Presentamos una serie de textos de la poeta Julieta Gamboa (Ciudad de México, 1981). Es autora de los poemarios Taxonomía de un cuerpo (Fondo Editorial Tierra Adentro, col. La Ceibita, 2012) y Sedimentos (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016). Algunos de sus poemas fueron incuidos en Dos voces dentro de mí. Antología de la poesía mexicana contemporánea, editada por la Asociación de Escritores de Voivodina, Serbia, en 2014. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2008 a 2010. Es maestra en Letras Latinoamericanas por la UNAM.
Suturas
El tiempo de vida de mi célula más vieja
es mucho menor que el de mi edad biológica.
No queda ninguna de la infancia,
pero me reconozco en esa explosión originaria
de las primeras células
y conservo las marcas que dejaron las antiguas en las nuevas
antes de su muerte.
La naturaleza se hizo una sentencia
grabada en la memoria de las células.
Despojada de mi nombre
me dieron un trasplante
de anormalidad.
Mis órganos de desviada congénita
como me llamó la ciencia,
cedieron,
y a un tiempo,
arremetieron para expandirse.
En el ciclo de bipartición
el mapa celular trazó
mi falta de pertenencia,
la rigidez de mis músculos.
la superficie incomunicada del centro,
y simultáneamente,
los puntos de placer únicos,
los flujos que no pudieron detenerse.
Tal vez
lejos del oído hipertrofiado,
hinchado de palabras,
me reconozca en la textura de mis órganos,
en sus destellos,
su potencia
protegida de las disecciones.
Me imagino cómo sería
trazar una incisión vertical,
fina,
en un punto preciso,
centímetros adentro.
Traspasar la piel,
los tejidos,
remover el peso muerto.
Prolongar el camino de las redes nerviosas;
comprender los movimientos sordos de mis órganos,
su acomodo,
la relación impalpable de unos con otros.
Vaciarme,
disolverme en sus batallas invisibles.
Más cerca del sistema que transporta mi sangre,
del rojo arterial,
quizá encuentre algo extraviado,
ensordecido ante el bullicio que me nombra.
Respiración
Los ciclos se cumplen a partir de repeticiones.
Si no hubiera desarrollado el ciclo de inhalar y exhalar,
y tuviera una respiración distinta,
no reaccionaría
con un ritmo agitado ante un insulto callejero,
o una contracción de los pulmones frente a un grito de dolor.
No intentaría inhalaciones profundas
para acompasar los momentos de violencia.
¿Cómo sería caminar sin sostener el compás fijo
de ese movimiento involuntario?
Hay peces pulmonados.
seres híbridos,
mitad pez, mitad anfibio,
con aletas lobuladas y orificios nasales,
que pueden respirar en aire y agua.
Eso los hace flexibles,
con movimientos que se anticipan al peligro.
Si experimentara una respiración cutánea,
el intercambio de gases expandido sobre toda la piel,
la piel sin filtros,
sin capa sobre capa
para separar el afuera del adentro,
protegiendo el adentro,
si mis pulmones con sus formas poligonales,
fueran un órgano secundario,
probaría un cuerpo distendido
no tan pendiente de los intercambios,
la espera,
los tiempos de los otros para asirlos,
en el ciclo de las repeticiones.
Derrumbes
La carretera termina.
Entro en un espacio lejos del óxido
en el que todo está por despeñarse.
El camino asciende sin bifurcaciones ni cruces,
columna vertebral
con un único punto de llegada.
Mastico la carne azul del derrumbe,
la carne de un dios que desconozco.
Su sabor amargo fija un grito en la garganta;
mi sangre se impregna,
se fragmenta,
es arrastrada hacia la tierra.
Las montañas abren sus átomos para el aire;
la respiración de los arbustos roza mi nuca,
el susurro desarma mi lenguaje;
mis venas crecen,
crean un diálogo con la corteza de los árboles.
Por un momento, todo se concentra en el ojo,
todo se dirige hacia el barranco,
todo existe en los conductos de las hojas,
en los pliegues de las piedras.
Desde el ojo saturado el habla se desgarra,
pierde su conexión con lo visible.
Las palabras son huellas enmohecidas,
alejadas ya de las cosas que nombran,
espacios vacíos, fisuras, restos.
Afasia temporal.
Nada que decir,
nada que las palabras colmen.
Lo futuro se desmiembra.
El tiempo, descentrado,
se alarga,
pero está lejos de ser un espejismo.
Después del derrumbe,
las cosas se reafirman como cifras que se abren.
Miro a un perro y me veo dibujada en sus entrañas.
Por una vez, mi cuerpo no se escinde,
no se ancla en su destierro
ni insiste en el ritual de sus heridas.
Después del derrumbe,
en este centro del mundo mana un lenguaje
lejano a las palabras.
Un ojo
La columna vertebral comienza a hacerse rígida
en la infancia.
Poco a poco,
las neuronas van dejando de ser flexibles.
Se van formando cuerpos con condiciones únicas,
precisas,
sin cambios perceptibles,
lejos de la fuerza salvaje de las bestias.
No usamos más algunas imágenes
para encerrar nuestras certezas sobre el mundo.
Omitimos las preguntas;
nos adaptamos a pequeños cuadrados
que se miden en centímetros.
Hacer un cuerpo otro,
distinto,
es soportar una mirada
de advertencia,
un examen
en la superficie que se vuelve transparente.
Mecanismos de corte y sutura
que proyectan un cuerpo tranquilizado,
aferrado
al espacio limítrofe de las retinas.