Vicente Huidobro y Pierre Reverdy frente al creacionismo

Presentamos el prologo de Vicente Huidobro y Pierre Reverdy frente al Creacionismo, de la escritora chilena María Eugenia Silva. Chileno-Canadiense, con una licenciatura de la Universidad de Toronto y un doctorado en literatura hispanoamericana de la universidad Johns Hopkins. Posee, además, un magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Ohio. Trabajó como profesora en Johns Hopkins por varios años y fue directora de programa de español en la Universidad Virginia Union, Virginia . Dio cátedras en la Universidad Finis Terrae sobre literatura pre-hispánica, los movimientos latinoamericanos de vanguardia y enseñó sobre el afluente periodo de los setenta y ochenta.

 

 

 

 

 

 

Vicente Huidobro y Pierre Reverdy
frente al creacionismo

por MARÍA EUGENIA SILVA

Prólogo

 

Es numerosa la crítica sobre el Creacionismo literario, como son cuantiosos los estudios que han tratado de dilucidar las controversias que rodearon a este movimiento. De los primeros, la mayoría se instala en análisis que dejan entre renglones la obra romántico-modernista de Vicente Huidobro, que va desde 1911 a 1914, y optan por aproximarse al tema a partir de El espejo de agua de 1916. Otros se centran en creaciones posteriores más conocidas, como Temblor de cielo o Altazor. De los segundos, muchos, simplemente abordan la polémica en base a suposiciones, produciendo análisis personalizados que no ahondan en los incidentes ni realizan un examen comparativo de los dos individuos que terciaron en las polémicas.

    Vicente Huidobro inició la carrera literaria en Chile, su país natal, y posteriormente desarrolló gran parte de ella en Europa. El poeta, cuya primera publicación, Ecos del alma, se remonta a 1911, viajó a París en 1916 con varios libros y manifiestos ya publicados. Allí se insertaría de lleno en la naciente vanguardia literaria, a partir de 1917. Primero, lo haría con sus contribuciones en la revista Sic y luego en la Nord-Sud, una publicación que él mismo co-fundó, mediante su apoyo financiero y en la cual participó activamente. Pronto, además, publicaría en Europa una seguidilla de nuevos poemarios, cuyo pináculo de excelencia lo marcaría Altazor, de 1931.

    En el año 1920, surge una controversia que significó que, tanto el público lector como la crítica literaria, perdiesen fe en la originalidad del escritor. Tendrían que pasar casi treinta años después de la muerte de Huidobro, en 1948, para que se le comenzase a conceder verdadero mérito a su obra.

    El escritor y crítico guatemalteco, Enrique Gómez Carrillo, acusó a Vicente Huidobro en un artículo literario del Cosmópolis de Madrid (30 de junio de 1920), de imitar al poeta francés Pierre Reverdy; Reverdy había sido el director de Nord-Sud y trabajó con Huidobro, compartiendo numerosas veladas en la casa del chileno, en Montmartre. Gómez Carrillo, a su vez, aseguraría que Huidobro habría antedatado su obra El espejo de agua, con el año 1916, y así aparecer como el primer creacionista de la falange vanguardista que entonces se fraguaba en París.

El escritor y crítico español, Guillermo de Torre, quien en un principio trabó amistad con Huidobro, corroboraría en artículos periodísticos posteriores, los cargos del guatemalteco.

