Dentro de la columna Camisa de once varas, Édgar Amador continúa con la sección de Poemas para beber en el Starbucks. Donde toca el turno de comentar, a propósito del nacimiento de Octavio Paz, un poema de su autoría incluido en su último libro Árbol adentro.
Poemas para beber (y para ligar) en el Starbucks: oyendo llover a Octavio Paz
Julio Cortazar decía que para él, la poesía de Octavio Paz era como una estrella polar. Yo comparto el dictum: sin ella, al igual que el argentino, yo estaría perdido. Sin saber hacia dónde navegar.
No exagero. No es una licencia poética. Comenzándolo a leer en mi temprana adolescencia, Paz no sólo es mi poeta: es mi instructor, el reto perpetuo por pensar las cosas como él las habría pensado, en leer la vida como él la habría leído, un motor intelectual y musical que nunca me ha abandonado.
Cuando pienso en el Brexit y en Trump, cuando leo a Amichai o a Muldoon, cuando veo un cuadro de Anselm Kiefer, en algún momento pasa siempre por mi cabeza qué hubiera pensado él, cómo habría visto lo que yo veo. Inevitablemente. Sin darme yo cuenta de ello.
Ayer 31 de marzo de 2017, Octavio Paz habría cumplido 103 años, así que esta entrega de Poemas para beber en el Starbucks es para él.
Hace 30 años, en 1987, con 73 años de edad, Octavio Paz publica un libro hermoso: Árbol adentro, en aquella bellísima editorial llamada Seix-Barral. El libro abría con uno de los poemas más lindos que yo haya leído:
Óyeme como quien oye llover
Óyeme como quien oye llover,
ni atenta ni distraída,
pasos leves, llovizna,
agua que es aire,
aire que es tiempo,
el día no acaba de irse,
la noche no llega todavía,
figuraciones de la niebla
al doblar la esquina,
figuraciones del tiempo
en el recodo de esta pausa,
óyeme como quien oye llover.
Sin oírme, oyendo lo que digo
con los ojos abiertos hacia adentro,
dormida con los cinco sentidos despiertos,
llueve, pasos leves, rumor de sílabas,
aire y agua, palabras que no pesan:
lo que fuimos y somos,
los días y los años, este instante,
tiempo sin peso, pesadumbre enorme,
óyeme como quien oye llover,
relumbra el asfalto húmedo,
el vaho se levanta y camina,
la noche se abre y me mira,
eres tú y tu talle de vaho,
tú y tu cara de noche,
tú y tu pelo, lento relámpago,
cruzas la calle y entras en mi frente,
pasos de agua sobre mis párpados,
óyeme como quien oye llover,
el asfalto relumbra, tú cruzas la calle,
es la niebla errante en la noche,
como quien oye llover.
Es la noche dormida en tu cama,
es el oleaje de tu respiración,
tus dedos de agua mojan mi frente,
tus dedos de llama queman mis ojos,
tus dedos de aire abren los párpados del tiempo,
manar de apariciones y resurrecciones,
óyeme como quien oye llover,
pasan los años, regresan los instantes,
¿oyes tus pasos en el cuarto vecino?
no aquí ni allá: los oyes
en otro tiempo que es ahora mismo,
oye los pasos del tiempo
inventor de lugares sin peso ni sitio,
oye la lluvia correr por la terraza,
la noche ya es más noche en la arboleda,
en los follajes ha anidado el rayo,
vago jardín a la deriva
entra, tu sombra cubre esta página.
El castellano es un idioma poético. Su consonancia le da un poderío incomparable. Y en su genio está siempre lo poético. “oír como quien oye llover” es una frase del habla popular, un dicho de todos los días para decir que ponemos poca atención. Como un “ready made” Octavio Paz toma esa frase popular -le encantaba hacer eso- y construye una cantata, una pequeña aria sensual, ligadora, de una elegancia dulce línea a línea pero que cuando se acaba de leer conforma un poema romántico súper poderoso: una herramienta de seducción inigualable.
No creo equivocarme, si existe un poema que sirve para ligar, es “Óyeme como quien oye llover”, de Octavio Paz.
Postdata:
¿Qué tan chingón era Octavio Paz? Digamos, por ejemplo, que él prefiguró, predijo a Starbucks.
Lean estos versos de uno de sus más grandes poemas: “Piedra de Sol”:
«yo vi tu atroz escama, /
Melusina, brillar verdosa al alba, /
dormías enroscada entre las sábanas /
y al despertar gritaste como un pájaro /
y caíste sin fin, quebrada y blanca, /
nada quedó de ti sino tu grito»
Melusina es un personaje creado por el francés Jean D’Arras, en una fábula teatral publicada en 1392, que era presa de una terrible maldición: todos los sábados (ojo por si la ven hoy) se convertía en serpiente de la cintura para abajo. Alguna de sus representaciones para atenuar la fealdad de ese semi-reptil, representan a Melusina no como mitad serpiente, sino como una Sirena.
La más conocida de esas representaciones de esa Melusina light es justo la dama verde del Starbucks. Sí. La sirena del Starbucks es Melusina.