En Poema para leer un viernes por la tarde, nuestro editor, el poeta Mario Bojórquez, nos propone la lectura del segundo soneto de Ajedrez, de Jorge Luis Borges, poema que, como toda la obra de Borges, exige una profunda lectura para la comprensión ideal del texto mismo. Borges es uno de los escritores hispanoamericanos más influyentes e importantes de nuestra época. Esta sección es un feliz pretexto para volver a viejos, conocidos poemas, así como para descubrir nuevos autores.
Leer poemas de una mente brillante es siempre un ejercicio retador, el diálogo entre dos sensibilidades que descubren en la sutileza de los elementos, incluidos aquellos que por omisión “brillan por su ausencia” como recuerda Tácito en sus Anales, una posibilidad de conversación. ¿Qué le hace falta al segundo soneto del Ajedrez de Jorge Luis Borges? Sí, el caballo. Aunque también podemos pensar que el soneto mismo es un caballo, cuatro son las casillas que implican su movimiento y cuatro las estrofas del soneto; el encabalgamiento discursivo doblando a cada concepto por sí mismo en cada estrofa, recuerda al movimiento del caballo, es la única pieza que puede saltar sobre las demás: 1. las piezas 2. el jugador 3. Dios. 4. Un dios detrás de Dios. Cuatro son los movimientos que el caballo necesita para ponerse en jaque al rey, etcétera.
Y aunque no sobre, quizá falte, claro, también tiene cuatro patas.
Mario Bojórquez
Ajedrez
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?