Este sábado 26 de octubre se presentará el libro Dímelo de Kim Addonizio (Washington, 1954) publicado por Círculo de Poesía y Valparaíso México. Presentan Andrea Muriel, David Ruano y la autora. La cita es en Centro Horizontal (Colima 378, Roma Nte). Aquí dos poemas.
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POR EL DESEO
Dame el queso más fuerte, aquel que huela más;
y quiero del buen vino, el espiral en la copa
rindiéndose ante la magullada esencia de las zarzamoras,
o cerezas, el abundante chorro en la parte de atrás
de la garganta, el mantenerlo ahí antes de tragarlo.
Dame al amante que abra la puerta de su casa
de un tirón y me ponga contra la pared
en el tenue pasillo, y me mantenga ahí hasta que esté empapada
y temblando, cuyos besos lleguen en plena carga
y comiencen con su deliciosa diáspora
a través de las ciudades y los pequeños pueblos de mi cuerpo.
Al diablo con los santos, con los mártires
de mi juventud que debían instruirme
en el poder de la resistencia y la fe,
al diablo con el mundo del más allá y sus ángeles pálidos
desvaneciéndose y suspirando como niñas victorianas.
Yo quiero este mundo. Yo quiero caminar en el océano
y sentir cómo quiere llevarme como si fuera tan sólo
un pequeño pedazo de vidrio destrozado,
y quiero resistirlo. Quiero ir
tambaleándome y agitándome a mi modo
a través de los bares y los cuartos traseros,
a través de los resplandecientes hoteles y los lotes
de abandonados girasoles llenos de maleza y los parques
en donde los perros son liberados de sus correas
a pesar de los letreros, donde se olfatean entre ellos
y dan vueltas juntos en el pasto, quiero
recostarme en algún lado y sufrir por amor hasta
que esté a punto de morir, y después quiero levantarme de nuevo
y ponerme ese pequeño vestido negro para esperarte,
sí a ti, para que vengas aquí
y te pongas de rodillas y me digas
qué jodidamente bien me veo.
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LA PROMESA
Cuando mi hija me confesó que quería terminar con su vida a los diez años–
se puso en la orilla de la ventana y permaneció ahí, al borde
de una decisión– nos prometimos no matarnos nunca, nunca
abandonarnos.Y sin embargo, yo nunca le conté sobre aquella noche
dos años después cuando llegué a un lugar de mí misma
en donde me pareció, por primera vez, posible-
del mismo modo en que una puerta aparece de repente en un cuento hadas, en donde antes había una pared firme.
Supe que podía hacerlo- estaba bebiendo,
estaba dolida del corazón y tenía suficientes pastillas.
Me senté en la cama, puse las piernas alrededor de mis rodillas,
y me balanceé como solía hacerlo de pequeña.
En ese tiempo, yo creía en Dios; podía hablar con Él
a media noche algunas veces, sabiendo
que Él estaba ahí, en el cielo, justo sobre el techo del cuarto de mis padres.
Pero ahora no había nadie. Sólo
un par de gatos, encerrados juntos en un patio o callejón, que aullaban
hasta que alguien abrió una ventana, grito y volvió a cerrarla de golpe.
Qué desorden era yo. Y qué ferozmente la amaba.