Lo más de la poesía mexicana

Iniciamos un ejercicio de memoria y valoración de la poesía mexicana publicada a partir de 1985, la del pasado reciente. Invitamos a una serie de poetas, críticos, editores, agentes significativos para nuestro campo literario, a que nombren los tres mejores poemas de México o, para decirlo en otros términos, los tres poemas que les resulten entrañables. Cada encargado de la curaduría, en una especie de “Desde dónde se lee”, publicará un texto propio que servirá de epílogo a sus recomendaciones.

 

 

Daniel Téllez (Ciudad de México, 1972) ha pensado en “Spider man blues” de Vicente Quirarte, “Al margen de lo indomable” de Luis Cortés Bargalló y “Origami para un día de lluvia” de Manuel Ulacia.

 

 

 

 

 

VICENTE QUIRARTE

 

De Mitologías (1999)

 

Spider man blues

Elogio del tiempo antiguo.
Escalabas los viejos edificios
y eran las azoteas
tu dominio completo: tendederos,
pianos en el desvelo, plenilunios
aliados del licántropo y el loco.
Todo el tiempo era tuyo y no sabías.
Patrullabas los barrios sin temores
al asesino en turno. Mayor era tu crimen:
estar en el mundo con dos caras
y en las dos serle fiel al heroísmo
desconocido y breve de ser joven.
Encima la soledad, más vasta que la noche.
Debajo de tu máscara de carne,
tendida sobre tu cama y tus papeles
dentro del corazón, tan desbocado
por mujeres que no te conocieron.

La soledad es músculo del alma.
Bajo las peores lluvias navegabas
y el cuerpo resistía. Era hermoso
entrar por la ventana y despojarte
de tu armadura frágil (una tela de araña
a veces resiste más que las promesas).
Era bueno el fracaso, ir en su busca,
y decir está bien y reírse y no quejarse.

Eras el no ser de todas las muchachas:
ignoraban tu nombre y tu lenguaje.
Menos tu ciudad, tu novia, tu doncella.
Desnuda te recibía cada mañana.
Con su velamen pleno, la Catedral
desplegaba sus formas en la bruma.
Escapabas de clase y ascendías
para ser esas torres y mirar
con sus ojos de piedra.

Tatuabas en lugares secretos
tus señales más hondas.
Te quedabas las horas frente a un muro
donde la ciudad, cartógrafa, trazaba
sus mapas de colores.
Tigre de veinte jaspes, el salitre
devoraba las huellas de los hombres.

Eran los tiempos castos del sediento.
Encapuchado el rostro,
ibas de jaula en jaula, doloroso
como antorcha sin aire.
El amor es difícil dentro y fuera.
Cuando no te querían, te ofrendabas
al hambre de la ciudad y sus sicarias.
El aura de los borrachos y los niños
te negaba los dones del desastre.

Te sentías infeliz y no lo eras.
Eres feliz ahora y es amargo
saber que Peter Parker
vive con una esposa
que lava su camisa y su disfraz heroico.
Ha muerto el Hombre Araña.
Fuiste el único fiel en el velorio.
No pretendas buscar al asesino:
la esquela que leíste
fue escrita con tu letra y con tu tinta.

Ahora te avergüenza
precisar del alcohol en las arterias
para enfrentar la calle. Sales de vez en cuando
y evitas —como el valiente sabio— la pelea.
Patrullas con temor las mismas calles
de una ciudad ajena.
No te duelan el café, los portafolios,
la ganada caricia
que te cierra la herida.
Debajo de la corbata está tu pecho
y en él las cicatrices tejidas por la araña.
Es otra tu forma de ser héroe.
Si lo dudas, perdido entre los otros,
y te crees expulsado de la altura,
reconoce los rostros de tus hembras:
son la calle, la noche, las estrellas,
claras hadas madrinas del oscuro.
Ellas no se han movido

ni dormirán, para velar tu sueño
si sabes ser fiel a sus fulgores
y aprendes a brillar para el muchacho
palpitante en tu carne,
portador de la máscara en la noche. 

 

 

 

LUIS CORTÉS BARGALLÓ

 

De Al margen indomable (1996)

(Fragmentos)

 

 

2

 

Toda la noche un rumor que ronda en la jaula de agua.

(Ruido que articula sonidos que forman un vaho como cuerpos que tocan a la puerta del oído que abren desde adentro como embriones y rizomas espirales esqueje mugrón de nombres que se abisman al encuentro en los demás sentidos que rompen sus larvas en el laberinto que buscan su media naranja su doble pluma su nomeolvides como un corazón con el cascarón roto que anda perdido toda la noche por los rincones del cuerpo y clama con un rumor de cuerda que es un león alado una cabra una macarela una caballa víbora que ronda galopa olfatea arrastra su camino da la vuelta y forma un círculo repite y se arrepiente hasta disolver perderse nuevamente en el hueco de sus navegaciones pasos y pisadas alas invisibles garras sobre la percha en el péndulo grave y linterna oscilante pía brama silba canta balbuce siente sed en jaula de agua.)