    Ha sido sólo a partir de la década de 1970 que se ha depositado en Huidobro, de manera más extendida, la distinción de ser el primer poeta que cimentara, en español, una teoría y una práctica estéticas que redundaron en el expedito advenimiento de un sin número de movimientos de vanguardia, tanto en España, como en América Latina. En ese sentido, como lo ha expresado René de Costa, Huidobro fue para la vanguardia de habla hispana lo que fue Rubén Darío para el modernismo. Sin embargo, y a pesar de este reconocimiento postrero del poeta, aún circulan estudios que perpetúan la polémica o que la aclaran al pasar, tomando una u otra posición en el asunto, originando así exposiciones incompletas y partidistas. Ninguno efectúa una labor comparativa, ni de los individuos al centro de la disputa, ni de sus obras; ninguno ha podido, por fin, verificar si las imputaciones tienen o no bases en las cuales sostenerse. Falta, por ende, escrutar tanto a los individuos como a sus creaciones para mediar una resolución comparativa que dé término, de manera equilibrada y concluyente, al debate sobre los cuestionamientos de la originalidad del Creacionismo. Falta, igualmente, exponer ciertas circunstancias del contexto colaborativo entre los poetas que generó, como resultado, espíritus con influjos creativos cercanos, ánimos similares, pero que en la poesía concreta de ambos no forjó equivalentes.

    El temple de Huidobro fue controvertible en todas las facetas de su existencia: gran teórico polemista, escritor bullicioso y vanguardista muy comprometido con la originalidad. No había cabida en su pluma para la imitación ni el plagio, ya que no necesitaba aquello. Él era, en sí, una fuente inagotable de creatividad y de autenticidad.

    Sin embargo, no faltaron quienes cuestionaran sus inicios de vanguardia. Los más notables detractores del poeta fueron los críticos Gómez Carrillo y De Torre quienes, de manera desfachatada, decidieron ignorar la obra temprana de Huidobro para imputarle falsas acusaciones. Y está muy claro que en el periodo inicial del poeta, conocido como romántico-simbolista y correspondiente a una época bastante anterior a su contacto directo con Europa, ya se prefiguraba su espíritu vanguardista y original.

    Huidobro viajó a Europa transportando un invernáculo teórico-poético que prosperaría rápidamente en el Viejo Continente, porque su voluntad literaria confluía con aquellos vanguardistas que conocerán al poeta por el 1917. En particular, y ya desde sus inicios como escritor y estando aún en el liceo, Huidobro citaba en sus trabajos de forma fehaciente ciertos preceptos del filósofo Ralph Waldo Emerson. Emerson consideraba que la naturaleza está por debajo del poeta y que, como dueño de la palabra, el escritor debe poseerla, dominarla y no imitarla.

    Esa incipiente teoría de quinceañero, más la prefiguración vanguardista en su obra temprana, convergerían claramente con los preceptos que defendieron los vanguardistas europeos a principios del siglo XX. Por lo tanto, una vez en Francia, su inmersión en el selecto grupo de escritores que se fraguaba en París, por el 1916-1917, fue natural y bienvenida. Es el mismo Huidobro quien se percata de la vitalidad de tener una publicación de vanguardia en francés, idioma que dominaba plenamente, por lo que decide impulsar monetariamente la inauguración de la revista Nord-Sud, con su amigo poeta, Pierre Reverdy, a la cabeza. La revista sirvió para aunar a escritores de la misma calidad y espíritu creativos que Huidobro y le permitió al chileno desarrollar su carrera, abriendo nuevos espacios en Europa.

    En cuanto al cuestionamiento sobre la publicación de su notable obra El espejo de agua de 1916, las pruebas analizadas sobre su inteligencia artística son fehacientes: Huidobro no tuvo la necesidad de realizar dicho ardid, pues fue un escritor verdaderamente fecundo. Su abundancia literaria fue, más bien, una fuerza que no hizo otra cosa que crear influjos y la admiración literaria de otros. No hay que olvidar el gran asombro que suscitó en su visita a España a fines de 1916 y posteriormente, y con más frecuencia en 1918, periodos en los cuales sembró sus más fértiles semillas entre los escritores españoles del momento.

Esos mismos gérmenes luego se propagarían por todo el mundo de habla hispana, con el florecimiento de docenas de movimientos de vanguardia.

