Ensayo joven de México: Miguel Guerra

Presentamos un ensayo de Miguel Guerra (Puebla, 1996). Primer Lugar en la categoría Cuento del XVII Premio Filosofía y Letras de la BUAP. Finalista del Primer Concurso de Cuento Breve de Rock: Parménides García Saldaña organizado por Ediciones Ají. Tercer lugar en la categoría Ensayo del Premio Nacional al Estudiante Universitario “Carlos Fuentes” organizado por la UV. Algunos de sus cuentos y crónicas aparecen en revistas digitales como Marabunta, La Rabia del Axolotl, Espora, Letralia y Mundo Nuestro. 

 

 

 

Teoría sobre los fantasmas

 

¿Hola? ¿Bueno? ¿Sí? Tengo una teoría sobre los fantasmas. Escucha. Confía, luego cuestióname. No soy un experto en nada y sé que voy a equivocarme. Ahora lo sabes. Sigamos.

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Mi padre se fue de inmigrante ilegal a los Estados Unidos cuando cumplí tres años. Mi madre trabajó en una empresa de autopartes por aquel entonces. A esa edad yo no podía cuidarme solo, pero tenía a mi abuela. Ella, Luz María Ortiz Ramírez, cuidó de mí durante muchos años a base de gritos, golpes, abrazos y besos cuando me iba a la escuela. No estuve solo. La tuve a ella. Mi abuela.

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Los fantasmas, la memoria y el lenguaje guardan una relación bastante estrecha. Bueno: nadie sabe bien cómo funciona la memoria. Y por Nadie quiero decir Yo. Como individuos, somos incapaces de saber qué hicimos nuestro primer día de vida o nuestro quinto cumpleaños. Hasta determinada edad, a veces, sabemos más o menos qué y cómo ocurrió. Pero, ¿quién nos dice que eso no lo inventamos? ¿Quién dice que en realidad todo fue así? Es válido argumentar que otros vieron lo que tú viste para sustentarlo, pero ¿cómo estar tan seguro de que no te mienten para evitar la pena y la desgracia de decirte Oye, eso nunca pasó? Duda de mí. Duda de todo. Los otros. Siempre desconfía de la memoria.

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Llegamos al mundo a través del lenguaje. Segmentamos trozos de experiencia y realidad mediante las palabras. Fragmentos. Sujeto-apresado-por-el-lenguaje, dice Lacan. Todo es mediado. Y en realidad podemos jugar con esto. Por ejemplo: puedo tener los ojos cerrados, decir algo en silencio y lo nombrado vendrá a mi mente sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Sin ruido. Puedo decir con el silencio, hablar sin decir nada. Traer algo hacia mí incluso si estoy callado. El lenguaje, cuestión de presencia y ausencia.

Y pese a todo, sólo hay algo de cierto: el lenguaje nos hace llegar irremediablemente a dos caminos, lo inventado y lo real. Entonces, el lenguaje es un medio.

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Un Fantasma es algo inasible, imposible de demostrar físicamente su existencia, pero que sabemos que está ahí por experiencias sensoriales o emocionales. El fantasma no es necesariamente un ser muerto, puede estar vivo. En realidad tiene más relación con las ausencias. Sin embargo, pese a lo que ya dije antes, todos los fantasmas son seres, y casi siempre personas.

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Yo no diría que mi abuela está loca, aunque en realidad no sé bien qué decir. Han pasado veintiún años desde que ella me conoce y varios desde que yo la reconozco. (¿Será que olvidé lo que pensaba de ella cuando yo era un recién nacido?) La vida dio ciertas vueltas que no esperaba. Ella, como casi todos los ancianos, se cayó (varias veces) y ahora le cuesta caminar. Hasta este punto, nada sorprende. Lo raro es que poco a poco fue perdiendo la razón sin motivos aparentes. Desde hace años, ella ya no es capaz de decir mi nombre. Piensa que soy esposo de una de sus hermanas o algún hermano de mi madre (que es hija única). Se sabe, con dificultad, los nombres de otros familiares y los dice. Pero frente a mí sólo hay silencio. Tampoco sabe qué día es, cuál es su edad, en qué año vivimos o si ya comió. Fíjate en eso: no recuerda si ya comió. Pero creo, en realidad, que mi abuela está libre de fantasmas.

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Además de ser un medio, también pueden hacerse cosas con palabras. La teoría de los actos de habla es el mayor sustento de esta línea. Sin embargo, hay una forma más sencilla de comprobar lo propuesto por Austin: sal a la calle, mira a los ojos al primero que te encuentres y dile, con una voz agresiva, que todo lo que ha estado haciendo lo ha hecho mal, que es un idiota, que qué espera para arreglar su error, que no sirve para nada. Y esta persona hará algo y no sólo vas a contemplar su reacción: vas a tener que involucrarte. Seguramente optará por los golpes, aunque puede variar. Esto no es lo que propone Austin, pero también ejemplifica lo que quiero decir.

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En una conferencia, Borges apunta que la Poesía (con mayúscula) nos hace sentir que recordamos algo olvidado. Con lo anterior no se refiere a algo que de verdad hayamos sentido alguna vez. Es decir: la Poesía nos hace creer que recordamos algo, pero nunca sentimos eso en realidad. Nos engaña porque es artificio. (Este es uno de los logros del arte en general, no solamente de la poesía). No son emociones nuevas ni algo que ya vivimos, sólo se trata de la ilusión de haber sentido algo algún día. El arte y la memoria. Los falsos recuerdos. El arte.

