Presentamos una muestra de la poeta colombiana Piedad Bonnett (Amalfi, 1951) que pertenece a su libro Los habitados, con el cual obtuvo el Premio Internacional de Poesía Generación del 27. Piedad Bonnett, además de ser una de las más destacadas poetas de su generación, es novelista, dramaturga y crítica literaria. Entre sus libros más destacados se encuentran Ese animal triste, Las tretas del débil y Explicaciones no pedidas. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, portugués, griego y sueco.
La madre es la gran noche
Aquí el tiempo está atado con camisa de fuerza:
es viento sometido
que escribe el mismo nombre con tiza sobre un muro.
Todo es adentro aquí, en este gran vientre
lleno de hombres sin madre.
La madre es la gran noche. La madre es nuestro grito.
La madre es cada dosis de trifluoperazina
que llena de saliva nuestros labios.
Cuando acerco mi oído a las paredes
queriendo oír el llanto de los que aún me aman
sólo oigo mi chirrido. Mi oscura disonancia.
El corazón del miedo
cantando su monótona tonada.
La maleta
En la casa todo seguía igual, hasta las flores
—aunque un poco marchitas—. Pero en las escaleras
nuestros pasos sonaron
distinto. Como golpes muy suaves
en un cuenco vacío.
Pusimos la maleta en un rincón
donde no nos mirara
con sus ojos tan tristes.
Pesaba esa maleta, tan vacía.
Volvíamos a todas nuestras cosas,
a la manta de fieltro, a las pantuflas, al pocillo
de mis tardes de té.
Quizá tendríamos que habernos abrazado.
Pero mientras en aquel cuarto anochecía
todo lo que pudimos darnos fue silencio.
Letra muerta
¿A dónde va, cuando morimos, todo lo que hemos sido?
John Banville
Uno a uno recorro tus cuadernos:
hojas repletas con tu pequeña letra minuciosa,
fechas y nombres,
ideas como moscas zumbadoras.
También eso eras tú: un pensamiento
que bebía de los vivos y los muertos,
litros de tinta, noches en vela, dudas,
frases escritas con pasión.
Nadie sabrá jamás qué poseías
de todo aquello.
(Pero es tu letra
que me permite adivinar tu mano).
Cocina
Para M.ª Victoria
Una cocina puede ser el mundo,
un desierto, un lugar para llorar.
Estábamos ahí: dos madres conversando en voz muy baja
como si hubiera niños durmiendo en las alcobas.
Pero no había nadie. Sólo la resonancia del silencio
donde alguna vez hubo música trepando las paredes.
Buscábamos palabras. Bebíamos el té
mirando el pozo amargo del pasado,
dos madres sobre el puente que las une
sosteniendo el vacío con sus manos.
Huéspedes
Para Teresa y Bárbara
Esta noche tendremos huéspedes en casa
y se quedarán a dormir en tu habitación.
He quitado, pues, el polvo de todos los rincones,
he cambiado las sábanas y he sacudido la almohada,
y he puesto entre un cajón tu viejo suéter,
pero antes he metido mi cara entre la lana,
me he ahogado en su dulce mar de púas.
No les diré que aquí se desvelaba el cuervo de tus sienes,
ni que un niño sombrío se despedía de ti detrás de la
ventana.
No les diré que aquí nunca es de día.
Loca
A esa mujer un nido le crece en la cabeza.
Todos los días allí le nacen pájaros.
Unos tienen tres ojos, otros viven del agua.
Es todo lo que tiene. Y sus pesares.
Con estos últimos los alimenta,
y por esos los bichos son tristones.
Su pecho es una jaula. (Qué ironía)
Y el vientre un odre donde bebe el viento.
El vientre que fue un nido.
El corazón que tantas alas tuvo.
Y la cabeza loca donde crecen parásitas
y donde un cielo triste deposita sus nubes.