Presentamos un poema de Ramón Domínguez Villalobos (Guadalajara, 1986). Es poeta. Es licenciado en derecho y actualmente estudia Artes Plásticas. Ganador del segundo lugar de la I Bienal de Literatura Joven “Hugo Gutiérrez Vega” del 2014, por su libro “El agua breve de los días”; mención honorífica en los juegos florales nacionales de Lagos de Moreno, por su poemario “Oficio de Adán”; mención honorífica por el conjunto de poemas “Y las palomas otean mi navegación por tus costas”, en el II Premio Internacional de Poesía Caribe Isla Mujeres 2016. Becario del Festival Interfaz Los Signos en Rotación en 2014. Cinco veces poeta invitado al Encuentro Internacional de Poetas “Letras en la Mar” organizado por la Cátedra Hugo Gutiérrez Vega. Poemas y ensayos suyos han aparecido publicados en revistas como: La Cigarra, Jornada Semanal, Anuario de Letras en la mar, entre otras. Actualmente vive en Puerto Vallarta donde dicta un taller de creación literaria.
POEMA DEL CUERPO AUSENTE Y EL OLVIDO
A Alejandra Merino Villegas,
quien un día quiso
casarse con mis poemas
Entraba en tu cuerpo como una luna entra en el agua O un pez que describe la marea
por la línea de la playa que dibujaban los dedos del agua
que llevabas en la frente con el claro sol de tus ojos que me incendiaron un día
para mostrarme que no existía un mar más ancho que tus manos
que viajaban de la sed al asidero cargadas de pájaros y naranjas
y entendías la voz de la nostalgia: del pueblo natal y del lenguaje
de la infancia cuando tu cuerpo creció a la sombra de los tulipanes
que me ofrecías con tu pecho
para que yo te sembrara árboles y veranos en la piel
con las palabras con que mejor me sabías
como a hierba o hastío
entonces tu cuerpo era una granada desgajada un maizal acosado por el fuego
y me eras tan transparente como apenas el agua que me llovías
con tu corazón rojísimo y pesado como un cardenal
que hería mi amor —pues las heridas son el lenguaje del amor—
y de nuevo como la noria me eras otra y otra aún más desnuda y frágil
que desconocía entre el brezal que urdías con tu boca
para decir mi nombre en el degüello
Y entraba en tu cuerpo para formar un nudo nunca visto
un jardín donde te crecían las ansias
de que yo te tomara
en los últimos ríos del sueño donde alzabas la vista para sedarme
envuelto de ti y del deseo Exhausto como un fruto al que se le ha sacado todo
perdido y sin mí y nuevamente me pedías que te viera desnuda
que nutriera mis ojos en la línea de tu cuerpo
que leyera el braille de ángeles de tu piel
y yo te inventaba nuevos nombres e historias donde eras el mismo verano
*
La luna fecunda de tu vientre parecía mecerse para huir entre los follajes
con una blanda luz que retrasaba la marea para que tú asistieras
al desliz del sueño donde el amor era lo mismo que el poema
y yo escribo porque tú existes
y me eres cierta —aunque no estés—
y tu lengua sea una duda en la escombrera
una promesa muy antigua —que nunca pasó—
y es el poema el envés de tu alma lugar donde no cuajó la luz
y pienso nuevamente en tu cuerpo mientras miro al mar y pienso
tú veías este mismo mar pero más lejos el día que te fuiste
tú y yo estábamos frente al mismo océano cuyo borde cortó mis palabras de las tuyas
y aunque eras promesa de la ola y antelación del agua: no volviste
tocaste profundamente mi corazón y huiste
*
Cómo hablar del mar a una mujer del desierto
a pesar de tus piernas insulares tus humedales
cómo te explico todo el amor del mar que dice
: “cardé las cuerdas del agua para arriar las sílabas de tu nombre
con que conjugaba la miel quemada y decía en mi lengua de mar Alejandra
y anotaba
la redondez del poema (que imitaba tus muslos)
la savia que manaba de tu sexo (que me sabía a presagio)
el silencio (en mi voz que es tu voz de tormenta que agita la aldaba del tiempo)”
Dime qué hago con las edades
con el camino de hormigas que dejaste —para que yo te buscara—
en aquel rebaño de árboles
y tú pensabas en la frontera sin pensar que entre tú y yo se levantaba
un muro más alto para decir “mi corazón es el país más devastado”[1]
y yo te bebía en ansias antes que te fueras
y te creía el sol
y te creía
y creí
*
Algún día sabrás por esa escritura de montañas qué fue de mí
algún día no leerás los poemas que escondí muy adentro
para que no supieras que yo sufría
ni adivinaras lo mucho que me faltabas
Pero yo nunca sabré qué decías de mi con tu voz de palomas
cómo tocabas tu cuerpo con mi imagen
qué le contaste de mí a los demás —si lo hiciste—
o qué tanto disfrutaste arrancar mi corazón de tajo
como cuando la lluvia desarma una balandra en alta mar
pero yo qué puedo esperar si la vida todo me negó
excepto el agitado vuelo del mirlo que se alzaba con tristeza contra la lluvia
para llevarte las últimas palabras que te dediqué
y quedarme nuevamente solo a solas pensando en tu cuerpo
que se deshacía en mis manos como el jengibre en el paladar
tu carne trémula de luz: uncida de mí
de mi verbo
tu pezones que se revolvían como la lava que nos provocábamos
porque pensar en tu cuerpo y en su ausencia y en el olvido
es pensar en la tristeza que cargas —que yo pensaba aliviar—
en tus ojos que no mentían porque todo lo llenaban
con tu vista de almanaque y azul marino
en la fragilidad de tu alma en su doblez
porque eras proclive al pecado y al arrepentimiento
pero así aun así libre de todo fardo
en tu cuerpo
que yo asimilaba como un aire más puro y aún más
eras simplemente tú sin tristeza sin remordimiento
por mi conmigo y ahora
sin mi
*
Me guardo en el rincón para pensar largamente
que un buen día quisiste casarte con mis poemas
pero no conmigo.
[1] Verso de Giuseppe Ungaretti.