Pequeña historia de la destrucción, nuevo libro de Audomaro Hidalgo

Presentamos tres poemas de Audomaro Hidalgo (Tabasco, 1983) pertenecientes a su nuevo libro Pequeña historia de la destrucción, publicado por Valparaíso México. Audomaro Hidalgo es poeta y ensayista. Ha sido merecedor de diversos premios como el Premio Nacional de Poesía Juana de Asbaje en 2010 y el Premio Tabasco de Poesía José Carlos Becerra en 2013. Poemas suyos han sido traducidos al inglés y francés.

 

 

 

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Mi mano guarda un pájaro.

Vino de la profunda geografía

del sueño. Trajo sílabas dispersas,

casi rotas. Mi deber es juntarlas.

Lo cuido porque invisible y sólo

mío es lo que me dice,

me habla de otra escritura,

lejana y honda como el cielo

del que no descendió. Llegó tranquilo

a posarse esta noche de septiembre,

en mi mano siento su tibieza,

su serena palpitación me guía,

es parte de mi sangre,

aunque a veces crea que se ha marchado

él siempre regresa para entregarme

el alpiste secreto de su música.

Entonces nos unimos en el canto,

somos dos sílabas de otro alfabeto

 

 

 

Tubérculos

 

Hundir la mano en la tierra.

Hundirla hasta palpar la piel áspera de lo oculto: tubérculos, tentáculos

de pulpos que habitan bajo tierra. Tubérculos

que crecen como el miedo, en lo oscuro.

Hundir la mano como lo hacía mi abuelo, en luna llena,

como me enseñó a hacerlo cuando aún podía, cuando tenía fuerza

y extraía tubérculos como tentáculos de pulpos acabados de cazar.

Hundir la mano hasta tocar los intestinos comestibles de la tierra,

hasta donde crecen tubérculos turbios,

como imágenes del sueño, como pensamientos torcidos.

Hundir la mano, lento, como en una profunda herida, lejana

como el día en que mi abuelo me enseñó a cosechar tubérculos

y se me reveló la imagen primera del miedo,

cuando lo tuve sucio en las manos, acabado de nacer,

sin llanto. Palpar la humedad de lo que está enterrado,

como una uña que duele, como el miedo por primera vez frente a mí.

Tubérculos, tentáculos de piel dura, desprendidos de pulpos rotos bajo tierra.

Tubérculos expuestos al sol, en agonía por saberse de antemano hervidos.

Órganos crudos. Formas impuras. Ideas sucias que tiene la tierra.

Bajos instintos. Fetos alargados. Turbulentos tentáculos. Alimento del pobre.

Tubérculos extraídos por mi abuelo los días de luna llena en la tierra.

Hundir la mano.

Hundirla más.

Palpar el miedo a ciegas.

Reconocerlo como a un tubérculo.

Ponerlo sobre la mesa.

Alimentarse de su almidón amargo.

 

 

 

Blanco

 

La luz disuelve los colores,

es un incendio transparente

el fondo lejano de la hora.

 

Vasto reino sin mácula,

el cielo bajo

es un mar donde se ancla un sol de yeso.

 

Como un cuchillo que desciende

un ave rasga el óleo del día.

 

Cerca del muro unos ficus sacuden

su follaje de invierno.

 

Quieta

arde la llama límpida del tiempo,

en la breve mirada que la enciende.

 

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