Retrato de poeta con ropa de calle: sobre la poesía de Luis García Montero

Presentamos la síntesis del estudio que elabora José Luis Morante (Maillot Amarillo, 2010) para la edición crítica de Ropa de calle (Antología poética 1980-2008) del poeta español Luis García Montero, publicada recientemente por la prestigiosa editorial Cátedra. Luis García Montero es una figura central de la poesía española y un referente indiscutible de la poesía escrita en español.     

 

 

 

 

 

 

 

RETRATO DE POETA CON ROPA DE CALLE

por José Luis Morante

 

Existe en la conciencia creadora de Luis García Montero (Granada, 1958) una significativa propensión a hacer de la normalidad un rasgo distintivo. El protagonista verbal se viste con ropa de calle, rechaza por igual la pretenciosa túnica del místico y la indigencia de la proclama panfletaria. En su voluntad de desacralización niega la imagen del vidente y el hacendoso mono de trabajo del realismo sucio. Este respirar no debe interpretarse como defensa de una actitud acomodaticia sino como voluntad de pertenencia a un vecindario;  las palabras suenan en boca del portavoz de una ciudadanía con la que comparte rasgos cívicos. La premisa toma cuerpo en el repertorio teórico y en sus poéticas:

 

Ya sé que otros poetas

se visten de poeta,

van a las oficinas del silencio,

administran los bancos del fulgor,

calculan con esencias

los saldos de sus fondos interiores,

son antorchas de reyes y de dioses

o son lengua de infierno.

Será que tienen alma.

Yo me conformo con tenerte a ti

y con tener conciencia.

       (“Poética”, Completamente viernes)

 

El dominio lingüístico del granadino recorre distintas fases matizadas por la crítica con un etiquetado ya de uso común: la otra sentimentalidad, la poesía de la experiencia, el realismo singular o el romántico ilustrado. La veta teórica de “la otra sentimentalidad” surge en Granada en 1983; integran el núcleo originario Álvaro Salvador, Javier Egea y Luis García Montero; los tres impulsan el manifiesto donde pregonan “la radical historicidad del discurso ideológico”. Recuperan el concepto de sentimentalidad expuesto por Antonio Machado a través del heterónimo Juan de Mairena: “Los sentimientos cambian en el curso de la historia y aun durante la vida individual del hombre. En cuanto resonancias cordiales de los valores en boga, los sentimientos varían cuando estos valores se desdoran, enmohecen y son sustituidos por otros”. Otro supuesto remite a Jaime Gil de Biedma: “el poema es  también una puesta en escena, un pequeño teatro para un solo espectador que necesita de sus propias reglas, de sus propios trucos en las representaciones”. Es decir, el arte de hacer versos es un simulacro, una mentira.

Contundente en  su definición práctica, “la poesía de la experiencia” fue una opción estética cuyo nombre deriva del ensayo de Robert Langbaum The Poetry of Experience, una indagación sobre el monólogo dramático en la herencia literaria moderna. Al repasar su quehacer lírico en “Dedicación a la poesía”, García Montero escribe: “La llamada poesía de la experiencia no surgió de un deseo biográfico, anecdótico, sino de la toma de conciencia de que la poesía es un género de ficción, en el que el personaje literario servía para adjetivar las meditaciones y los sentimientos particulares más íntimos, protagonizando así un proceso de conocimiento”.

El rótulo “El realismo singular” se emplea al reflexionar sobre la individualidad y la historia, sobre la imbricación del yo en el espacio social. Para Darío Villanueva “el realismo constituye una constante básica de toda literatura, cuya primera formulación se encuentra en el principio de mímesis establecido por la Poética de Aristóteles”. La recreación de la realidad permite enfoques diferenciados, abre campo a la respuesta personal y a la perspectiva insólita que subrayan el carácter de construcción verbal; la voluntad del yo impulsa un principio activo que trasciende la mera observación. El realismo es una actitud frente a lo real y no un catálogo de procedimientos de representación; la escritura realista se define por su apertura hacia lo contingente.

El epígrafe “el romántico ilustrado” conexiona sentimiento y razón y los convierte en postulados complementarios. La herencia becqueriana se asocia con la lógica interior de una sensibilidad prisionera de su propio solipsismo; el individualismo se focaliza como paisaje irreductible; es Antonio Machado el primero en hablar del tú esencial, de esa otredad complementaria. Para un adecuado desarrollo moral el sujeto hace suyo el espíritu ilustrado, la melancolía de Jovellanos. El dominio de la razón plantea la pertenencia al mundo, el contrato social, la necesidad de la norma,

También resulta válida la denominación “poesía urbana”; la ciudad funciona como un paisaje escénico del sujeto verbal, el sitio -Granada, Madrid, Nueva York- pertenece al imaginario callejero de la palabra; constituye un ámbito afectivo y relacional que hace memoria de lo cotidiano. No es la nocturna ciudad de Baudelaire, símbolo de soledad y desarraigo, ni el callejero inhóspito que Rafael Alberti cuestiona porque muda la identidad del sujeto hasta convertirlo en un hombre deshabitado. Al recorrer sus calles el yo poético advierte las dudas e incertidumbres del presente, la defensa de unas convicciones, las huellas de otros paseantes que marcan con sus dudas la conciencia de un tiempo. Como enuncia en el ensayo Los dueños del vacío: “La ciudad se configura como territorio de la modernidad poética porque es el lugar en el que se descubre la velocidad, la aceleración de la historia, pero en un movimiento sin sentido, que separa a la conciencia y sus verdades del trayecto determinante de los dogmas”

Las etiquetas enlazan su semántica con evidentes signos de continuidad y explican la gestación de un recorrido pautado, de una sensibilidad sin disidencias ni quiebras internas. De ahí que el protagonista verbal conserve su condición en el tiempo  y “se considere marxista y pensativo, tiene el carácter fácil, está muy atado a la vida y cuando le preguntan por su trabajo suele responder que es profesor de literatura medieval”. Aunque hay similitudes entre el yo biográfico y el sujeto verbal existe una continua objetivación de la intimidad. Esa es la lógica del mundo posible que erige el poema. Con un profundo sentido orgánico, la escritura propone una indagación que quiebra los márgenes del yo ensimismado, supera la meditación del espacio privado y reafirma el nosotros porque es consciente de la necesidad de resistir aportando su voz al vocabulario social. La palabra poética es un modo de construir un porvenir habitable.

 

 

                                                                                                   

 

Librería

También puedes leer