Diego Lima piensa una de las más intrigantes facetas del poeta, novelista, dramaturgo, traductor, ensayista, crítico literario y cinematográfico, director teatral, guionista y dialoguista mexicano Xavier Villaurrutia: editor de Sor Juana. Dice Lima: “No veo a este marqués del Apartado –siempre pulcro a un grado enfermizo, como sólo los personajes de sus obras dramáticas podrían serlo– horadando los archivos de la Biblioteca Nacional, alargando las horas sin sueño entre las polvosas ediciones de época, cotejando legajos derruidos de la Inundación Castálida (1689), resolviendo los puntos oscuros en las ediciones dieciochescas de las Famas y obras póstumas (por lo menos, la de 1725), para, finalmente, arrebatar de la sangre de su sombra una transcripción más clara –más próxima a su sentido original, quiero decir– de la lírica de sor Juana, incluidos algunos ex opera omnia. ¿Era Villaurrutia ratón de biblioteca?”.
Tribulaciones de una edición de sor Juana
Fue Xavier Villaurrutia proclive a incursionar con excelencia en diversos ámbitos literarios. Escribió poesía, novela, dramaturgia, ensayo, crítica literaria y cinematográfica. Fue traductor del inglés, francés e italiano. Se desempeño como director teatral, guionista, dialoguista; participó periódicamente en la publicación de revistas desde principios de los años veinte hasta su muerte; impartió clases de Literatura Mexicana, Española e Hispanoamericana en la temprana Universidad Nacional de México y de Teatro en Bellas Artes. Se dice que incluso cosechó éxitos en el terreno de la publicidad con el famoso «Mejor, mejora, mejoral», aunque no circule documento para avalar legalmente la autoría de este calambur farmacéutico.
De entre todas las facetas de Villaurrutia siempre me ha inquietado la de editor de la poesía de sor Juana. No lo digo por su empatía con la sensibilidad de la monja – única tradición literaria en México de la que le gustaba sentirse parte–, ni mucho menos por el conocimiento que tuvo de los juegos de conceptos, palabras e ideas, los cuales buscó igualmente en los escritores de los Siglo de Oro como en los modernos. Su pasión por sor Juana quedó explícita en la conferencia que dictó para el Colegio de San Nicolás de la Universidad de Michoacán en 1942, así como en los comentarios que acompañaron las ediciones de Sonetos (Ediciones La Razón, México, 1931), Endechas (Taller núm. 7, diciembre de 1936) y Sonetos y Endechas (Nueva Cvltura, México, 1941), preparadas, anotadas y cotejadas cuidadosamente por el escritor a lo largo de una década.
En realidad, hacia el primer cuarto del siglo XX, en la mayor parte de Hispanoamérica se encontraba fraguado el movimiento de revaloración historiográfica del Barroco en nuestras letras, con motivo de la celebración de los tricentenarios. Ya el extraordinario sorjuanista Ermilo Abreu Gómez narró en su momento las tribulaciones que lo llevaron a emprender al lado de diversos intelectuales, entre los que se encontraba la generación bicápite de los Contemporáneos (Salvador Novo-Xavier Villaurrutia), el rescate de las obras de la «Décima Musa». Fiebre impulsada por la limitación de los estudiosos, así como por los molestos errores e imprecisiones en que solían caer sus editores. No menos seductores resultaron los recorridos de la poesía vanguardista hacia la antigua lírica hispánica en los albores del siglo (Mourir de ne pas morir, titula Paul Éluard su poemario de 1924), ni mucho menos, esa suerte de recelo –ellos jamás lo llamarían mexicanista– que supuso tanto el reencuentro como la revaloración estética que emprendió la Generación del 27, en España, hacia la obra poética de Luis de Góngora.
Pese a que esta fiebre por las letras novohispanas se encuentra ampliamente documentada, debo confesar que me cuesta trabajo imaginar a Villaurrutia ejerciendo el oficio de tinieblas que debió requerir la edición de la poesía de sor Juana. No veo a este marqués del Apartado –siempre pulcro a un grado enfermizo, como sólo los personajes de sus obras dramáticas podrían serlo– horadando los archivos de la Biblioteca Nacional, alargando las horas sin sueño entre las polvosas ediciones de época, cotejando legajos derruidos de la Inundación Castálida (1689), resolviendo los puntos oscuros en las ediciones dieciochescas de las Famas y obras póstumas (por lo menos, la de 1725), para, finalmente, arrebatar de la sangre de su sombra una transcripción más clara –más próxima a su sentido original, quiero decir– de la lírica de sor Juana, incluidos algunos ex opera omnia. ¿Era Villaurrutia ratón de biblioteca?
Este cuestionamiento pretendía sugerir, con ironía, el absurdo de conciliar la figura de este escritor con una personalidad que no le pertenece. Sin embargo, la hipótesis no parece del todo incorrecta, por lo que no sería vano aventurarme a investigar los datos que la sustentan.
