Dentro de la muestra de poesía actual de la India preparada por Gustavo Osorio de Ita, presentamos a Ranjit Hoskote, perteneciente a la generación más joven de poetas indios, aquella que comenzó a publicar su obra durante la década de 1990, es autor de cinco colecciones de poesía: Zones of Assault, The Cartographer’s Apprentice, The Sleepwalker’s Archive, Vanishing Acts: New & Selected Poems 1985-2005 y Central Time. Su trabajo ha sido publicado en numerosas revistas indias e internacionales, incluyendo Poetry Review (London), Wasafiri, Poetry Wales, Nthposition, The Iowa Review, Green Integer Review, Fulcrum (version anual), Rattapallax, Lyric Poetry Review, West Coast Line, Kavya Bharati, Prairie Schooner, Coldnoon: Travel Poetics, The Four Quarters Magazine e Indian Literature. Además, Hoskote ha traducido al poeta místico de Cachemira del siglo XIV, Lal Ded, conocido como Lalleshwari, Lalla y Lal Arifa, para la colección Penguin Classics, bajo el título I, Lalla: The Poems of Lal Ded. Las traducciones son de Gustavo Osorio de Ita.
Secuencia para un trance
Las horas se detienen en mis venas.
La noche cae, un pañuelo de lunares
tendido sobre las calles fluorescentes.
Los relojes siguen marcando
el tiempo en otra ciudad
donde los trenes aún corren,
llevan a la gente a casa.
Sobre mi hombro, veo que mi país se desvanece
en un largo despliegue de cielo azul malva.
Mis extremidades son claras como el cristal.
El viento roza mis hombros
el animal enterrado en mi voz
se despierta y gruñe.
El guión queda de lado, estoy por mi cuenta.
Los detectives van a encontrarme
cuando se imprima un arcoíris
en el cielo tornasol al mediodía.
Aclaro mi garganta,
la película se detiene
Las horas se han detenido en mis venas
pero los viajeros de la madrugada pasan corriendo a mi lado,
a través de mí, para alcanzar el expreso de medianoche.
Mi país ha sido devorado
por un cielo oscurecido por la nube y duerme.
Los sesenta y cuatro santos han formado un cónclave
de pájaros del caos, el arcoíris es una estrofa
que se niegan a cantar. Cerca del tímpano,
la herradura del clima toca crípticas pistas.
En cada esfera de reloj,
la manecilla de la hora y la de los minutos
se aparean.
Desvelados, todo ojos, los pájaros del caos leen
el manuscrito de la tierra desplegándose,
cada mancha una señal:
presa, hogar, peligro,
escondite.
Desde más alto, cada pájaro observa
su sombra cayendo
hacia su muerte.
Desaparezco, otra vez, en el cuarto oscuro.
Una lámpara expone
mis heredados huesos.
En una banca del parque,
un jardinero encuentra un manto,
tirado, deshilachado en las costuras:
mi piel, abandonada en el vuelo.
Donde estoy es un barco sin piloto,
remando a través de agua fría.
Empezar de nuevo. No hay seguridad en los números.
Los sesenta y cuatro santos se quedan paralizados
en la versión autorizada de la leyenda.
Ninguna nota al pie explica las canciones de caza
o la madeja roja que se riza cuesta abajo
en lugar del río.
[Para Shuddhabrata Sengupta]
Footage For A Trance
The hours stop in my veins.
Evening falls, a spotted tissue
draped across dayglo streets.
The clocks go on marking
the time in another city
where the trains still run,
taking people home.
Over my shoulder, I see my country vanish
in a long unfurling of cornflower-blue sky.
My limbs are clear as glass.
The wind grazes my shoulders,
the animal buried in my voice
wakes up and growls.
Script thrown away, I’m on my own.
The detectives will find me
when a rainbow prints itself
on the litmus sky at noon.
I clear my throat,
the movie stops.
The hours have stopped in my veins
but late-night travelers rush past me,
through me, to reach the midnight express.
My country’s been swallowed
by a sky darkening to cloud and sleep.
The sixty-four saints have formed a caucus
of havoc birds, the rainbow is a stanza
they refuse to sing. Close to the tympanum,
the horseshoe weather taps cryptic clues.
On every clock-face,
the hour hand and the minute hand
go on mating.
Wakeful, all eye, the havoc birds read
the scroll of earth unfolding,
every fleck a signal:
prey, home, danger,
hiding-place.
