Dentro de la columna Camisa de once varas, Édgar Amador continúa con la sección de Poemas para beber en el Starbucks, ahora nos presenta un poema clásico de e e cummings, poeta norteamericano que es reconocido por su peculiar sintaxis que prescinde de las mayúsculas, además de un uso lúdico y novedoso con las distintos signos de puntuación.
Poemas para beber en el Starbucks: e e cummings y las manos de la seducción
Un financiero de edad madura, súbitamente enamorado de su bellísima cuñada, propicia un encuentro apresurado con ella y acaban yendo a una librería de Manhattan. Al despedirse él busca regalarle algo, y encuentra venturosamente un libro.
—Lee el poema de la página 112″, le dice.
Y se despiden.
Mas tarde en su departamento, la mujer pasmada, lee el poema, cuyo último verso es el siguiente: “Nadie, ni la lluvia, tiene las manos tan pequeñas”.
La historia anterior es una escena de una de los más grandes plagios de Woody Allen: Hanna y sus hermanas, el homenaje a la obra maestra de su maestro Ingmar Bergman, Fanny y Alexander.
En esta sección hemos dicho que la poesía sirve para muchas cosas, no nada más para decir cosas bonitas. Insistimos. Pero también sirve para eso: para decir cosas bonitas. Y desde un momento indefinido en la edad media la poesía encontró un propósito fundamental: seducir.
e e cummings (así en minúsculas, como a él le gustaba) fue un fecundo escritor norteamericano, adherido al modernismo concebido por su paisano Ezra Pound, y por tanto adherente al verso libre y a la destrucción tipográfica de los poemas.
Modernista en la forma, en el fondo e e cummings fue un conservador. Como poeta bordó en temas tradicionales: mujeres, el amor, la lluvia, las flores. Y en política acabó apoyando al impresentable senador Mcarthy, perpetrador de persecuciones anti liberales y cazador de comunistas que presagiaron al también impresentable Donald Trump.
Su biografía aparte, e e cummings, siempre al borde de la cursilería y de la narración romántica, escribió poemas para la seducción y el abordaje.
Recuerdo aún esa tarde en que salí de ver Hanna y sus hermanas en la Cineteca Nacional en la Ciudad de México, repitiendo en mi cabeza el cuarteto final de ese poema:
en algún lugar a donde nunca he viajado, más allá
de toda experiencia, tus ojos tienen su silencio:
en tu más frágil gesto hay cosas que me encierran,
o que no puedo tocar porque están muy cerca
tu más leve mirar me abrirá fácilmente
aunque yo me he encerrado como unos dedos,
te abres siempre pétalo a pétalo como la primavera abre
tocando (misteriosa, hábilmente) su primera rosa
o si deseas acercarte, yo y
mi vida se cerrarán hermosa, súbitamente,
como cuando el corazón de esa flor imagina
la nieve que con cuidado desciende por todas partes;
nada de lo que se percibe en el mundo iguala
el poder de su intensa fragilidad, su textura
me compele con el color de sus países,
entregando muerte y siempre con cada respiro
(no se qué hay en ti que se abre
y se cierra; sólo algo en mí entiende
que la voz de tus ojos es mas honda que todas las rosas)
nadie, ni la lluvia, tiene las manos tan pequeñas