En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos a la poeta Valeria Tentoni. Nació en Bahía Blanca en 1985. Se graduó como abogada. Es periodista y escritora, vive en Buenos Aires. Publicó los libros de poesía Batalla sonora (Manual Ediciones, 2009), Ajuar (1º Premio Concurso Editorial Ruinas Circulares, 2011) y Antitierra (Libros del Pez Espiral, 2014/ Neutrinos, 2015/ Liliputienses, 2016). Publicó los libros de relatos El sistema del silencio (17 Grises, 2012) y Furia diamante (Leer es futuro, 2015 / Libros del Pez Espiral, 2017). Participó como guionista de El abrigo del viento de Romina Haurie (Lupa Productora, 2013). Fue incluida en distintas antologías, como Voces -30 de jóvenes narradores latinoamericanos (Ebooks Patagonia, 2014) y Penúltimos. 33 poetas de Argentina 1965-1985 (UNAM, 2014).
Arte poética
Superpuestas
la palabra y el silencio,
su producto:
una interferencia.
Por caso, un holograma.
Nada que pueda descubrirse
visto de frente.
Eso que me dijiste acerca de las mariposas
y sus catorce aleteos por cada quince,
que de ese cálculo roto
en sus trayectorias
venía una danza,
que tropezar a veces podía
ser también un paso de gracia.
El amor es un toro mecánico del que nadie se baja con elegancia.
Una atracción de feria
abandonada,
desafiando la intemperie.
Todos se paran frente al toro y se dicen
Yo puedo con él. Todos, sin excepción, confían
en sus talones
y se montan a la violencia eléctrica
de su lomo. Confían todavía cuando el movimiento
se inicia,
como si una mano poderosa e invisible
echase una ficha al aparato
sin previo aviso.
El clic metálico se recorta en el sonido,
una topadora minúscula
derribando
al silencio de un empujón. Entonces todo comienza, y ya
no hay manera
de emprolijar el cuerpo, esa forma
de la que antes creíamos tener dominio y que ahora
se nos revela
como si hubiese estado esperando su turno
comiéndose las uñas
desde que le pusieron nombre.
Si yo fuese un ratón
preferiría
perder mi cola en la trampa
antes que mi queso.
Una y otra vez.
Yo me saco esto que traigo
y te lo dejo
como dejan algunos perros
pájaros muertos en la puerta de sus dueños.
Con inocencia y con exceso.
Adentro de la heladera siempre es de día.
Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que apague la luz. Esperan su turno.
Algunas se vencen, pero se quedan igual.
Me gustaría ser la botella de Coca-Cola
que cargo con agua de la canilla. Algo que acepta su destino
sin escándalos.
Vivo arriba de un supermercado chino.
El otro día colgué un pantalón de la ventana
y el viento se lo llevó. Tuve que bajar, tuve que pedirles permiso.
Me dejaron entrar al depósito: fue como llegar
a la vasija de pepitas de oro al final del arco iris.
Durante mucho tiempo pensé que el ruido ese venía de la panadería
que está a mitad de cuadra. Resulta que no,
que viene de lo de los chinos.
Hay un enorme motor que usan para ventilar su mercadería.
Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que haga silencio.
Todo lo que brilla es satélite de alguna estrella opaca.
Algún día esa estrella dejará de existir
antes que sus rayos
y caeremos a una fe ridícula.
Si no hubiese cosas más tristes que esa,
esa sería una cosa triste.
inédito
Leyendo en el balcón
me acomodo al sol, persigo su favor
un molde
al que debo pleitesía.
Laminada por los rayos que recién ahora,
a fines de agosto, pueden alcanzar estas cosas,
me organizo alrededor de esa luz
serpiente,
advierto el frío
y me mudo al hachazo blanco
un centímetro por vez.