From a great height, each bird watches
its shadow falling
to its death.
I vanish, again, in the darkroom.
A lamp exposes
my heirloom bones.
On a park bench,
a gardener finds a surplice,
drooping, raveled at the seams:
my skin, abandoned in flight.
Where I am is a boat without a pilot,
sculling through cold water.
Start again. There is no safety in numbers.
The sixty-four saints stand paralyzed
in the authorized version of the legend.
No footnote explains the hunting songs
or the red skein curling downhill
in place of the river.
[For Shuddhabrata Sengupta]
Un poema para la abuela
Una puerta. Una escalera. Y dos pasos dentro de esa oscuridad,
la silla de respaldo recto en la que se sentaba mi abuela,
una red de encaje cubriendo el descansabrazos de caoba.
Y sobre la mesa, un libro de historias
abierto con la guarda, las tapas tejidas con cicatrices.
Las fotografías la atrapan bajo un caparazón de relaciones:
el corsé sepia no la retendría más
que una emperatriz delegando tareas domésticas;
en esta habitación, imagina que ella acepta gravemente
tributos de porcelana y latón brillante
o que coloca los lirios a flote en tazones, o que apila
ollas de mango picado en el ático del verano.
Pero la palabra incorrecta mata y la emperatriz se equivoca,
un acre injerto en una delicada pila. El imperio
nunca fue su credo: abuela tuvo que aprender
los principios del gobierno a través de manos expertas.
Tuvo que despertar las bruscas palabras de mando
sobre irritadas brujas en el patio interior,
tuvo que domar a los pavos reales en el jardín
y secar las pasas del tacto con las tías políticas,
inválidas que gobernaban desde cofres adornados con latón
y serenas camas de enfermedad.
Ella creció con sus hijos, sostuvo la casa
en una ciudad de buques mercantes y combates de desfiles,
hizo un hogar entre el corazón herido por la lluvia
de ese mundo en cuyas calles polizontes chinos pregonaban
las alabanzas de su seda, y los culis vendían
carretillas de especias cosechadas para puertos más fríos.
Al igual que los poetas de esa ciudad, ella escribía en dos lenguas,
hablaba una tercera entre educadas compañías, las líneas trozadas
entre los enrejados, las palabras atrapadas en piedra porosa.
Ella murió dando a luz a una hija
en 1931, Día del Armisticio.
Ella creció hacia la tierra, después, una histórica higuera
con raíces que se dispararon hacia el cielo y ramas que cavaron
tan profundo que sembraron un bosque.
Abuela consumida y dadivosa. Conectado a ella
por nada más sustancial que un hilo en espiral
de proteínas, me despierto algunas noches para encontrar sus ojos
mirándome fijamente desde el espejo:
cuando murió abuela, más joven de lo que soy ahora,
se cortó por la mitad por el resplandor la calle.
Haz acopio de tus poderes, dice ella, no des
desde el corazón, hijo mío, no des.
El dar espina la carne, corroe la intención.
El más desconfiable de los trueques, el más memorable de los pecados,
el dar mata. Hijo mío, no, como Karna,
arranques tu armadura que es tu piel.
A Poem For Grandmother
A door. A stair. And two steps inside that dark,
the straight-backed chair my grandmother sat in,
a lace net draped across its mahogany arm.
And on the table, a volume of stories
open at the flyleaf, its tissue quill-scarred.
The photographs seal her in a shell of relations:
the sepia corset would have her no more
than an empress delegating domestic chores;
in this room, imagine her gravely accepting
tributes of porcelain and sparkling brass
or setting tiger lilies afloat in bowls, or stocking
pots of pickled mango in the attic of summer.
But the wrong word kills, and empress is wrong,
an acrid graft on a delicate stock. Empire
was never her creed: grandmother had to learn
the principles of governance from practised hands.
She had to whet the brusque words of command
on waspish crones in the inner courtyard,
had to tame the peacocks in the garden
and dry the raisins of tact with aunts-in-law,
invalids who ruled from brass-bound chests
and serene beds of illness.
She grew up with her children, kept house
in a city of merchant ships and parade-ground strife,
made a home in the rain-gashed heart
of that world in whose lanes stowaway Chinese sang
the praises of their silk, and coolies peddled
cartloads of spices plucked for colder ports.
