Poesía colombiana: Laura Castillo

Presentamos una muestra de la poeta Laura Castillo (Bogotá, 1990). Abogada de la Universidad Externado de Colombia. Recientemente publicó su primer libro Prolongación de la Lluvia, el cual fue ganador del XX Premio Nacional de Poesía de la Universidad Metropolitana de Barranquilla. Fue mención de honor en la categoría de Poesía en el Tercer Concurso de Escrituras Creativas Cuento, Poesía y Crónica de la Red Capital de Bibliotecas Públicas – BibloRed.

 

 

 

Desplazamiento

 

A las tejedoras de Mampuján

 

Tras el golpe de omisión

en el vientre de la tarde

Mampuján anochece

con un terco afán de dormir.

No hay tiempo,

susurran doce cuerpos en los labios,

hay que cargar hamacas y vasijas,

hay que dejar que la hierba seca

sea el huésped que habite la casa,

hay que silenciar.

 

Lejos,

en lo profundo de una habitación,

una mujer peregrina aguarda

entre hilos y retazos que convergen en sus manos.

 

Tejer es su forma de nombrar

la ausencia de arraigo

en la punta de los dedos.

 

 

 

Posconflicto

 

“El cuerpo pesa tres veces su muerte”,

me digo, apretando las vértebras de mi espalda

contra el suelo.

Palpitan los silencios de la guerra.

 

 

 

Mestizaje

 

Una mujer negra aproxima sus caderas

como si en su vientre recogiera un golpe de origen.

Observa el borde del camino,

con esos ojos que derrumban memoria,

con el letargo de su boca

mordiendo palabras como agujas del tiempo.

Basta ver su rostro para entender

que la luz situada en sus manos

poco a poco se adormece.

El viento lo sabe:

no hay lugar que cobije su historia

ni que sostenga tanto silencio amontonado.

 

 

 

Arte poética

 

Las hojas caen del borde de los tejados

y entran de golpe a casa de los poetas.

Sin preguntar, se instalan en las paredes,

cuestionan el silencio,

respiran sobre la pesadez de las manos,

buscan el instante en la palabra.

 

De golpe, el vuelo de un pájaro revienta

en el papel.

La noche entonces despierta.

 

 

 

La abuela sufre de Alzhéimer

 

Ha olvidado la temperatura exacta con que las

gallinas picotean el suelo,

el lugar en el que abandona de vez en cuando sus recuerdos

y el tiempo en el que el mundo acostumbra amanecer.

A veces, mis ojos tropiezan con ella en la madrugada,

me mira y reconoce la orfandad. No le importa.

 

A la abuela le gusta caminar de noche

y, mientras lo hace, deja tajos de luz

como si habitara poco a poco el cielo.

 

 

 

Augurio

 

Las mujeres suelen medir

la proximidad de la lluvia

en la ondulación

que proyectan sus pañolones.

Cuando llega el momento,

sus caderas se abisman por la ranura de las puertas,

y como eco en el fondo de un cántaro

resuena en los oídos de los niños

el vocablo extenso de las madres.

 

 

 

Ausencia

 

Para nombrar la ausencia,

puedo concentrarme

en la palabra que espera la abuela al despertar

o en la presencia de un ave negra

sobre el portón de la vieja casa

varios años atrás.

En definitiva, puedo situarme en aquel instante

en que el suelo se transforma en ceniza

y el gallo canta por última vez

la sombra del abuelo.

 

 

 

Ceguera

 

Una mujer arropa el sol con una mano.

En la memoria,

un abismo de reflejos

nombra el camino.

El tacto no es más que el temblor

con el que entramos en la noche.

 

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