“El colibrí inadaptable”: la poesía anti-moderna de Juan Arabia, por Víctor Rodríguez Núñez

Presentamos el lúcido prólogo que escribió Víctor Rodríguez Núñez al libro Desalojo de la naturaleza, del poeta argentino Juan Arabia, quien es uno de los poetas hispanoamericanos más destacados de su generación. Además de poeta es traductor, crítico y editor. El libro fue publicado en el sello Buenos Aires Poetry.

 

 

 

“El colibrí inadaptable”:

La poesía anti-moderna de Juan Arabia

 

 

“Nos alejamos de la ciudad”, advierte el primer verso de Desalojo de la naturaleza, el segundo libro de Juan Arabia (Buenos Aires, 1983). Pertenece al poema titulado “Juicio”, un manifiesto basado en la afirmación de la naturaleza y la toma de partido por el salvaje. La obra de este joven poeta argentino realiza así uno de los viejos ritos de la poesía: la crítica de la modernidad. Mundo moderno, ese eufemismo que suele usarse para nombrar el orden social y cultural creado por la burguesía metropolitana a la medida de sus intereses. En este contexto, la poesía deviene “[e]l colibrí inadaptable… Púrpura,/ como el placer del límite, sediento/ como la destructora raíz del sauce” (Un colibrí en la bauhinia). Esa raíz es símbolo de poder transformador, de desafío radical al burgo y al civilizado: “Nuestra flauta quedó encerrada/en la raíz de un sauce:/ […] levantando calles y baldosas” (Juicio).

Arabia hace bien al rechazar la modernidad y, en particular, la que nos toca a los latinoamericanos, deformada y dependiente. Las élites en el poder participaron ayer del saqueo colonial, y participan hoy de la no menos cruenta e injusta explotación neocolonial. Crearon naciones para el beneficio de las antiguas y nuevas metrópolis y, por supuesto, su propio beneficio como intermediarios. Evocando ese contexto, nuestro poeta cuenta que “me alejé de tus calles como mis/ancestros se alejaron de Europa” (B. A.). Pero su posición es crítica del colonialismo y el neocolonialismo, y por esos nos conmina a que “olvidemos las sociedades de los ricos,/ y pasemos el resto de nuestros/ días entre lobos” (Inspiración en Jean de la Fontaine). La transformación social es percibida como un proceso natural: “Por aquí pasó la revolución,/ como pasaron las estaciones” (Ardennes), y es necesario “recuperar cada desalojo de la naturaleza” (B. A.).

Con este inquieto libro vuelve Arthur Rimbaud a romperse el alma en los caminos, reverdece la tradición por momentos marchita del poeta rebelde:

La esclavitud occidental, las ratas.

Acá mueren enfermos los sonidos

de cacería… Brota el húmedo aire

de la brisa en los círculos de rebelión.

No se trata de una rebeldía generacional porque, como se denuncia en “El poeta que enterró sus mentiras”, mientras en los anaqueles se empolvan los libros de poesía, “el único resto de humanidad que queda”, los jóvenes se emborrachan “abandonando toda idea de independencia”.  El desplazamiento a la naturaleza se realiza, esta vez, con conciencia de clase: “Pero no parezco un campesino:/ ahora entiendo que quiero destruir todo” (B. A.).

El sujeto poético de Desalojo de la naturaleza se reconoce como un intelectual, cuya función social y cultural es extender el horizonte, abrir “poderosas puertas espirituales,/ dentro del hombre y la naturaleza” (Hart Crane cae de un barco). Se trata de “[l]os nuevos horizontes, la caverna alternativa” (Caza espiritual) ante la represiva y opresiva modernidad. Hay un intento de rescatar el espíritu anti-burgués de Rimbaud, que parecía haberse extraviado: “¡Pensar que la Place Ducale,/ […] de día es un acueducto infinito/ de placeres burgueses!” (Salida por Charles Boutet). Los nuevos poetas deben ser, como el viejo autor de Les illuminations, “[t]odos bárbaros y todos malvados./ Pecadora condición de la naturaleza” (Condición). Deben ser “[l]os forajidos del canon,/ sí, bajando en cuatro patas/ desde la iglesia industrial” (Los forajidos del canon). Vienen a rebelarse, “y lanzamos el graznido salvaje/ sobre los tejados del mundo” (Los tejados del mundo).