    Una vez probada la originalidad artística de Huidobro, queda por contestar por qué los cuestionamientos y las acusaciones en su contra han persistido por tanto tiempo. Las respuestas no se encuentran en la obra, que es, sin duda, única, sino que se descubren en las cosas cotidianas, en los roces personales que surgieron con posterioridad entre los participantes de las incipientes vanguardias. Un ejemplo es su renuncia al círculo Nord- Sud. Huidobro no tan sólo renuncia al grupo, sino que, a su vez, deja de financiar la ya afamada revista. Sin su ayuda monetaria y colaboración literaria, esta no pudo subsistir. Fue sólo cuando Huidobro dejó de aportar económicamente que Reverdy comenzó a acusarlo de plagiario, junto con inculpar de lo mismo a otros de sus colaboradores que también decidieron partir.

    Es verdad que en este grupo de vanguardia hubo confluencias de ánimo, de motivación creativa: abandonar las viejas formas decimonónicas imitativas de la realidad, para dar inicio a una nueva era literaria en la cual las imágenes poéticas las des cubría e inscribía el escritor en su obra. Reverdy y Huidobro compartían plenamente dichos principios, pero ambos produjeron obras disímiles.

    Al explorar las personalidades de ambos escritores se descubren naturalezas dispares, lo cual explica aquella opuesta manera de crear. Una breve biografía de Reverdy comprueba que fue una persona retraída, que prefería la soledad de su cuarto en la búsqueda de las ansiadas imágenes que, según él, el espíritu habría de proporcionarle. Y el estudio del temple de Huidobro indica que él fue todo lo contrario. El poeta chileno fue un impetuoso personaje en constante invención de mundos creados, tal cual lo postuló desde niño en sus manifiestos y ensayos. Es por eso que un análisis en detalle de las obras de ambos, evidencia que en la práctica no existen verdaderas concomitancias, pero que sí existió una hermandad de voluntades en el momento de su encuentro y colaboración en Nor-Sud. Es más, la única coincidencia real entre poemas que se logró localizar entre sus obras, se descubre en las obras más antiguas de Huidobro; es decir, en sus primeros poemas de corte romántico-simbolista (1911-1915). Muchos versos huidobrianos antiguos concuerdan temáticamente con gran parte de la obra de Reverdy a partir de 1915, época de la gran polémica entre ambos. El desfase temporal, sin embargo, sólo comprueba que no hubo plagio por parte de Huidobro y que en temas y mecanismos de creación hay elementos comunes, tanto a europeos como a latinoamericanos, sin que ello constituya un acto de apropiación de parte de estos últimos. Se trata, en el fondo, de convergencias libres de intencionalidad plagiaria. Para enmarcar más aún este concepto, se formula un postulado que pasará a denominarse adquisición adecuada.

    Este marco experimental se relaciona en parte con la teoría de la apropiación, del crítico Bernardo Subercaseux. En su propuesta, Subercaseux advierte que dos individuos de localidades tan apartadas como son Europa y América Latina, pueden convenir en articulaciones artísticas comparables en sus aspectos generales y estos no tienen por qué ser hurtos o imitaciones. La teoría de la adquisición adecuada, por su parte, está de acuerdo con lo expuesto por el crítico Subercaseux, pero agrega algo más: Hay influjos intelectuales, que aquí se señalarán como proyecciones intelectuales o bagajes subjetivos, que pueden estar presentes en otros escritores, pero que a su vez los inmunizan de ser plagiarios. La teoría de adquisición adecuada proporciona una línea analítica que facilita el careo profundo de las obras de Reverdy y de Huidobro, precisando que, aparte de que ambos intervinieron como activos miembros de la vanguardia y que ambos respetaron ciertos atributos colectivos de esta, sus obras fueron particulares y categóricamente distintas. La magnificencia de Reverdy residía en una abstracción meditativa espiritual; la grandeza de Huidobro en una tarea autoimpuesta de plasmar, casi de manera eufórica, mundos nuevos en el poema.

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