Poesía colombiana actual: Marisol Bohórquez Godoy

Presentamos la poesía de Marisol Bohórquez Godoy (Santa María, Huila-Colombia, 1982). Estudió Administración de Empresas en la Universidad Surcolombiana, Ingeniería Industrial en la UNAD y Especialización en Gerencia de la Salud Ocupacional en la Fundación Universitaria del Área Andina. Ha participado en concursos literarios convocados desde España y sus microrrelatos han sido publicados por la Editorial Letras con Arte en las antologías: “Fuego, aire, agua y tierra” y “La mar y sus gentes”. La colección Los Conjurados publicó su primer libro  La soledad de los espejos. Actualmente escribe poemas y ejerce su profesión como Ingeniera Industrial.

 

 

 

 

 

 

Poemas de La soledad de los espejos

 

 

Noche

 

Todo se ha detenido:

las horas de los hombres que duermen,

las alas de los pájaros que hallaron el nido

y el rayo de sol que vi partir tras la tarde.

 

Sombras misteriosas inician su danza,

festejo nocturno,

luto del espejo,

que niega la existencia.

 

 

Adiós a las palabras

 

Flotan sobre mi cabeza las palabras rotas

que suenan a historias repetidas,

las que se escriben y borran

o se lanzan al fuego.

 

Lentamente y sin gracia

entristecen el alma y quiebran la mirada.

 

Quiero dejarlas al viento y que arrastre sus cuerpos

hasta hacerlas silencio –oscura prisión–

que aumentará su condena.

 


 

El día de mi muerte

 

Todo aquí es silencio…

No suenan las campanas de la iglesia de mi pueblo

ni la voz de mi madre indicando que la cena está lista.

Se ha callado ese rumor de puertas

que anunciaba tu entrada.

Ya las cigarras no vendrán a despertarme

con su estridente sonido,

ni el frío me hará buscar tus brazos.

 

Aquí, donde yace mi cuerpo sin vida,

extraño el odioso ruido del reloj

y comprendo por fin los gritos

que traen la mejor noticia del día.

 

Ahora que no estoy bajo la misma mañana

de ojos paridos por la luz,

no podré decirle gracias a las horas,

ya no escucho sus voces.

 

Mi corazón ya no late de este lado

donde el tiempo no existe.

 

 

Ojos de gato

 

En mis sueños el reflejo de tus ojos

riñe con la luna…

 

Tus dilatadas pupilas

–luciérnagas que desafían la noche–

descubren los misterios ocultos;

como espejos de obsidiana,

invierten mi alma y revelan el camino.

 

Mi cuerpo en exilio interroga la ausencia…

¿Quién habitará mi sombra?

 

 


 

Tiempo

 

Los segundos,

como flecha disparada,

dejan huellas profundas a su paso.

Abren oscuros abismos

y nos sumergen hasta el fondo

de donde no es posible el regreso,

ni siquiera el reloj podría en su jaula detener

su acelerado ritmo;

son fugaces demonios…

que al compás de su música

desangran la vida.

 


 

Amanecer

 

La noche no está lista para morir…

El sol viene a secar sus lágrimas,

lágrimas que aún palpitan sobre el césped.

 

 

 

 

 

 

EL MAR Y SUS ABISMOS

 

Condenada a perder todas las batallas,

elegí ser mar en lugar de roca;

ser impulsada por el viento, sin temor a sucumbir

ante el oscuro vértigo de los acantilados;

porque después de la caída,

sé de la fuerza con la que se levantan

mis enfurecidas olas

y de los remolinos que forman.

 

Sé de la suave espuma que resulta después de un estallido

– labios sedientos que se desvanecen al besar tus costas-

 

No evitaré mi sal, capaz de corroer los imponentes barcos;

ni evitaré la desembocadura de aguas dulces

que me traen noticias de otros mundos.

 

Contendré en mi vientre criaturas nobles, bestias feroces

y seré testigo de los amores que se abrazan con el vaivén

de mi música.

 

Sepultaré cadáveres y sueños,

pero valdrá la pena este infinito de contradicciones

porque sé que me hallarás un día.

Pedirás luz a las estrellas

para navegarme en las noches

y  valiente como Ulises

enfrentar todas las tormentas

para conducirme a la orilla

donde mi cuerpo cristalino

sobre cálidas arenas encienda su danza;

tus pies se abracen a efímeras caricias

con el deseo de contenerme

o de regresar a mis aguas,

porque un marinero en tierra

es un hombre que ha perdido la vida.

 

 


 

ANTOJOS

 

Se me antoja

alojar en mi vientre

las mariposas que tus versos sembraron.

Retenerlas allí como a un hijo,

sentir esa preñez de tu voz

engendrando nueva vida en mis entrañas,

formando cada célula desde su origen

cada dendrita

que me une al centro de tu universo

al estímulo vital;

como la savia que corre a través del árbol,

quiero perpetuar el amor de tus raíces.

 

Se me antoja caminar por la calle

entrar a un café

y descubrir tu sonrisa de viernes

en el saludo del mesero,

despertar del sueño ante el eco de una pregunta

pronunciada por segunda vez:

¿Qué desea ordenar señorita?

Una simple pregunta que me devuelve de golpe

a este poco de realidad que me queda;

-necesario instante de confusión diaria-

para no dejar que el bleach del tiempo te borre

y ver cómo  los árboles sin hojas

le rascan la espalda al cielo

mientras  los envuelve en su sonrisa azul;

-inmensa belleza-

anhelante del profundo mar vertido en tus ojos

cuando mis ramas se mecen

agitando tu pecho.

 

 


 

EL POEMA QUE NO QUISO SER ESCRITO

 

Fui testigo de la guerra antes de mi nacimiento

Yo era un trozo de carne que intentaba latir

en un vientre acechado por la angustia

 

Resistimos el hambre de los violentos

La lluvia borró el silencio que dejaron las balas

Lavamos nuestras pesadillas en los ríos teñidos de sangre

y mordimos la oscuridad hecha ceniza

para enfrentar el miedo a un nuevo amanecer

con la muerte esperando

 

Vimos madres llorar a sus hijos

y esposas que eclipsaron el día con el luto en sus ropas

Nos aferramos cada noche a la protección de unos dioses

que aún no muestran su rostro

y ocultamos los sueños bajo el dintel de la puerta

 

Nuestra herradura de la buena suerte

fue la bendecida víctima de una bala perdida

para que yo pudiera creer en los augurios

 

 

Yo vi la guerra antes de mi nacimiento

conocí el llanto de mi madre

y el estrépito en el corazón de mi padre

antes que los cantos de cuna

 

Vi el naranjo agrio llorar sus naranjas podridas

y servir de refugio a quienes bajo sus ramas

intentaron borrar el infierno de la memoria

 

 

Y me preguntan a mí ¿por qué no escribo poemas a cerca de la guerra?

A mí, que aún sigo intentando callar el eco de sus voces durante mis sueños

 

 

 

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