Like the poets of that city, she wrote in two languages,
spoke a third in polite company, the lines enjambed
over the trellises, the words trapped in porous stone.
She died giving birth to a daughter
on Armistice Day, 1931.
She grew into the earth, then, a storied fig tree
whose roots shot to heaven and branches burrowed
so deep they seeded a forest.
Giving consumed grandmother. Connected to her
by nothing more substantial than a spiralled thread
of protein, I wake some nights to find her eyes
staring at me from the mirror:
grandmother when she died, younger than I am now,
cut in half by the streetlight’s glare.
Hoard your powers, she says, do not give
from the core, my son, do not give.
Giving spites the flesh, corrodes intention.
Most unreliable of barters, most memorable of sins,
giving kills. My son, do not, like Karna,
rip off the armour that is your skin.
Loco
Se queda mirando a las estrellas moribundas,
este loco con una negra bata cubierta de hollín.
Ninguna puerta se abre para llevarlo adentro,
a este loco con una negra bata cubierta de hollín.
Sumerge su pluma en un fondo oscuro
que con su plumín rompe:
es solo la sombra de una nube
que está pasando por encima
de este loco con una negra bata cubierta de hollín.
Su largo andar es una persecución de hojas
a través de un parque deletreado por ramas desnudas
que no le ofrecen techo alguno,
ningún respiro de la vacilante nieve:
esconde su barbilla en una raída bufanda,
este loco con una negra bata cubierta de hollín.
¿O es él la sombra de una nube
que está pasando por encima de un oscuro fondo?
Él rompe su plumín en una persecución de hojas,
arrastrando los pies bajo las ramas raídas,
probando su voluntad contra la nieve
que vacila en la estrecha viga
desde una ventana medio abierta hacia la noche.
Pero ninguna puerta se abre para llevarlo adentro,
él se queda mirando a las estrellas moribundas.
Vendrá su turno, azota su cuchillo,
este loco con una negra bata cubierta de hollín.
Madman
He stares up at the dying stars,
this madman in a soot-black robe.
No door opens to take him in,
this madman in a soot-black robe.
He dips his pen in a darkened pool
that breaks his nib:
it’s only the shadow of a cloud
that’s passing above
this madman in a soot-black robe.
His long walk is a chase of leaves
through a park spelled out in leaf-stripped boughs
that offer him no roof,
no respite from the flickering snow:
he hides his chin in a threadbare scarf,
this madman in a soot-black robe.
Or is he the shadow of a cloud
that’s passing above a darkened pool?
He breaks his nib in a chase of leaves,
shuffling below the threadbare boughs,
testing his will against the snow
that flickers in the narrow beam
from a window half-opened to the night.
But no door opens to take him in,
he stares up at the dying stars.
His turn will come, he strops his knife,
this madman in a soot-black robe.
Hablando una lengua muerta
Infrinjo las oraciones que la ceniza ha envuelto,
el liquen crecido; luego volver a encender tropos
que los granjeros dejaban caer en las parrillas de sus cocinas
con el maíz descascarillado y cuentas de vidrio azul
cuando los hombres del norte cabalgaron por encima de los ruanos.
La retrospectiva es un primo pobre de la revelación.
Escuchar el siseo y el rocío de la lluvia,
el crepitar del fuego entre las palabras,
dar voz a mi aliento con formas extrañas en mi boca
es como estar buscándote.
La rosa del norte florece en cada dirección
sobre el andrajoso mapa que saco de un cofre,
un magneto oculto
alrededor del cual las esquirlas de hierro forman una corona.
Aplano los continentes encima de una mesa
y leo allí sobre nuestro amor,
no perdido sino traducido,
sus cadencias aprendidas de nuevo
en otros países por otras lenguas.
Speaking A Dead Language
I trespass on sentences that ash has muffled,
the lichen overgrown; then re-kindle tropes
that farmers dropped in their kitchen grates
with the husked corn and blue glass beads
when the northmen rode in on champing roans.
Hindsight is a poor cousin to revelation.
Listening to the hiss and splatter of rain,
the crackle of fire between the words,
voicing my breath in strange shapes of mouth
is like looking for you.
The north-rose flowers in every direction
on the tattered map I pull from a chest,
a hidden magnet
around which iron filings frame a crown.
I flatten the continents on a table
and read there of our love,
not lost but translated,
its cadences learned again
in other countries by other tongues.
[From: The Sleepwalker’s Archive]