Poesía suiza: Alice de Chambrier

Presentamos una muestra de Alice de Chambrier (1861-1882). Nacida en Neuchâtel, falleció a la edad de 21 años. Fue una poeta inusual dentro de la tradición francesa del siglo XIX, debido a la impermeabilidad de su escritura frente a la influencia de autores y corrientes artísticas (en su pequeña biblioteca solo se encontraban algunos libros de historia y La légende des siècles de Victor Hugo). En 1882 gana una primevère d’argent de La  Académie des Jeux floraux en Toluose por su poema  La Belle au Bois dormant pero debido a su timidez nunca pudo leer este poema en público. Conocida en gran medida también por su entrega a la labor humanitaria, ayudo a los desamparados y cuido de enfermos aún en sus últimos días de vida. Su muerte fue como su vida, silenciosa. Las traducciones son de Missi Alejandrina.

 

 

 

Deseo

 

Quisiera en un canto volcar toda mi alma,

El azul del cielo, el perfume del gran bosque,

la fuerza del sol, el calor de la flama

y todas las bellezas como todos las miran…

 

Mas haría falta un laúd de cuerdas más sonoras:

Ante aquel gran deseo el mío llora entristecido;

Como un pájaro que, aún con sus vibrantes alas,

Debe detenerse vencido por la inmensidad.

 

Tendrá que bellamente franquear las monótonas extensiones,

Extraviarse en el centro de nuevos universos,

Acariciar las esferas suspendidas en su paso

A través de la eterna noche en la que titilan sus flamas:

 

Tan lejos como puede ir en su veloz curso,

Nunca verá los bordes del firmamento;

Jamás su intrépido vuelo alcanzará el vacío

El límite desconocido donde termina el cielo puro.

 

 

 

Lo inaccesible

 

El hombre nunca alcanza el ideal con el que sueña:

Es vano que en lo bajo busque asirlo;

No lo puede tocar, no importa cuanto lo desee

Y sobre él, siempre, lo ve elevarse.

 

Cual Prometeo, a la tierra atado,

Roído por el deseo que sin cesar lo persigue,

Él ve, el corazón desbordado por una inmensa tristeza,

Flotar delante de sus anhelos su sueño insatisfecho.

 

No consigue alcanzarlo ni romper sus cadenas,

No escapa a su castigo cruel,

Sintiéndose creado para el celestial espacio,

Se encuentra atado aquí en lo bajo como un esclavo.

 

Y el día sigue a la noche, la noche sucede al día,

El tiempo corre con paso ligero, huye sin dejar apenas rastro…

Mas nunca el hombre, olvidando su desgracia,

Ha roto sus ataduras y cazado al buitre.

 

No ha podido liberarse de amargas tristezas,

No ha podido elevarse hasta encontrar el vago infinito

Y jamás alcanza ¡Ay! Pobre desterrado,

El vuelo dulce y caprichoso de sus quimeras.

 

 

 

La casa abandonada

 

Se han ido lejos, la morada aguarda.

Dicen que es húmeda y maltratada por el tiempo:

Nadie comprende ¡Ay! Que se desconsuela y llora

Todos los seres queridos que la han abandonado.

 

El musgo la ha cubierto con un manto verde

Como si colocara un velo sobre el dolor eterno;

Ningún ojo indiferente ve la herida

Que roe lentamente la casa hasta el corazón

 

A menudo, cuando en la noche sopla la tempestad,

Después del ataque del viento contra sus muros agrietados,

La casa siente la muerte pasar sobre su cabeza

Y se dice que quizás ya ha sufrido suficiente…

 

Algunas veces, no obstante, la abandonada espera

Que no la han olvidado, que volverán algún día,

Ve temblar la hierba ligera abajo del viento:

“Están aquí, piensa, por fin, el retorno”

 

El día ha pasado, ya la tarde está cerca;

Ninguna persona ha venido, sigue sin ser nadie.

El ángelus a lo lejos, grave, redobla la campana,

La vieja casa llora su fortuna muerta.

 

Aquellos que amaba la han olvidado,

No sueñan más ante la vieja chimenea ennegrecida

Nunca hubo lazos entre su vida y la de ellos,

El resto de los mortales puede que también la olviden.

