El poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola nos ofrece una lectura del nuevo libro de Carlos J. Aldazábal (Argentina, 1974), Camareta carioca publicado en México bajo el sello de Círculo de Poesía y Valparaíso México. “Libro de instantes e instantáneas”, escribió Marco Antonio Campos sobre esta colección de poemas. Según Alfredo fresca, “En este libro, Río de Janeiro pasa del extrañamiento al diálogo, hasta llegar a un contrapunto poético, a una camerata, obra musical o caja de música, como destinada a ordenar lo que siente el poeta frente a la desmesura”. Aldazábal mereció el premio Alhambra de Poesía Americana. Fue incluido en la antología El canon abierto. Última poesía en español (Visor, 2015). Gabriel Chávez es actualmente el poeta boliviano más leído en Latinoamérica.
Cuando el tango se torna samba: una lectura de Camerata carioca
Tanto viajar para llegar a dónde / tanto viajar para llegar a nada, deplora, en el tono entre escéptico y pesimista con que enhebra todo el libro, la voz poética ejecutante de Camerata carioca (Círculo de Poesía / Valparaíso México, 2016), el más reciente libro de poesía del argentino Carlos J. Aldazábal, una de las voces más valiosas de la actual poesía latinoamericana.
Compuesta, como su nombre lo sugiere, con la estructura de una suite musical –tiene tres secciones concebidas como conciertos, una como trío y otra como aria–, esta Camerata es, a pesar de la afirmación perpleja y desconfiada con que abríamos estas líneas, un viaje. Y un viaje que nos conduce a un dónde muy concreto y, a la par, en otro nivel de lectura, a un algo más difícil de asir y visualizar, pero no por ello menos existente, menos real (si es que aceptamos esta categoría en la literatura).
En un primer estrato de abordaje, el manifiesto –la cubierta del barco, diríamos, ya que estamos hablando de un abordaje–, el lector encontrará un viaje poético a Río de Janeiro; a esa ciudad que la industria cultural y turística, más su derivación, el imaginario social globalizado, durante largo tiempo insistieron en representar como un edén tropical, un carnaval perpetuo donde bellas y libres garotas de ébano (o sus bien dotados equivalentes masculinos), contoneándose al ritmo del samba, paseaban al alcance de la mano como acaramelado pan de azúcar o embriagante (y refrescante) vaso de cachaça.
Si ya el cine de autor y la fotografía y el documental y el arte alejado del mainstream, pero sobre todo las agrias noticias de cada día, se encargaron de desmontar, en las últimas décadas, ese escenario idílico (que algo de cierto tuvo y tiene todavía –remember Vinicius– pero no extrapolable a la generalidad de una de las urbes más complejas, inequitativas y violentas de Latinoamérica), esa labor no había sido acometida hasta ahora, que lo sepa, en la poesía escrita en español. Lo afirma Manoel Herzog, traductor del poemario al portugués (pues la edición que comentamos es bilingüe): “Por primera vez [en Camerata carioca] la mirada de un extranjero nos ha mostrado lo que es el factum del Carnaval”; es más, “nos devuelve la impresión de quien mira desde fuera lo que un brasileño tal vez se niegue a admitir: que somos un país triste, un país violento, un país decadente”.
Y, en efecto, el paso –casi cinematográfico en su construcción, en sus aproximaciones– de la mirada que le es propia a la voz poética de esta Camerata, nos lleva como lectores-viajeros de Lapa a Ipanema pasando por Santa Teresa, Leblon o Copacabana; cada una de estas zonas poetizada –en sus personajes, en sus paisajes, en sus esencias visibles e invisibles– en una de las secciones que forman esta suite a momentos disonante y a momentos armoniosa o acaso ambas posibilidades entrelazadas como en una composición de Astor Piazzolla (lo que es lógico si recordamos el origen, la austral melancolía del poeta de carne y hueso que sueña la voz poética que nos lleva a este viaje).
Pero… si este libro fuese tan sólo un viaje poético a Río de Janeiro, un desvestir a Río de Janeiro de sabidas palabras para dejarnos sumidos entre (algunos de) sus desconocidos silencios, acaso tendría poco interés para el lector que no ha nacido ni vivido en –o no ha visitado ni tiene pensado (aunque uno nunca sabe) visitar– esa porción de tierra, mar y cielo.