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Después de varias caídas, mi abuela volvió a caer. Le detectaron una microfractura en la cadera. Debe hacerse más análisis. No hay dinero. Mi abuela con ochenta años. Mi abuela debe usar silla de ruedas. Mi abuela.

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Todo ser habita un lugar.

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¿Hola? ¿Bueno? Sí, estoy hablando con un fantasma.

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Pero no debo desviarme tanto, seguiré con las palabras. Es cierto: decir es crear y repetir es dar forma. La palabra es como el barro. Si digo que yo soy tal o cual cosa, pensaré en la posibilidad de que eso sea así. Si lo repito, el pequeñísimo número de posibilidades aumentará y yo me haré a la idea de que es algo que realmente ocurre o podrá ocurrir. Es pura fantasía, pero se siente real. Las palabras harán eso. Yo mismo buscaré las señales para convencerme de que eso pasa. Cada signo dirá mi nombre. Cada flecha apuntará hacia mí. El mundo será lo que yo diga y repita. Y las palabras van a orillarme. Las palabras tendrán voz realmente. (Aunque no hay que olvidar que los signos no hablan por sí mismos).

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Decir da materialidad.

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Un ejemplo: a ti no te resultará posible saber si lo de mi abuela es verdad o ficción. O sea: sabes que lo conté, sabes cómo es la situación, sabes cuál es el mundo posible que te planteo y los posibles desenlaces de esa historia. Pero no sabes si yo tengo una abuela o si mi abuela aún vive así o si mi abuela está viva siquiera. Eso tú no lo sabes. Pero aunque no sea cierto, escuchar lo que conté puede provocar dolor. Un dolor real. Aquí está la fuerza de las palabras. Una mentira bien dicha que se hace realidad. (¿O no? Finge tão completamente/Que chega a fingir que é dor/A dor que deveras sente). Las palabras. Si mi abuela no existe, si mi abuela no vive, si mi abuela está bien, no importa. Eso no importa. Aquí mi abuela sufre. Aquí yo sufro. Aquí te cuento que sufro. Aquí están las palabras. ¿Entiendes lo que quiero decir? ¿Lo sabes? Aquí está mi abuela.

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Los fantasmas habitan en el cuerpo. Los fantasmas vienen porque los invocas.

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El caso de mi abuela resulta pertinente porque ella no es capaz de hablar y recordar bien. Sus recuerdos se entrecruzan, confunde pasado y presente, pero nunca se queda estancada en el mismo tiempo con los mismos fantasmas. Hay problemas en su lenguaje, por lo tanto los hay en su memoria y en sus fantasmas. Está a salvo, aunque no lo parezca. Está bien, ella está bien. Sí, ella está bien.

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Aquí otro ejemplo. En este momento, yo converso con uno. O mejor dicho, una. No se trata de mi abuela, es alguien más. Como ya dije, los fantasmas no son seres que  necesariamente están muertos, ni siquiera tienen que estar viejos. Este es el caso del fantasma que menciono. Cuando dejas de ver a alguien, por ejemplo, también habrá que dudar de su existencia. (¡Siempre hay que dudar de los sentidos!) Este fantasma con el que hablo dice estar en un lugar muy lejos de aquí. Yo sé que la vi, que la besé, que me tomó la mano, pero no sé si ahora es real. Si ahora. Para mí, ella es un fantasma. ¿Existe? Cuando digo su nombre, se dibuja en mi mente con todo lo que ella implica. Situaciones, emociones. Lo repito para acordarme. Existe. La traigo de vuelta. Ella era así y así. La invoco. Cuando estábamos juntos fuimos aquí y aquí y ahí. Y existe. Y hay una foto. Y sí, ella sale muy bien. ¿Pero y si dejo de nombrarla? ¿Existe? Si no digo su nombre, se va. Pero su voz. Cada que escucho su voz, siento que existe. Su voz. La siento. Sí, ella existe. Ella existe. Sí. Ella existe.

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¿Bueno? ¿Quién habla?

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La memoria está hecha de fantasmas. Repito las cosas para saber que no son producto de la mala memoria, (porque lo irreal sólo es producto de la mala memoria) para traerlo todo de vuelta. Sin embargo, dudo de todo cuando no digo nada. Si nadie dice mi nombre, ni siquiera yo mismo, dudo de mi existencia. Yo soy un fantasma. Y yo no puedo decirme. Cuando alguien pronuncia mis sílabas (esas, mis sílabas), sé que todo ocurrió. Sucedí. Si dices mi nombre, existo. Antes, no soy.

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No se puede atrapar a un fantasma.

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Digo todo esto para no olvidar algo. ¿Tú sabes qué es?

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Un remedio para los fantasmas: no los nombres, no digas nada. Calla.

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El silencio mata. A los fantasmas. El silencio es el olvido.

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No todos los fantasmas son malos. Puedes vivir con ellos (si te gustan, claro). Cuídalos mucho. Ámalos.

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¡Hola! ¿Bueno? ¿Bueno? ¿Estás ahí? ¿Me escuchas? ¿Bueno?

 

 

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