Cartografiar en femenino: la mirada poética de Ana Rossetti

Presentamos, en el marco del dossier “Cartografiar en femenino la lírica española”, preparado por Carmen Medina Puerta, un texto de Marina Bianchi, de la Università degli Studi di Bergamo, titulado “La realidad inestable en la mirada poética de Ana Rossetti: notas hermenéuticas sobre Deudas contraídas”. Este artículo apareció originalmente en Artifara 17 (2017) Contribuciones, pp. 249-267.

 

 

 

La realidad inestable en la mirada poética de Ana Rossetti: notas hermenéuticas sobre Deudas contraídas

 

 

 

PRIMERA DEUDA: LAS VÍCTIMAS DEL CRIMEN

 

En efecto, la condolencia parece guiar los poemas de Rossetti enfocados desde la perspectiva de los afectados. Los primeros del listado son los padres de las desaparecidas cuya presencia persiste en el pensamiento, en las cuatro secciones de “Arrebatadas” (2016: 21-22, 23-24, 25-26 y 27). Si en la número I son “pura ausencia” y “Menos que sombra”, en la II se vuelven “fantasmas ante la ventana”; su figura se desvanece poco a poco con la llegada del pesimismo, en la larga espera que se nombra como “infierno inmóvil del horror”, acompañado por los “estragos del miedo y la ignominia”. Finalmente, la quinta escena ubica los hechos en Ciudad Juárez:

 

En el mundo espectral de los autobuses de la madrugada. En el mundo sin horas de la maquila que vomita y engulle, incesante, enjambres de niñas fa- tigadas que agotan su futuro a destajo. En el mundo devorado por el mundo al que nutre. En el mundo excluido de la conciencia del mundo que lo enajena. En el mundo silenciado por el mundo que lo amordaza. En el mundo al margen del mundo que equilibra con sobornos la balanza de la justicia y cimienta en la esclavitud de muchos, su artificio de libertad. (2016: 27)

 

Las tres secciones de “Halladas” (2016: 28-29, 30 y 31-32) dan cuenta del cuerpo mutilado de la niña, encontrado cuando ya “solamente es posible rescatarla del sol, privarla de la corona negra de los buitres, de las lágrimas nocturnas del desierto…”. La noticia del hallazgo trae consigo el final de la espera: “A partir de ese cadáver, la hija deja de existir”. Tan sólo queda reconocerlo y dar las gracias por un privilegio para pocos: “No todos pueden envolver con el amor de los lienzos esas niñas despedazadas, traspasadas, aplastadas por la abominación”. La misma Rossetti cuenta cómo surgieron estos textos:

 

Cuando estuve en la UCLA [University of California, Los Angeles], entre mi alumnado, había un estudiante mexicano que me llevó a una representación sobre el drama de las mujeres de Juárez. Luego hubo un coloquio en el que estuvieron presentes familiares de víctimas. Quedé muy impactada. Esas mujeres, todas jóvenes, menores incluso, trabajan en las maquilas, unas fábricas que funcionan día y noche (lo cito en uno de los poemas). Hay turnos a todas horas. Los autobuses no las dejan cerca de las fábricas. Tienen que cubrir un trayecto en el que se pierden y no aparecen más. La policía nunca sabe nada. […] El testimonio que oí de esos padres y madres que buscaban a sus hijas fue desolador. Les decían que las niñas se habían escapado y justificaban su falta de interés en las denuncias recalcando que eran prostitutas. Cuando por fin se empezaron las indagaciones, se encontraron restos en el desierto, ya devo- rados. Incluso ante esas evidencias, la policía seguía diciendo que como eran prostitutas, se lo habían buscado. (en Arango, 2016: web)

 

 