Fue el propio Abreu Gómez quien dio la clave para responder a esta incógnita. Una vez muerto Villaurrutia, la mañana de Navidad de 1950, numerosos homenajes se prepararon en los periódicos o revistas en que colaboró. En el especial que publicó el suplemento dominical de El Nacional, el 7 de enero de 1951, Abreu Gómez narró en retrospectiva los días en que intercambiaba tanto palabras como ejemplares de La Linterna Mágica con un joven Xavier Villaurrutia. Época en que coincidían en las páginas de Revista de Revistas, La Falange y más tarde, Contemporáneos, e idearon el rescate de las obras de sor Juana:
Íbamos a merendar a un café que se llamaba La Copa de Leche, en la calle de San Juan de Letrán. Allí se juntaba con nosotros el escritor español Ricardo de Alcázar (Florisel). Nuestras charlas se prolongaban por horas […]. Recuerdo que una noche hablábamos de la poesía de sor Juana. Xavier la creía culterana, y yo conceptista. Dimos razones y ofrecimos ejemplos. Ninguno quedó convencido. Otra vez, Salvador Novo ofreció una fiesta en su casa para celebrar una buena idea que a todos se nos había ocurrido: publicar las obras completas de sor Juana. Yo, previamente, las había copiado y cotejado con todas las ediciones que pude hallar en la Biblioteca Nacional. Labor ímproba que me costó años. Este material lo repartí entre los amigos que asistieron a la fiesta. Xavier fue el único que cumplió con su compromiso. Al cabo de un tiempo publicó, en linda edición, los sonetos de la monja. En la edición, según me dijo, había puesto, como era justo, mi nombre, pero parece que por un error tipográfico mi nombre desapareció. En las imprentas, todos lo saben, siempre hay un diablo a veces vestido de ángel. (Ermilo Abreu Gómez, “Xavier Villaurrutia”, El Nacional. [Suplemento dominical. Homenaje a Xavier Villaurrutia], 7 de enero de 1951, núm. 198, p. 13).
Tal como lo señala Abreu Gómez, en la lujosa edición de los Sonetos no aparece por ningún lado el nombre de quien realizó la transcripción y cotejo (es decir, de quien realizó prácticamente el trabajo de la edición). El papel de Villaurrutia, según esta versión, se habría circunscrito a la no poco difícil tarea de anotar, comentar e integrar el material poético. Por si fuera poco, la anécdota no carece de sentido del humor si consideramos que incluso el colofón da cuenta minuciosamente de las personas que intervinieron en el proceso:
La presente edición definitiva de los Sonetos de la Décima Musa mexicana sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Jerónimo de la Imperial Ciudad de México, se acabó de imprimir en la misma ciudad el día 6 de agosto del año de MCMXXXI, en los Talleres Tipográficos de la compañía editora “La Razón”, S. A. Consta de 500 ejemplares numerados y fuera de comercio, en papel Garamond Text y fue totalmente compuesta a mano con tipos Firmin Didot por el cajista Luis Muñoz bajo la dirección del maestro impresor Salvador Novo. El presente ejemplar lleva el número [145].
Desconozco si Villaurrutia aclaró públicamente en algún momento la histórica errata. Pero de ser correcta la hipótesis del “diabólico olvido”, es imposible no suponer que el error pudo enmendarse en las ediciones subsecuentes, sobre todo, en la de Nueva Cvltura de 1941, que volvió a tomar como texto base la obra antes citada. Por el contrario, el editor explicó en más de una ocasión las dificultades que enfrentó al llevar a cabo esta empresa. En reseña de Guillermo Jiménez para Revista de Revistas, incluso habló de sus limitaciones:
Consultando varias y numerosas ediciones de la poetisa mexicana, como la propia Inundación Castálida publicada en Madrid en 1689, que constituye un ejemplar de imprescindible consulta para el estudio de los textos poéticos de sor Juana, y las diversas ediciones que en Barcelona, Valencia y Madrid se hicieron de las obras de la hermosa mujer, algunas corregidas y aumentadas por su autora, póstumas otras, Xavier Villaurrutia ha realizado un trabajo ejemplar en los modernos estudios literarios mexicanos. Se ha hecho, por vez primera, una edición completa y depurada de los sonetos de la dulce monja que aparecen en sus obras, de los sonetos que no se hallan impresos en las obras de la poetisa, sino en otros libros de contemporáneos suyos, y de los sonetos atribuidos a sor Juana […] En Alemania –me decía Xavier– donde son tan cuidadosos de las ediciones literarias de los clásicos, donde la ciencia literaria ha alcanzado envidiables y no superados progresos, con motivo del centenario de la muerte de Goethe están clamando por una edición definitiva del Fausto. La mía de la mejor poetisa mexicana no pretende más que ser ordenada y depurada; ya lo es sí se le compara con las de mis predecesores. (Guillermo Jiménez, “Los sonetos de sor Juana y Xavier Villaurrutia”, Revista de Revistas, 13 de septiembre de 1931, [s.p.]).
¿Se adjudicó Villaurrutia el trabajo de Abreu Gómez? Es imposible asegurarlo categóricamente con la información encontrada hasta ahora, aunque los hechos apunten hacia esta suposición. Quizá valga la pena aclarar que lo anterior no demerita en nada el valor histórico de las tres ediciones de la poesía de sor Juana (ahora superadas por el trabajo de diversos filólogos). Todavía más: para ser justos, los Contemporáneos siempre integraron una suerte de cofradía, un grupo sin grupo donde el nombre de uno a veces fue el de muchos, sobre todo, cuando al impune vicio de la edición se refiere. Basta recordar –mobilis in mobile– el caso de la autoría de la Antología de la poesía mexicana moderna (Contemporáneos, México, 1928), firmada por Jorge Cuesta, o el de Laurel. Antología de la poesía moderna en lengua española (Séneca, México, 1941), realizada en colaboración con Emilio Prados, Juan-Gil Albert y Octavio Paz.
Ya lo decía Alfonso Reyes: todo lo sabemos entre todos.