Poema para leer un viernes por la tarde: Lectura de los “Cantares mexicanos”: Manuscrito de Tlatelolco, de José Emilio Pacheco

En Poema para leer un viernes por la tarde, nuestro editor, el poeta Mario Bojórquez, nos recomienda Lectura de los “Cantares mexicanos”: Manuscrito de Tlatelolco, de José Emilio Pacheco, a propósito de los 50 años que habrán de cumplirse de la masacre del 2 de Octubre de 1968, contra jóvenes que en su mayoría eran estudiantes. José Emilio Pacheco fue uno de los grandes poetas mexicanos de la segunda mitad del siglo XX. Mereció el Premio Cervantes en 2009.

 

 

 

José Emilio Pacheco en No me preguntes cómo pasa el tiempo (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1969), recuerda el “Manuscrito de Tlatelolco” de los Cantares Mexicanos traducidos por don Ángel María Garibay. Marca en su texto la fecha: (octubre 1968) y recupera algunas líneas consignadas en aquel antiguo texto náhuatl. Este procedimiento de poesía documental resulta un estremecedor homenaje a los sucesos del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco donde han sido asesinados un número indefinido de estudiantes (se habla de 600) que reclaman sus derechos civiles ante un gobierno sordo y autoritario. El Estado que asesina a sus jóvenes es quizá la forma más perversa de una dictadura, el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, el Estado desapareció a 43 jóvenes normalistas de la Escuela Normal de Ayotzinapa. La historia se repite siempre con mayor crudeza y desesperanza, la poesía puede ser un vehículo para el consuelo y una herramienta de conocimiento, la reescritura de los antiguos mitos y su resignificación en el mundo moderno nos permite recordar de qué material estamos hechos los hombres.

 

Mario Bojórquez

 

 

Lectura de los “Cantares Mexicanos”: Manuscrito de Tlatelolco*

 

(2 de octubre 1968)

 

Cuando todos se hubieron reunido,

los hombres en armas de guerra

fueron a cerrar las salidas,

las entradas, los pasos.

Sus perros van por delante,

los van precediendo.

 

Entonces se oyó el estruendo,

entonces se alzaron los gritos.

Muchos maridos buscaban a sus mujeres.

Unos llevaban en brazos a sus hijos pequeños.

Con perfidia fueron muertos,

sin saberlo murieron.

 

Y el olor de la sangre mojaba el aire.

Y el olor de la sangre manchaba el aire.

 

Y los padres y madres alzaban el llanto.

Fueron llorados.

Se hizo la lamentación de los muertos.

Los mexicanos estaban muy temerosos.

Miedo y Vergüenza los dominaban.

 

Y todo eso pasó con nosotros.

Con esta lamentable y triste suerte

nos vimos angustiados.

 

En la montaña los alaridos,

en los jardines de la greda,

se ofrecen sacrificios,

ante la montaña de las águilas

donde se tiende la niebla de los escudos.

 

Ah yo nací en la guerra florida,

yo soy mexicano.

Sufro, mi corazón se llena de pena;

veo la desolación que se cierne sobre el templo

cuando todos los escudos se abrasan en llamas.

 

En los caminos yacen dardos rotos.

Las casas están destechadas.

Enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas.

 

Golpeamos los muros de adobe

y es nuestra herencia

una red de agujeros.

 

Esto es lo que ha hecho el Dador de la Vida

allí en Tlatelolco.

 

* Con los textos traducidos del náhuatl por el Padre Ángel María Garibay

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