Acompaña las siete composiciones principales de “Arrebatadas” y “Halladas (Rossetti, 2016: 21-32) un texto paralelo acerca de un prestidigitador, añadido en cursivas al final de cada sección; como informa Jurado Morales (2013: 297), éste tiene la misma función que se le asignaba al coro en la tragedia griega: representa a la colectividad comentando metafórica- mente el suspense, la desaparición, la aparición, la violencia y el reconocimiento tras el hallazgo. Desde la deslumbrante honestidad emocional que caracteriza cada uno de sus poemarios, la autora evoca los acontecimientos sin edulcorar la vileza y el sufrimiento, dejando patente la anulación de identidad de las desaparecidas: la sociedad las olvida desde el primer momento. La condensación de las imágenes sugerentes en rápida secuencia contribuye a conmover al interlocutor para hacerlo partícipe de la tragedia humana; para lograr la intensidad requerida, Rossetti apela además a la praxis poética y a la sonoridad heredada del verso, puesto que: “deseaba expresar ciertas cosas, pero no quería que se convirtiese en un panfleto, quería hacer poesía” (en Arango, 2016: web). El principio sigue válido a lo largo del libro, donde las siguientes víctimas son los habitantes de la “Ciudad profanada” (2016: 33-35), tal y como lo era el cuerpo de la hallada en las composiciones anteriores; el texto, que ya se había publicado en 2004 (Rossetti, 2004: 98), tienen como motivo inspirador el bombardeo de Bagdad, pero está dedicado a cualquier lugar destruido por la ocupación militar (cfr. McCoy, 2009: 8-9). Jurado Morales (2013: 287) hace hincapié en el símil inicial del poema: “Como un cuerpo asaltado por halcones”, que da pie al paralelismo entre la violación y la destrucción del lugar, insinuado mediante “un movimiento progresivo del ruido al silencio, de la agitación a la desolación, de la vida a la muerte, de lo sagrado a lo profano (Jurado Morales, 2013: 288). Tras una breve mirada desde la espera –uno de los temas aglutinantes del libro–, en la que “se aprende el asesino el cuerpo de su víctima y lo desea” hasta el asalto, se pasa a “la angustia del corazón” en peligro entre los escombros de los edificios derribados. La ciudad martirizada “pierde el trazado de sus líneas entre el ondear de las llamas”, se destruyen gradualmente sus riquezas arquitectónicas y se llena de “crecientes riadas de náufragos entre las callejuelas” que “saquean sus entrañas exhibidas, horadan las membranas tensadas de sus vidrieras y esparcen sus vísceras temblorosas: cables, plomo, arena, hierros retorcidos”. El derrumbe trae consigo la desaparición de la memoria tanto histórica como intrahistórica que éstos guardaban y, por ende, de la identidad:

 

Igual que en el cuerpo mutilado se cercena la memoria del tacto, el contacto, la caricia. En ese cuerpo que alguna vez fue amado, venerado, defendido y que ahora es violado y estigmatizado con fuego. Y de esta suerte se clausuran los paisajes: se arrebata el hogar, la escuela, la tumba, los rincones queridos, los lugares de las historias de las gentes, como si se arrancara la piel de los huesos; y la materia trabajada por la edad y la experiencia es demolida, despojada de su eternidad. (2016: 34-35)

 

La prosopopeya de la ciudad humanizada hace que la misma ocupe el lugar que en otros poemas se les otorga a las personas lesionadas, lo que, llegando a la desolación final, dibuja en la mente del lector la terrible imagen de las ruinas despobladas por falta de supervivientes. El sacrificio se multiplica hasta el infinito, en un texto que denuncia a la vez el “imperialismo, e militarismo, el colonialismo, el capitalismo, también […] la insensibilidad y la inconciencia de los gobernantes que animan y asumen estos actos” (Jurado Morales, 2013: 289).

 

SEGUNDA DEUDA: EL MAPA DE LA ESPERA INCUMPLIDA

El mapa de la espera (Rossetti, 2010) es el título de la obra anterior a Deudas contraídas (2016), en la que el sujeto habla en primera persona anhelando volver a su patria perdida, el Sahara: un lugar amado que espera eternamente a su pueblo desterrado y que los saharauis sólo pueden ver en mapas que no dan cuenta de las maravillas de su costa, de su desierto y de su cielo. La espera y el mapa se vuelven entonces elementos imprescindibles para no olvidar los orígenes y la historia de quienes se ven obligados a quedarse lejos de su tierra querida. La pérdida de identidad que el exilio conlleva es el hilo conductor del siguiente ciclo de Deudas contraídas, que se abre con los inmigrantes de “Ciudad prometida” (2016: 36-39); estos superan la incertidumbre inicial para abandonar sus raíces, inconscientes de que elegir el viaje implica entregarse al deseo postmoderno:

 

La ciudad nos hace señas, nos llama, nos tiende sus alfombras, las tersa hasta nuestros pies: vayamos. De esas playas manan fuentes exquisitas. No nos detengamos pues el anhelo pugna por soltarse, la urgencia es viento que empuja irreductible y el horizonte, imán. Recintos de palabras familiares, mapas de recuerdos, parajes de rostros y de tactos, nos lastran la partida. Tiempo habrá para añorarlos, para llorarlos. Tiempo habrá para convertirlos en tesoros: en eslabones afirmándonos al ancla, a las raíces. Ahora olvidémonos. Como hierba abandonada en la corriente, dejémonos ir y olvidémonos, sí. Olvidémonos. (2016: 36)

 

Estos seres huyen “de la patria asentada en la miseria, de los caminos que significan persecución, del refugio convertido en emboscada”, de la “feroz asiduidad del hambre”, de la “agonía de los niños, la sangre de las niñas sacrificadas y los pozos secos de toda promesa”, de las “inclemencias de las balas y del cielo; enfermedad cebando sus festines; injusticia que aplasta el aire” –con una clara referencia, de nuevo, a las jóvenes que se desaparecen en México–4, para llegar a la costa de la abundancia, donde los esperan “el trabajo, el tazón cotidiano, el techo seguro, el fuego despierto, las sábanas nuevas”, y los “Resplandecientes comercios, veloces carrocerías, anchas calles donde las monedas fluyen como ríos de miel de mano en mano”. Anhelan saborear la riqueza de los países consumistas, sin saber que se están sometiendo a otra condena: “Nuestra vida a cambio de poseerla, probarla y asemejarnos a sus felices y poderosos dioses”. Igualmente pierden sus raíces y hasta su vida las víctimas de los “Traficantes de sueños” (2016: 40-41), que prometen trabajo y un futuro próspero a las familias que venden a sus hijas:

 

Alegre lluvia de billetes, trasiego de billetes, papeles que significan inagotables tesoros. Y entonces el padre entregó a la hija y enrolló la ganancia en su pantalón raído. Y entonces la madre entregó a la hija a cambio de una hipotética máquina de coser. Y entonces la hija, con la bendición del padre y de la madre, se fue con otras hijas a la fabulosa y desconocida ciudad de las viejas historias Y la aldea se quedó sin hijas. Nunca más se supo de ellas. (2016: 40-41)

 

Por el contrario, las “Hacedoras de ciudades” (2016: 42-44) intentan devolver la identidad a quienes la han perdido, edificando “en la desgracia la firmeza”:

 

Ellas, artesanas de una patria en terrenos prestados, descubren un oasis en la desolación, bombean el manantial de sus inagotables corazones y sus dedos, hospitales que curan y consuelan, continuamente enceitan [sic] bisagras de sonrisas sobre la despiadada mueca del hambre. (2016: 42)

 

Alimentan así la esperanza de la vuelta a casa, que toma forma en la imaginación: “de este modo consiguen habitar el día del retorno, como si la espera hubiera concluido”, hasta el día en el que realmente ocurra, es decir, en palabras de Rossetti, hasta “cuando ellas hagan coincidir geografía con mapa”. El juego intertextual con El mapa de la espera (2010) revela que la autora se refiere una vez más al pueblo saharaui: esta vez hace hincapié en que la tarea de mantener viva la memoria se ha entregado a las mujeres y se pregunta qué será de ellas cuando ya no tengan que encargarse de este papel. Los nómadas siguen protagonizando “Desarraigo” (2016: 45), que da cuenta del mestizaje cultural que el exilio comporta, por la pérdida identitaria que se abre paso entre la imposibilidad y el anhelo de volver: “Entre la realidad y el deseo, el olvido pugna por levantar su casa”, con una cita evidente de las dos dimensiones que se enfrentan en la poesía de Luis Cernuda y que dan el título a su obra completa (1936; 1991).

Frente a los que se escapan por voluntad u obligación, otros se resisten, se quedan paralizados y se ilusionan con estar seguros en su tierra, en “Principio de la indeterminación” (Rossetti, 2016: 46-47): “Aplazando la huida. / Esperando que el desastre sobrevenga / […] / Como la liebre”. Por miedo, arriesgan su vida, esperando en vano que todo se solucione. Se trata de otro matiz de la despersonalización que se concreta en la incapacidad de reacción, debido a la soledad del hombre frente al mal, que prima también en los cuatro textos siguientes.

 

LA SOLUCIÓN FINAL: ENFRENTARSE A LA AMENAZA

Finalmente, descubrimos que Rossetti tan sólo quería que saliéramos de nuestro estado hip- nótico de insensibilidad y empezáramos a ver la realidad que nos rodea tal y como es, acep- tando la culpabilidad de la indiferencia, puesto que: “Las deudas son infinitas, eso de «yo no lo debo nada a nadie» es falso, arrogante, narcisista y demuestra una gran insensibilidad. Siempre se está en deuda con alguien…” (en Arango, 2016: web). La autora cree que el primer paso consiste en reconocer nuestra implicación en el dolor ajeno, si todavía no hemos sido víctimas directas:

 

Uno puede no tener conciencia directa de la explotación, pero sí sabe que es- tán explotando a otros. Imagino que esa es la mecánica del capitalismo – comenta la escritora-. Aunque no hubiéramos tenido una crisis que ha destapado unas injusticias y hecho saltar otras nuevas, había indicios por todas partes que nos decían cuál era la realidad, pero insistíamos en no verlos y nunca nos los señalaban. (en Vera, 2016: web)

 

Rossetti, que bien conoce los textos de Bauman, elige dar un nombre –o más que uno– a nuestro miedo, decirnos en qué consiste la amenaza y qué hacer para contrarrestarla, para que superemos nuestra indiferencia y queramos reaccionar. Si el enemigo reconocido de la Poesía Social de mediados del siglo XX era el dictador Francisco Franco, contra quien hacía falta empujar a la masa, en el nuevo milenio ya no se trata de posicionamientos políticos o de ideologías: el mundo que nos rodea se deshace y nos aniquila, agotándonos por dentro día tras día; hay que reconocerlo y hacer algo para que el rumbo cambie. Rossetti elige contribuir a ello: ha descubierto qué hacer y lo comparte con sus lectores, produciendo un eco mediante el arma que siempre ha usado, la de la palabra poética.

 

 

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