 

No abrigará ninguna otra persona

Y perdurará solo su recuerdo,

No desea que otros pasos resuenen

Donde su amor no pudo retenerlos.

 

 

 

Despedida de Sócrates a Platón

(Fragmento)

 

Adiós, Escucho la muerte aproximarse y me llama;

Mi alma pisa el suelo de la inmortalidad;

En unos instantes, desplegando su ala,

Develará lo que es la eternidad.

 

Develará lo que es ella misma

Y dando a la tierra una solemne despedida

Humilde y purificada, en esta hora suprema,

Entre ella y la nada encontrará a Dios.

 

 

 

Evoluciones

 

Dónde desaparecieron, los innumerables pueblos,

Otrora fugitivos de los abismos de la nada.

Semejantes de las huestes devoradas por las arenas

¿Qué deposita la ola al borde del océano?

 

Un día, vinieron conquistadores soberbios,

Sometieron el globo, reinaron sobre él;

Un solo corte de la hoz que desbroza los campos

Los ha sumergido súbitamente en la noche eterna.

 

Hemos visto derrumbarse, sus poderes seculares,

Babilonia, Nínive, Tebas y Menfis;

Estas urbes no han dejado sino esquirlas efímeras,

Testigos inanimadas, arcilla sepultada.

 

En estos sitios, hoy vastos desiertos estériles,

Se exhibía el esplendor de un lujo minucioso,

Y el pueblo que con júbilo colmaba las ciudades

A la inmortalidad se creía destinado.

 

No hizo falta más de un día o una hora

Para desmoronar sus muros, sus templos y sus dioses,

Para hacer de palacios suntuosos el amparo

De serpientes áridas y pájaros celestes.

 

Otros les han sucedido, sobrevivientes de naufragios;

Otros han reunido la multitud de sus vestigios

Ruinas diseminadas en el Océano de las eras,

Destrozos de un navío yaciente en el fondo de las aguas.

 

Arte y Ciencia sus alas entreabrieron

Como un águila altiva de veleidoso vuelo;

Sobrevolaron nuevos territorios

Para rehacer su nido al abrigo de otros cielos.

 

Empezaron con Asia donde la historia del mundo

Nace ante el verde de los bosquecillos del Edén,

Asia, astro radiante que penetra la noche profunda

Como el sol saliente en la opacidad matinal.

 

Le siguieron África y Egipto fértil

Donde aparece el Nilo como un dios bienhechor,

Tebas y su grandiosa necrópolis, tétrica cripta;

Donde los muertos reunidos vigilaban el presente.

 

Eligieron después, Europa, Italia,

Nación tiernamente arrullada por las olas azules,

Donde, en el vago eco de un sollozo debilitado,

Espira la ráfaga de viento sobre la arena ondulada.

 

Italia, donde parecida a una piedra preciosa

Incrustada en el centro de un hermoso relicario,

Roma, que sostenía la voluntad divina,

De las asombradas poblaciones deslumbraba los ojos.

 

Ella misma en su ímpetu fue preciada y derrumbada,

Ella ha visto apagarse su gloria y su esplendor;

Lo que queda hoy día de su belleza pasada

No es más que un espejismo lejano de su arcaica grandeza.

 

Mas fue la ignorada Europa del Norte

La que devino en refugio del saber y las artes;

Es ella ahora la nación suprema,

Y los hombres sobre ella atraen las miradas.

 

¿Hasta cuándo? Nadie sabe. Existe un Nuevo Mundo

Más allá de las olas que se multiplican día tras día;

Su frontera es inmensa y su tierra fecunda,

América puede que sea su próximo destino.

 

Pasará igualmente. – Aquella tierra apartada

¿Recibirá la carga que las otras perdieron?

En aquella región, entre aquella raza humana

¿Arderá todavía el fuego de esa llama sagrada?

 

¡Sí! Dentro de unos cuantos miles de años, en menos tiempo quizá

¿Dónde estarán nuestros palacios, nuestros imperios, nuestras leyes? –

El tiempo, nivelador[1] feroz, gran maestro,

Habrá transformado todo por céntima vez.

 

Y las bellas ciudades en las que nos glorificamos,

Donde debían sucedernos nuestros hijos para siempre,

No serán más que un sueño para la triste memoria,

Como ustedes ¡Oh Nínive! ¡Oh Tebas! ¡Oh Menfis!