Pongo en mesa una hipótesis –no excluyente, sino complementaria– de lectura. Como en Blade Runner (y en la novela de Philip K. Dick en que se basó la película; por cierto, ¿será casual que Aldazábal hable de terneros electrónicos?), el futuro que se nos propone es y no un futuro posible, en tanto es también una metáfora –un desplazamiento semántico, un recubrimiento o encubrimiento– del presente (o qué otra cosa son las distopías como recurso), del mismo modo el Río de Janeiro de estos poemas es y no es (tal vez sólo quiere aparentar serlo) la otrora capital del reino del palo Brasil, el trono del Señor de la Montaña (¿este ha sido el camino? / ¿Por aquí he de seguir, medio encorvado, / haciendo donaciones a una estatua?), la ciudad de las favelas, de las lentejuelas, de los ladrones, de los tranvías amarillos, del duelo que se baila, del cemento homicida.
La ciudad visitada en este libro, por debajo de la cubierta de los significantes, es ese cada vez más extenso y uniformador territorio que abarca a tantas urbes y periferias urbanas donde lo premoderno y lo moderno y lo posmoderno se juntan y se revuelven y se revuelcan: una ciudad cualquiera de Latinoamérica, vamos; también la misma Buenos Aires (bastaría cambiar la afinación, algunos instrumentos de la orquesta), la Santa Cruz boliviana donde vivo. No recorridas aquí, estas ciudades o su arquetipo, estrictamente como territorios geográficos, topográficos; sino dichas, des/cubiertas por el poeta en tanto escenarios, representaciones, guiñoles de aquello en lo que los seres (dis)humanos nos hemos convertido.
Camerata carioca es, pues, un viaje a la desazón, al desencanto; a ese territorio inasible e intangible pero asfixiantemente real que Agustín de Hipona definía como el tedio de la virtud –y que ahora aqueja a Occidente como una plaga antigua, como una peste medieval, como un virus hodierno.
Es, este racimo de poemas, la (auto) revelación de una anónima marioneta que, arrastrada por el viento, se intuye guiñol de un titiritero no sólo desconocido sino acaso inexistente –aquí no se ven lo hilos / ni la mano que sujeta el carretel–; es, por eso mismo, la confesión de unas penas al oído del árbol –algunas marionetas se pudren sobre el piso–, un lamento zurcido cuesta abajo, un vaso de vidrio que revienta, la ecuación de una injusticia. Este mundo / donde todos te quieren / como se quiere a un perro con su sarna.
A momentos, sí, hay ramalazos de esperanza en este peregrinar cavando adentro en la desolación. Destellos apenas: un patio, una guitarra, un pañuelo azul (pienso inevitablemente en Zitarrosa), aplausos de agua, un poco de algodón, de cáñamo, de lino; mantequilla en el maíz y queso fresco; o cierta brisa leve / que se puso a reír. Pero al fin, al doblar una esquina, otra vez la certeza: Donde dice “alma” escriba / “un cuerpo oprimido entre vocales”. // En un “lugar común coloque “espanto”// En el punto final agréguele algún fósforo que arda.
É isto o que sente o poeta? Camerata carioca se abre con este epígrafe de Milton Tamborini, encontrado por el autor en un viaje (real) al Río (real) de hace algunos años, escrito como nota al margen en un libro de Drummond de Andrade. Pero ¿será esto lo que de veras piensa o siente el poeta? Entonces, ¿por qué el poeta escribe? ¿Por qué Aldazábal, por qué todos los artesanos de este oficio, escribimos? Sospecho que, como él mismo propone, lo que hacemos es tejer(nos) una mortaja de palabras con seda brillante. Y en esa telaraña de palabras puede acunarse el posible lector de estas páginas, imaginando que lo arrulla el ritmo cadencioso y embriagador del samba justamente segundos antes de ser azotado por la revelación del lenguaje: no hay lección, no hay camino. / Sólo la sal que quema las heridas. Acorde final.
Carlos Aldazábal
Camerata carioca
Círculo de Poesía / Valparaíso México
México, 2016.
71 pp.
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