Poesía australiana: Omar Sakr

Presentamos, en versión de Andrea Rivas, una serie de inéditos del poeta australiano Omar Sakr (1989). Su obra ha sido publicada en revistas como Meanjin, Overland, Mascara Lit Review, The Guardian, The Saturday Paper, Junkee, entre otros medios. Ha sido nominado a para el Judith Wright Poetry Prize for New and Emergents Poets, así como para el ACU Poety Prize. Sakr participó en el Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de México en 2017.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No te apresures

 

para hacer un juicio.

Puedes lacerar un cuerpo a gran velocidad.

Una ciudad puede volverse ruinas en una hora.

Un amor de décadas, dañado en un segundo.

Se necesitan nueve meses para iniciar una vida.

Debería tomar lo mismo terminar una.

Luego de que se jala el gatillo

una bala aterriza, da nueve meses

para que el objetivo reciba al agujero,

acepte la sangre, el plomo romo,

el nuevo cuerpo. Sé que es posible

permitir que se geste una muerte. Mira

el tiempo convertirse en hongo desde una bomba

y las estaciones plegándose en la ciudad, abajo.

De primavera en Bagdad a invierno en Alepo,

un semestre final de aprendizaje, un retiro

por el río, suficiente tiempo para ser agradecido

por los libros viejos y los DVD prestados,

para estudiar la bala o la explosión con

la mirada de un amante. Parece un corto adiós

pero solo en el último año América soltó

26,171 bombas sobre cuerpos morenos,

sobre nuestros árboles y animales y hogares.

Eso es 235,539 meses o 19,628 años

para procesar la devastación de uno solo.

Honestamente, no estoy seguro de la matemática.

Ponle o quítale una semana, aún se deben milenios

a la pérdida. No sé

como calcular para la tierra o

los números para los desafortunados sobrevivientes,

llenos de polvo de escombros, buscando

a sus familias en piedras rojas, papeles

quemados que podrían guardar el pedazo de un nombre,

buscando aguas seguras que no los ahoguen,

fronteras que no corten

sus pies o les exijan una historia

deshilada de sus espaldas. Digamos,

una bandera fea. Plantarles una nueva

en las bocas. Este tipo de pérdida

no ha sido medida, no tiene conteo

de cuerpos, pero tenemos todo el tiempo

del mundo para pesarlo ahora.

Tenemos todo el tiempo de mundo.

 

 

 

 

 

 

Los árabes perdidos

para mi querido Najwan Darwish

 

 

En el reino de los árabes perdidos, cada roca es un hermoso

separatista hasta que escupes sobre ella.

 

En algunas culturas escupir es una bendición.

Dame las aguas de tu lengua, cualquier húmeda palabra

 

puede calmar una garganta silenciosa y la mía

sigue cerrada por mi madre, abuela

 

e incluso el más lento, el menos amable de mis primos

que puede hablar con la gruesa voz de nuestra gente

 

y quien, con cada chasquido de su boca llena, se ubica

en nuestro país. Mis dientes

 

sueñan con tres naciones que amarillecen

sus huesos. Mojo sus orillas,

 

un cartógrafo sin pistas que nunca ha conocido una colina

o un río que no fuera robado de alguien

 

y que nunca podrá saber su verdadera forma.

Cuando miro nuestros nombres, solo veo líneas onduladas.

 

¿Creerías que sigo intentando encontrar la poesía

en una herida? Qué imbécil. Qué torpe.

 

Y aun así: un hombre que conoce su historia dijo que está en mi sangre.

¿Qué idiota la puso ahí?

 

Tal vez por esto es que la he derramado tanto en la navaja

de la autenticidad. Cortar

 

a aquellos a quienes he creído falsos, todos los otros a los que he amado ―y amo―

pero en quienes me rehúso a convertir. Cada día

 

mi certeza colapsa. Que estoy perdido. O puedo ser encontrado.

Que hay una cosa tal como Arabia.

 

Nada de esto es real, existe solo en tu mente,

la piedra en que hendí esta espada.

 

Sácala si puedes, si te atreves un reino

aguarda listo

 

las manos de un nuevo carnicero. Me confieso

inadecuado para la tarea.

 

 

 

 

 

Galaxias de camino

 

Mis pies intentan comunicarse con las estrellas.

Su rígida arquitectura zumba. Me desdoblo

para escuchar mejor la balada de la desconexión.

Ella misma se cree perdida.

No puede sentir el valor de la piel, los puentes de hueso que van solos

entre el pie y la pierna, y todo el resto.

Froto mis plantas, siento el duro calor estático

de un incendio distante. Mi abuela

lo usaba para aterrorizar a mis primos y a mí con pies

hechos de ladridos más grandes que nuestros cuerpos.

Nunca se pensó a sí misma perdida.

Su lengua hizo un país de su boca,

chamuscaba el aire, un látigo golpeando

niños malagradecidos hacia el trabajo para aligerarle a ella

el trabajo. Intenté sobar la fábrica fuera

de sus músculos, dedos pequeños doblándose hacia

el dolor mientras ella susurraba och, och, och

Ya Allah, construyendo un coro de alabanza al dolor.

Ella estaba aún viva entonces. En la tierra

está zumbando, hablando a las estrellas que saben

lo que es tener que caminar tan lejos

para estar con familia, para viajar más allá de sí mismas

con tal de vivir una vida más pálida que algunos confunden

con fuego. No sé si tengo algo que decir

a esas galaxias del camino, el país bendito

reservado para ella que se sabe

sin pena, que no adora

el sufrimiento pero acepta su carga

ya sea sobre su espalda o en el jardín del carnicero.

Cuando me pienso perdido, mis pies sin trabajo

la recuerdan, sintonía, un golpe a la campana de la pérdida &

la historia misma comienza a sonar.

 

 

 

 

 

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