 

 

 

Désir

 

Je voudrais dans un chant mettre toute mon âme,

Le rayon du ciel bleu, le parfum des grands bois,

La force du soleil, la chaleur de la flamme,

Et toutes les beautés comme toutes les voix…

 

Mais il faudrait un luth aux cordes plus puissantes :

Devant ce grand désir le mien pleure attristé ;

Tel l’oiseau qui, malgré ses ailes frémissantes,

Doit s’arrêter vaincu devant l’immensité.

 

Il aura beau franchir les mornes étendues,

S’égarer au milieu des univers nouveaux,

Effleurer en passant les sphères suspendues

Dans l’éternelle nuit où tremblent leurs flambeaux :

 

Si loin qu’il puisse aller en sa course rapide,

Il ne verra jamais les bornes de l’azur ;

Jamais son vol hardi n’atteindra dans le vide

La limite inconnue où finit le ciel pur.

 

1er avril 1882.

 

 

 

L’Inaccessible

 

L’homme n’atteint jamais à l’idéal qu’il rêve:

C’est en vain qu’ici-bas il cherche à le saisir ;

Il ne peut y toucher, malgré tout son désir,

Et devant lui, toujours, il le voit qui s’élève.

 

Ainsi que Prométhée, à la terre fixé,

Rongé par le désir qui le poursuit sans cesse,

Il voit, le coeur rempli d’une immense tristesse,

Flotter devant ses veux son rêve inexaucé.

 

Il ne peut le rejoindre et briser son entrave,

Il ne peut échapper au châtiment cruel,

Et, se sentant créé pour l’espace du ciel,

Il se trouve ici-bas lié comme un esclave.

 

Et le jour suit la nuit, la nuit succède au jour,

Le temps, d’un pas léger, fuit sans laisser de trace…

Mais jamais l’homme encore, oubliant sa disgrâce,

N’a rompu ses liens et chassé le vautour.

 

Il n’a pu s’affranchir des tristesses amères,

Il n’a pu s’élever jusqu’au vague infini,

Et ne rejoint jamais, hélas ! pauvre banni,

Le vol capricieux et doux de ses chimères.

 

7 février 1882.

 

 

 

Maison Abandonnée

 

Eux sont loin maintenant, et le logis demeure.

On dit qu’il est humide et par le temps miné :

Nul n’a compris, hélas! qu’il se désole et pleure

Tous les êtres chéris qui l’ont abandonné.

 

Un lierre l’a couvert d’un manteau de verdure

Comme pour en voiler l’éternelle douleur;

Nul oeil indifférent ne doit voir la blessure

Qui ronge lentement la maison jusqu’au coeur.

 

Et souvent, dans les nuits où souffle la tempête,

Lorsque le vent s’attaque à ses murs crevassés,

La maison sent la mort qui passe sur sa tête

Et se dit que peut-être elle a souffert assez…

 

Quelquefois, cependant, l’abandonnée espère

Qu’ils n’ont pas oublié, qu’ils reviendront un jour,

Et voyant sous le vent trembler l’herbe légère:

« Les voilà, pense-t-elle, enfin c’est le retour! »

 

Mais le jour a passé, déjà le soir est proche;

Personne n’est venu, ce n’était rien encor.

De l’angelus au loin, grave, tinte la cloche,

Et la vieille maison pleure son bonheur mort.

 

Puisque ceux qu’elle aimait déjà l’ont oubliée,

Puisqu’ils ne songent plus au vieux foyer noirci

Dont la vie à la leur est à jamais liée,

Le reste des mortels peut l’oublier aussi.

 

Elle n’abritera désormais plus personne

Et demeurera seule avec leur souvenir,

Car elle ne veut pas qu’un autre pas résonne

Aux lieux où son amour n’a pu les retenir.

 

Juin 1880.

 

 

 

Adieux De Socrate A Platon

(Fragment)

 

Adieu, j’entends la mort qui s’approche et m’appelle ;

Mon âme est sur le seuil de l’immortalité ;

Encor quelques instants, et déployant son aile,

Elle découvrira ce qu’est l’éternité.

 

Elle découvrira ce qu’elle est elle-même,

Et faisant à la terre un solennel adieu

Humble et purifiée à cette heure suprême

Entre elle et le néant, elle trouvera Dieu.

