LO MÁS de la poesía mexicana

Iniciamos un ejercicio de memoria y valoración de la poesía mexicana publicada a partir de 1985, la del pasado reciente. Invitamos a una serie de poetas, críticos, editores, agentes significativos para nuestro campo literario, a que nombren los tres mejores poemas de México o, para decirlo en otros términos, los tres poemas que les resulten entrañables. Cada encargado de la curaduría, en una especie de “Desde dónde se lee”, publicará un texto propio que servirá de epílogo a sus recomendaciones.

 

 

 

 

 

Mario Calderón (Guanajuato, 1951) es autor del volumen Lenguajes en la poesía mexicana (Entre el canon y el folclore) publicado por la UNAM en la colección Poemas y Ensayos. Su último libro de poemas es Suma poética (Valparaíso Ediciones, España, 2014).

 

 

Yo considero que los mejores poemas escritos en nuestro país en los últimos tiempos son “Casida del odio” de Mario Bojórquez, “Encuentro con la nieve” de Vicente  Quirarte y “Tzintzuntzan” de Efraín Bartolomé porque en los tres textos se observa conciencia y habilidad para trabajar y pulir el significante. Se escribe con el lenguaje que nombra y describe los elementos de la naturaleza; este es  el lenguaje poético sobre el que hay mayor experiencia, porque es el más cultivado en México.

Mario Calderón

 

 

 

 

Mario Bojórquez

 

 

 

Casida del odio

I

 

 

Todos tenemos una partícula de odio

un leve filamento dorando azul el día

en un oscuro lecho de magnolias.

                                  

              

                    

II

 

Todos

tenemos una partícula de odio macerando sus jugos,

enmarcando su alegre floración,

su fruta lánguida.

 

¿Pero qué mares

ay, qué mares, qué abismos tempestuosos golpean

contra el pecho y en lugar de sonrisas abren garras colmillos?

 

Levanta el mar su enagua florecida, debajo de su piel va

creciendo una ola dispersada en su vacua intrepidez elástica.

Levanta el mar su odio y el estruendo se agita contra los muros

célibes del agua y atrás y más atrás viene otra ola, otro fermento,

otra forma secreta que el mar le da a su odio, se expande sábana

de espuma, se alza torre tachonada de urgencias; es monumento

en agua de la furia sin freno.

                                  

 

 

III

 

Todos tenemos

una partícula de odio

y cuando el hierro arde en los flancos marcados

y se siente el olor de la carne quemada

hay un grito tan hondo, una máscara en fuego

que incendia las palabras.

 

 

 

IV

 

Todos tenemos una

partícula de odio.

 

Y nuestros corazones

que fueron hechos para albergar amor

retuercen hoy los músculos, bombean

los jugos desesperados de la ira.

 

Y nuestros corazones

otro tiempo tan plenos

contraen cada fibra

y explotan.

 

 

 

V

 

Todos tenemos una partícula

de odio

un alto fuego quemándonos por dentro

una pica letal que orada nuestros órganos.

 

Sí, porque donde antes hubo

sangre caliente, floraciones de huesos explosivos,

médula sin carcoma,

empecinadamente, tercamente,

nos va creciendo el odio con su lengua escaldada

por el vinagre atroz del sinsentido.

 

 

 

VI

 

Todos tenemos una partícula de

odio

y cuando el índice se agita señalando con fuego,

cuando imprime en el aire su marca de lo infame,

cuando se erecta pleno falange por falange,

¡Ah! qué lluvia de ácidos reproches,

qué arduos continentes se contraen.

 

El gesto, el ademán, la mueca,

el dedo acusativo

y la uña,

¡ay! la uña,

corva rodela hincándose en el pecho.

 

 

 

VII

 

Todos tenemos algo que reprocharle al mundo,

su inexacta porción de placer y de melancolía,

su pausada enojosa virtud de quedar más allá,

en otra parte,

donde nuestras manos se cierran con estruendo

aferradas al aire de la desilusión; su también,

por qué no, circunstancia de borde, de extrema lasitud,

de abismo ciego; su inoportunidad, sus prisas,

 

 

                                    

VIII

 

Todos tenemos algo que decir de los demás

y nos callamos.

 

Pero siempre detrás de la sonrisa

de los dientes felices, perfectos y blanquísimos

en sueños destrozamos rostros, cuerpos, ciudades.

 

Nadie podrá jamás contener nuestra furia.

 

Somos los asesinos sonrientes, los incendiarios,

los verdugos amables.

 

 

 

IX (coda)

 

En alguna parte de nuestro cuerpo

hay una alarma súbita

un termostato alerta enviando sus pulsiones

algo que dice:

ahora

y sentimos la sangre contaminada y honda a punto de saltarse por los ojos, las mandíbulas truenan y mascan bocanadas de aire envenenado y la espina dorsal, choque eléctrico, piano destrozado y molido por un hacha y los vellos, las barbas y el escroto, se erizan puercoespín y las manos se hinchan de amoratadas venas, el cuerpo se sacude convulsiones violentas y todo dura sólo, apenas, un segundo y una última ola de sangre oxigenada nos regresa a la calma.

 

 

 Diván de Mouraria, 1999.

 

 

 

 

Vicente Quirarte

 

 

Encuentro con la nieve

 

Nevó toda la noche y amanece
la tierra inmaculada.
Quién pudiera decir que bajo el manto
prepara su verdor la primavera.
Si la pureza existe,
qué semejante es a la nieve:
hoja blanca cedida por el mundo
para probar que nada permanece.

 

El ángel es vampiro, 1991.

 

 

 

Efraín Bartolomé

 

 

 

Tzintzuntzan (Visión desde las yácatas)

.

Este íntimo tono de plácida dulzura 

en que la luz deambula 

desnuda
                                                            

por la tierra

El sol niño que asoma su rostro sobre el lago

Los millares de flores amarillas    danzando

.

A lo lejos                

la leve línea azul de las colinas:

ala del cielo añil lamiendo el agua

.

Un trino de cristal quiebra la transparencia

La quietud crece como un ramaje deslumbrante

¿Es verdad tanta luz?

.

La derramada línea del silencio oculta otra verdad:

ese ciego terror:

el agudo punzón de los silencios       

la arruga que se extiende sobre la piel del lago

la hoz del labrador que en un instante oscuro

cambia de dirección

el ramo más hermoso de flores amarillas

que las vacas destrozan en su hocico babeante

.

Entonces nada queda:
                                          acaso la mirada
                                                                         perdiéndose en el agua.

.

Música solar, 1984.

 

 

 

***

 

Mario Calderón

 

 

El Pico de Orizaba
                        
Anhelando mensajes
del inicio del mundo
pude ascender el Pico de Orizaba
cuando el ojo divino
lo develó plateado.
Sobrevolaban pájaros
transparencias del aire
y en palidez de hierba
se vio quebrado un espejo de hielo.
Las palmeras abrían sus brazos
mostrando flores blancas.
Nubes altas del cielo
lucían las imágenes de abajo.
Desde la cima miré el paisaje
y sentí el amor en su quietud
algo intangible me había enervado:
Un día es mirada de Dios.

 

 

 

También puedes leer