Toda la noche un rumor que ronda en la jaula de agua.

 

 

 

 

4

 

Sondeando el oído, a veces la cala, el hueco estruendo animal en el arrecife: piedras vivas: piel de foca: branquias abiertas del escollo. Celda y alvéolos, prominencia del hueco. Vulva castalia que succiona torrentes fosfóricos, pneuma.

Éstas son las ofrendas, o simples rasguños en la superficie:

En la arena, vidrio y oro de moscas, la trenza verde ámbar de una diosa desnuda y sin nombre; los aderezos triturados, los listones rojos salpicados de ceniza; una sola trenza sin cabeza, revuelta tras el festín, olor a tuétano y a huesos limpios.

En el aire frío, rondas de ángeles con túnicas zafiro pegadas al cuerpo de cristal. Canto. Pliegues y mangas radiales, círculos de plumas blancas.

Cubierto por la cobija de luz que en ese punto se deshilacha por el viento, el cuerpo de una gaviota muerta, seco, diamantino. Renovado retoma por su cuenta el vuelo, revive en un destello.

Máscaras de murciélagos, toros, monos, cerdos, tigres, iguanas, delfines, con pieles de alcornoque y eucalipto.

Las gemas arrancadas de los ojos y del sexo donde ahora florean los oleajes como jirones de ropa vieja.

 

 

 

6

 

Tras la espuma, allá en el día corredizo, con el lomo lanceado bajo el paladar de nubes.

Su insoportable sombra paralela viaja, raja con sus quillas, con su diente verde y amarillo, el gis de la neblina.

 

 

MANUEL ULACIA

 

 

De Origami para un día de lluvia  (1990)

(fragmento)

 

 

Esta lluvia que bate los cristales
es la misma de ayer.
Oyes el golpeteo de sus gotas,
como un tamborileo
que no acaba jamás.
Hace tiempo que escribes.
Las horas se han pasado
y no te has dado cuenta.
Tu amigo trabaja en su habitación.
Hace diez años que están juntos.
Sin buscarlo lo hallaste.
En Sao Paulo llovía.
El azar teje encuentros
como la ciudad calles
que desembocan en la misma plaza.
Esta lluvia que bate los cristales
es la misma de ayer.
El rumor de sus gotas
ha estimulado el árbol de tus nervios.
Has vuelto a vivir lo que ya no existe.
Has ido y regresado.
En tu cráneo, tiempos y espacios
disimiles han pactado, creando
una estrella de varios picos
que apuntan todos hacia el infinito.
Te has encontrado en uno de los vértices
al niño que fuiste, mientras miraba
absorto la lluvia tras el cristal
y en los otros, al muchacho, al joven
y al adulto que fueron
el hijo de aquel niño.
Has caído en la búsqueda de tu ser
desde la alta cúspide de tu insomnio.
Has amado preso en la libertad del amor.
Has buscado por calles que se
borran en la bruma la intersección
de lo que captan los sentidos
con lo que intuye el sinsentido.
Has resucitado en Pascua Florida
al hallar en la nave
de una iglesia la Rosa de Sarón.
Has visitado un Santo.
Has sentido el calor de aquella luz
inexplicable que te hizo salir de tu cuerpo
una noche, mientras éste se fundía con el universo.
Has vuelto a amar.
Has sido para ser.
Buscas en este segundo que
pasa el concierto de todas
las fuerzas que te inventan.
Eres una partícula en la galaxia
que gira en la nada,
un ahora que se recuerda a sí mismo
en el parpadeo de los milenios.
Quien escucha llover ya es otro.
Está sentado en un cuarto futuro
que tú aún no conoces. Te contempla
salir de tu alcoba, cerrar la puerta
y caminar por el jardín en donde
respiras la humedad de la noche.
Esta lluvia que bate los cristales
es la misma de siempre.

 

 

 

 

Daniel Téllez

 

 

(quedarse en cuadro)

 

Francamente no hubo consanguíneos. Jamás inauguramos la matatena. No latimos en la costilla del ajeno. Ninguno se encubrió en el parque. Nada fue piedra papel o tijera. En ningún tiempo un pie aislado para hocicar el suelo. En la vida. Sólo una aorta ingenua el área galáctica de un monouniverso. Una charada frena la alteración del destino, dictaban los crecidos: no hay hambre de quitar el hipo los fraternos son tan infecciosos. El libreto cerebral así lo quiso,  escaló su tiempo. Siempre hay penuria. Se palpa fondo.

Ahora hay bosque. No pulsamos en la histeria de los barbados hermanos. En permuta nos hallamos magnos chanceros, longevos a la risita profunda que curte la celosa barda de los giros.

 

 

 

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