 

 

 

Évolutions

 

Où sont-ils disparus, les Peuples innombrables,

Autrefois échappés des gouffres du néant.

Pareils aux légions dévorées par les sables

Que la vague dépose au bord de l’Océan ?

 

Un jour, ils sont venus en conquérants superbes,

Ils ont soumis le globe, ils ont régné sur lui ;

Puis un seul coup de faux qui tranchait le champ d’herbes

Les a plongés soudain dans l’éternelle nuit.

 

On a vu s’écrouler, leurs pouvoirs séculaires,

Babylone, Ninive, et Thèbes et Memphis ;

Ces cités n’ont laissé que débris éphémères,

Témoins inanimés, argile enseveli.

 

Dans ces lieux aujourd’hui, vastes déserts stériles,

S’étalaient les splendeurs d’un luxe raffiné.

Et le peuple joyeux qui remplissait les villes

A l’immortalité se croyait destiné.

 

Il n’a fallu qu’un jour et peut-être qu’une heure

Pour renverser leurs murs, leurs temples et leurs dieux,

Pour faire des palais somptueux la demeure

Des serpents du désert et des oiseaux des cieux.

 

D’autres ont succédé, rescapés des naufrages ;

D’autres ont recueilli leurs vestiges divers.

Ruines disséminées sur l’Océan des âges,

Épaves d’un vaisseau gisant au fond des mers.

 

Alors, Art et Science ont entr’ouvert leurs ailes

Comme un aigle superbe au vol capricieux ;

Ils se sont envolés dans des contrées nouvelles

Pour y refaire un nid sous l’éclat d’autres cieux.

 

Ce fut d’abord l’Asie où l’histoire du monde

Naît sous les verts bosquets de la terre d’Éden,

L’Asie, astre éclatant perçant la nuit profonde

Tel le soleil levant dans l’ombre du matin.

 

Avec elle l’Afrique et la fertile Égypte

Où le Nil apparaît comme un dieu bienfaisant,

Thèbes et sa nécropole énorme, sombre crypte

D’où les morts assemblés regardaient le présent.

 

Ils choisirent après, l’Europe, l’Italie,

Ce pays mollement bercé par les flots bleus,

Où, dans le vague écho d’une plainte affaiblie,

L’onde vient expirer sur le sable onduleux.

 

L’Italie, où semblable à quelque pierre fine

Enchâssée au milieu d’un écrin précieux,

Rome, que soutenait la volonté divine,

Des peuples étonnés éblouissait les yeux.

 

Elle-même à son tour fut prise et renversée ;

Elle a vu se ternir sa gloire et sa splendeur ;

Ce qu’il reste en ce jour de sa beauté passée

N’est qu’un lointain reflet de sa vieille grandeur.

 

Puis ce fut tout le Nord de l’Europe ignorée

Qui devint le séjour du savoir et des arts ;

C’est elle maintenant la première contrée,

Et les hommes sur elle attachent leurs regards.

 

 

Jusqu’à quand ? — Nul ne sait. Il est un Nouveau Monde

Au-delà des grands flots qui s’accroît jour par jour ;

Sa frontière est immense et sa terre est féconde,

L’Amérique, peut-être, aura demain son tour.

 

Puis elle passera. — Quelle terre lointaine

Recevra le dépôt par d’autres égaré ?

Dans quelle région, chez quelle race humaine

Luiront encor les feux de ce flambeau sacré ?

 

Oui ! dans quelque mille ans, dans moins longtemps peut-être,

Où seront nos palais, nos empires, nos lois ? —

Le Temps, ce niveleur farouche, ce grand maître,

Aura tout transformé pour la centième fois.

 

Et nos belles cités dont nous nous faisons gloire,

Où devaient à toujours se succéder nos fils,

Ne seront plus qu’un rêve à la triste mémoire,

Comme vous, ô Ninive, ô Thèbes, ô Memphis !

 

Bevaix, 28 août 1882

 

 

[1] Nota del traductor: Niveleurs (Levellers en inglés) fue el nombre con el que se denominó al primer cuerpo significativo con pensamiento protodemocrático. Sostenían que «por derecho natural, desde el nacimiento, todos los hombres están igualmente vinculados con la propiedad, la libertad y la independencia».

 

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