Alfonso Gutierrez Hermosillo y Los Contemporáneos

César Pérez González es especialista en la obra de Villaurrutia, su tiempo y su entorno. En esta oportunidad nos ofrece un texto en torno a Alfonso Gutiérrez Hermosillo (1905), que “bien puede incluirse en la generación de Contemporáneos”.

 

 

 

 

Alfonso Gutiérrez Hermosillo, humildad y olvido

 

@Ed_Hoover

 

 

Por afinidad, gustos estéticos e inclinación crítica, Alfonso Gutiérrez Hermosillo bien puede incluirse en la generación de Contemporáneos, al menos con las reservas históricas y geográficas que merece. Junto a Octavio G. Barreda no se ubica en la primera línea, pero responde a las influencias que le dieron voz en la ya lejana década de los veinte.

            Nacido en Guadalajara, Jalisco, en agosto de 1905, incursionó en poesía, narrativa y dramaturgia, aunque en el ensayo despuntó como buen observador de su tiempo, continuando el trabajo que desde la capital del país sus predecesores impulsaban desde los años en la Escuela Nacional Preparatoria.

            Justamente, su afinidad con el grupo lo fue aproximando hacia Xavier Villaurrutia, quizás al ver en él materia prima para esculpir, igual que antes la distinguió en Jorge Cuesta y Gilberto Owen, compartiendo amistad con Agustín Yáñez, jalisciense distinguido.

            Entre Gutiérrez Hermosillo y Villaurrutia existió intensa amistad de la cual apenas quedan algunas cartas que testimonian su estilo humilde, carismático ante las circunstancias o su habilidad para argumentar la calidad de espíritu, drama que no tardó en colocarlo al menos próximo al autor de los Nocturnos.

            Educado bajo enseñanzas tradicionales –no por nada Guadalajara era culpa y redención-, también ingresó a la jurisprudencia y permaneció activo en lo literario hasta su muerte, en junio de 1935, no sin abonar al ambiente cultural de la época fundando revistas “Bandera de provincia” y “Campo”, colaborando en la primera el mismo Villaurrutia.

            Atento, interesado en los demás –por encima propio-, se mantuvo en aprendizaje constante, al entender que habitar en la provincia –anacronismo de todo régimen centralista- limitaba en todos los sentidos, principalmente en la evolución de sus letras.

            Dedicado al género dramático, lo estudió con miras a replantear su escritura sobre cánones que iban evolucionando, motivo por el cual se adentró a explicarlo y vivirlo, prueba de ello fueron dos guiones que han permanecido en el inconsciente cultural de México: “La vuelta de Lázaro” y “¡La justicia, señores!”, ahora de acceso difícil y bien catalogados como rarezas.

            Poeta tardío, exigió a propios y detractores la sinceridad en comentarios, que la indulgencia no testimoniara su falta de práctica o lo excusara de no estar al mismo nivel que algunos de los jóvenes Contemporáneos, como lo indica en correspondencia hacia finales de 1929, seis años antes de su inesperada muerte.

            En este ámbito, Gutiérrez Hermosillo, se declaró analista de Sor Juana Inés de la Cruz, difiriendo de estudiosos que al arranque del siglo pasado vieron en la monja una posibilidad real de traerla al nuevo contexto nacional, inmersos en polémicas sobre qué tan actuales eran términos del castellano de su tempo.

            La narrativa impulsada por él también recuerda a los ejercicios dados a conocer por Jaime Torres Bodet, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia, en lo íntimo con rasgos espirituales, eje central de su estilo lírico, no obstante también colaboró  en la revista “Contemporáneos”.

            Autodefinido como “turbulento y azorado provinciano” hasta “impersonal e irónico humano”, Alfonso Gutiérrez Hermosillo cada vez permanece oculto a la crítica que centra sus esfuerzos en el grupo de jóvenes, sin embargo, restan evidencias de su importancia en la literatura mexicana del siglo pasado.

            Si bien los rastros del jalisciense con menos se le recuerda lejos del escaparate y protagonismo que sus coetáneos iniciaron con la renovación tradicional de las letras, cuando estar fuera de la capital significaba no incluirse en publicaciones.

            A pesar de esto, una de sus enseñanzas más relevantes lo muestra autor de una expresión total y fiel, búsqueda que no todos aceptan o de la cual algunos se adueñan; en este sentido, como poeta tardó en hallar su voz, sin afirmar del todo que pudiera lograrlo.

            Incluso, la justicia cultural le debe reconocer su esfuerzo por eliminar barreras geográficas, no por nada ambas revistas que promovió –al menos en occidente- guardan colaboraciones importantes y sirven para ejemplificar su afición por letras hispánicas y europeas, punto de ebullición de las vanguardias adecuadas en el país.

 

 

 

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