Presentamos una muestra de Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, España, 1948). Es profesor de literatura española en la universidad de su ciudad natal. Ha publicado diez libros de poemas: Maneras de estar solo (1978, Premio Adonais), Páginas de un diario (1981), Elegías (1984), Autorretratos (1989), La vida (1996), La certeza (2005, Premio Nacional de la Crítica), Oír la luz (2008), Sueño del origen (2011), Antes del nombre (2013) y Quién lo diría (2015). Los cinco primeros están reunidos hoy en Las cosas como fueron. Poesía completa, 1974-2003 (Barcelona, Tusquets Editores, 2004), y los cinco últimos han sido publicados también por Tusquets en las fechas indicadas. Antologías de su obra: Confidencias (Sevilla, Editorial Renacimiento, 2006), El manantial del tiempo (Puebla, México, col. Babel, Universidad de las Américas Puebla, 2007), En el árbol del tiempo (Valencia, Editorial Pre-Textos, 2012) e Hilo de oro (Madrid, Ediciones Cátedra, 2014). Alguno de sus libros y antolologías de su poesía han sido traducidos a diversos idiomas.
La llovizna
Estar allí otra vez, en la mañana
de principios de junio,
andando de tu mano
por la gran plaza, en la que cae ahora
una leve llovizna.
Se desplazan solemnes por el cielo
las grandes nubes, y de pronto se abre
aquí y allá algún claro de oro vívido
en la vieja ciudad de las alturas.
Vienen y van las gentes
de sus quehaceres hacia sus asuntos
y no nos ven siquiera.
A nuestro lado indiferentes pasan;
qué saben de prodigios.
Bajo el paraguas gira nuestro mundo,
solamente por ti y por mí habitado.
Estar allí de nuevo,
en la mañana aquella.
Tus labios rojos en el aire gris,
y, entre risas, tus ojos que en lo oscuro
reflejan un relámpago.
En la luz de la vida
(Luci)
Qué piedad en los sueños. Esta noche
volviste a estar aquí, en la luz de la vida,
aunque dicen que nadie de donde estás regresa.
Sí, volviste, muchacha maravillosa, y yo
doy fe de haber estado contigo, de una forma
natural, verdadera, como tantas
y tantas veces en los viejos días.
No hay mentira en los sueños, ni atrapan nuestras manos
vientos mientras suceden: le suman al vivir
un vivir muy profundo.
Te vi de nuevo niña, allí, en Las Lomas,
en el fulgor hermoso de un verano
familiar, cuando estaban nuestros mayores vivos
y se escuchaban risas y cigarras
en la casa y el huerto.
Y simultáneamente también iba a tu lado
andando por las calles de Lisboa,
con Marili y Joaquín, todos tan jóvenes.
El gran río pasaba, y no advertíamos,
a través de la dicha,
su lento discurrir vertiginoso.
Y en el caleidoscopio del soñar
mis ojos te encontraron,
sin transición ninguna y sin mudanza apenas,
en una imagen íntima
de tu casa de Murcia, en Santo Ángel,
ya en tus últimos años, junto a tu hija. Hablabais
de vuestras cosas dentro del amparo
de una mañana quieta, y la besabas,
y pasabas tu mano por su pelo.
Las escenas soñadas, tan distantes
en el tiempo entre sí,
estaban como unidas en un momento único
por tu limpia sonrisa y la viveza
de tus ojos oscuros.
Y luego, poco a poco,
comencé a despertar. Tú fuiste retirándote
de nuevo hacia tu muerte, muy plácida y conforme,
e igual que siempre aún me sonreías
desde el final del sueño.
Un vaso de agua
Qué suceso increíble:
llené un vaso de agua y lo alcé hasta mi boca.
Era ya media tarde. Me había detenido
cerca de una ventana, aquí, en mi casa,
en este día tan claro de febrero.
Llegó el vaso a mis labios
y en ese mismo instante lo atravesó de pronto
un haz muy apretado y muy intenso
de luz del sol poniente.
Cuántos asombros. Todo rompió a arder
con lumbre limpia y mágica:
el agua y el cristal, el cuarto entero,
mis ojos y mis manos y mi vida.
Sin dar ni un solo paso estuve en todas partes.
No sé cómo decir lo que ocurrió,
cómo expresar que sucedieron siglos
de redención y bienaventuranza.
Oro licuado y tembloroso el mundo,
astilla viva yo de un súbito diamante.