Tumba Serás y La ronda del hambre. Este último obtiene en 2016 la Beca de Creación del Fondo del Libro del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
La tumba serás (fragmentos)
como quien recompone un himen roto
no tuvimos más opciones que armar una canción
juntando retazos de aspiraciones desgastadas
la acumulación de los días que resaltó la historia
agarrándonos de los escombros
hurgando entre la basura
como un simulacro de intimidad
en el silencio que imponen las luces de una micro en la madrugada
su andar sobre el asfalto roto
cada ventanilla como habitáculo
las palabras que leíamos, residuos en los rayados de los paraderos
como las inscripciones de las tumbas de los héroes
como la letra del himno nacional
nuestros nombres:
la marca de un plumón que se irá borrando por el uso de los asientos
*
en los supermercados
las cajas de mercadería se apilan infinitamente
y de niños creemos que son las casas de las cosas que comemos
Animita
mi país es una esquina en que se orillan los cacharros que ha botado el mar
todos estos años de patria rota, cortopunzante
bultos acarreados por equecos afónicos
apilados a lo largo de las abolladuras del mapa
paquetes de supermercado desescamando sus muñecas como grilletes
invasión de trastos plásticos con olor azumagado en las alacenas de las casas
bolsas de basura reventadas en los bordes de las veredas
las huellas del trajín de los descalzos sin nombre
escarbando cartones entre las sobras de las trasnacionales
como perros olfateando los huesos de un pollo desollado
la esperanza de ganarse cuatro paredes, una puerta y ventanas
mi país es un bordado torcido sobre arpillera sucia
montado en los hombros de toros atrofiados sin raza
campo de flores machacadas que se oxidan
silentes como las palomas que se bañan en el agua contaminada de los ríos
amarga e inhabitable, ácida de cenizas volcánicas
derrotero de los mártires que llevan a sus santos a cuestas
se le aferran aún con las uñas unos pocos
los que no encontraron la reja para salir
sus caras molidas por el cansancio
creen en la inercia como modo de resistencia
estigma de una inmolación involuntaria
mi país es una costra alargada que chapotea en nuestra sangre
y duele
el caminar a pie descalzo por las calles astilladas de faroles quebrados
ampollarse los ojos ante el fuego de las barricadas
atropellarse la lengua para no hablar más de la pena
la melodía perdida de los organilleros que amaestran loros
pasean por los barrios y nos anestesian de nostalgia
como cuando los chamanes de guitarras despintadas
cantan en las micros por nuestras monedas
repiquetean en las fotos granuladas de primeras comuniones
los programas que veíamos las tardes de domingo
ese jugo que yo tomaba y ya no existe
las botellas de bebida y los medidores de gas
el matinal a las nueve
las noticias a la una
la teleserie a las cuatro
las noticias a las nueve
el reality a las diez
las noticias a las doce
mi país es un campo de batalla que nunca se usó
ciudades de metro cuadrado amuralladas de cholguán
orilladas por bosques de yuyos secos que amenazan incendiarse
el sonido de la lluvia sobre el zinc como disparos de una ametralladora
tinajas roídas por la humedad descascarándose
gatos tuertos vigilando sobre las tapias
el aserrín hinchado frente a los guardapolvos que espera la flagelación de una escoba
se parapeta en el tiempo como un soldado vencido antes de nacer
cajas de lata repletas de hilos amarillentos juntadas en secreto
mi país es la animita de un accidente brutal
cachivaches en memoria de la mugre bajo las alfombras
siglos enterrados bajo las baldosas enrojecidas de tanto encerar
estampitas de caras borrosas gritando que aquí se mató
una tía, un abuelo, un hermano lloran acurrucados en una fosa común sin conocerse
una bandera agujereada flamea sobre sus cabezas
las lombrices sabrán por ella que están hechos de la misma carne
esa carne aplastada que se adormece al arrodillarnos cada día
para hacer una plegaria a todo lo caído en el intento
y prender velas al monumento del edén que nunca se construyó