Uno de los elementos fundamentales de la condición anti-moderna de la poesía de Arabia es su defensa de la continuidad. Rechaza tajantemente la “tradición de ruptura” que postulaba Octavio Paz como esencia de la poesía moderna. En verdad, ésta no existe porque la poesía se ha opuesto casi coralmente a la modernidad, donde todo le ha sido hostil al predominar lo material sobre lo espiritual, lo individual sobre lo colectivo, la utilidad sobre la belleza. Para el sujeto poético de Desalojo de la naturaleza, los poetas que valen la pena son “[v]iejos amigos la mayoría” (Amity). Así las cosas, se vive “[l]a misma noche de Blake, /en la que lobos y tigres aullaban/esperando encontrar su destino”; sobre todo, es “[l]a misma noche de Whitman,/ en la que describió las pálidas/ caras de los marginados” (Noche de Beddoes). El resultado es poder ver “[l]os antiguos bosques de sangre/ rejuvenecidos de nuevo por el sol” (Antiguos bosques de sangre).

En este bello libro la poesía se reconoce a sí misma, implícitamente, como anacronismo y superación, como anterior y posterior al tiempo y espacio moderno. Se considera además no como un género literario, porque sabe que surgió miles de años antes que la literatura, ese invento del siglo XVIII a manos, precisamente, de los heraldos de la modernidad. No se asume tampoco como un tipo de escritura, a la manera eurocéntrica, porque no se limita en su expresión a ese soporte y sigue siendo definida primordialmente por la oralidad. No se reduce a la razón porque, como enseñara el inolvidable Jorge Zalamea, indisolublemente ligadas desde los albores de la humanidad, “magia y poesía continúan siendo uno de los más consoladores recursos del espíritu para conjurar, superar y olvidar la adversidad”. Y sobre todo, está el rechazo de esta poesía a toda ideología, al desnaturalizar lo artificial en su máxima expresión, la ciudad moderna.

Se dice que el segundo libro de un poeta es determinante porque, si es bueno, prueba que se toca la flauta no como el burro de la fábula, sino por auténtica necesidad del cuerpo y del alma, con lucidez y pasión. Sin lugar a dudas, Desalojo de la naturaleza no solo está a la altura de El enemigo de los thirties (2015 y 2017), libro que no ha pasado inadvertido y ha sido reeditado y traducido a varias lenguas, sino que lo supera en todos los aspectos. Vale la pena aclarar que también en este plano la continuidad se impone sobre la ruptura, porque solo se efectúan los cambios justificados, esos propios del crecimiento de una voz hacia la plenitud. Hay en consecuencia mayor profundidad de fondo, mayor madurez de pensamiento; y la precisión expresiva también aumenta, originándose un lenguaje poético más seguro de sí, más concentrado y depurado, y en definitiva más personal.

Por fortuna, el excelente libro de Juan Arabia que el lector tiene en sus manos toma distancia de las escuelas poéticas reconocibles, hoy, en la lengua española: la poesía de la experiencia y el neobarroco. En relación con la primera, se abre campo a la experiencia del otro, a la cultura y a la imaginación; en cuanto a la segunda, el significante nunca encubre el significado, jamás está en primer plano ni deviene protagonista. Lo que vemos en estas páginas en todo su esplendor es la poesía dialógica que trasciende por fin el romanticismo y el realismo en todas sus variantes, que reniega del solipsismo y genera un lector activo, participante en la producción de sentido. Un discurso lírico que no busca significar sino ser, construido sobre la base de la elipsis. Y donde abunda sobre todo eso que no se puede reducir a una explicación y que es el núcleo duro de la poesía: “Escuchen cómo/ los huracanes helados/ ahora emergen del rocío…” (Los forajidos del canon).

 

Víctor Rodríguez Núñez

Gambier, 19 de septiembre de 2017

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