Presentamos una reseña de Pablo Raymond Meriguet Calle (Quito, 1989) sobre el libro Con todos los que soy, de Antonio Preciado, editado por la editorial ecuatoriana el Ángel Editor. Antonio Preciado es uno de los poetas más importantes de la poesía ecuatoriana actual.Pablo Raymond Meriguet es licenciado en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, PUCE, y Maestro en Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso. Actualmente se encuentra realizando un Doctorado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, UAM. Autor de los libros de poesía: Théoden (2015, CCE) y Es luciérnaga la ceniza (2017, El Ángel).
Dialéctica en la obra poética de Antonio Preciado
por
Pablo Meriguet Calle
La obra poética de Antonio Preciado es un innegable juego de oposiciones generadoras de figuras y universos literarios. Sin enmarcarse en la evocación personalista del deseo, ni tampoco alejándose hacia los lindes de la eliminación del yo como agente de creación, su trabajo intenta no encontrar un punto medio -ni mucho menos-, sino generar de la contradicción una nueva etapa que envuelva el oxímoron. Esta irreductible tensión es la que, probablemente, hace del autor alguien único pero cercano; así lo supe cuando, con 14 años, tomé el primer libro de él.
Pablo Picasso decía que el motivo principal de la relación obra-espectador es lo primitivo del ser humano, y, pues, mi encuentro primitivo en esos 14 años fue el de una inefable conexión…digamos casi natural. Leía esos poemas como si los habría escrito un reflejo mucho más antiguo que yo de espaldas a un espejo. Sentí un calco de mi corazón latiendo en frente de mí cuando leí: “Pues bien,/me haré una flauta,/compondré una canción a mi asesino,/y la saldré a tocar todas las lunas/ a lo largo de los caminos”. Esta desenfadada afrenta a la muerte me parecía tan poderosa como un ciclón al que no le da la gana tocar tierra, pero que lo haría si le provocasen.
Sin embargo, también recuerdo que mientras al principio hablaba de la poesía de Preciado me dijeron, digamos, con urgencia: “Bueno, pero debes recordar que por más similitudes que vos sientas, él habla profundamente desde la negritud y desde Esmeraldas”. Esto, aunque parezca normal, me sorprendió mucho. Yo no me había dado cuenta que era esmeraldeño o afro ecuatoriano. Tal vez por ignorante en asuntos poéticos o por ser un gentil despistado, yo no había leído a Preciado como un autor que se individualizara tan claramente desde lo provinciano o lo étnico. Ahora, me gustaría preguntarme ¿por qué surgió esa necesidad de particularizar a la poesía de Preciado de esa forma? Creo que la respuesta a esta pregunta sirve como justificación para hablar del maravilloso libro lanzado hace pocos días por El Ángel Editor en la Feria Internacional del Libro de Quito, titulado, Con todos los que soy. La antología recoge más de 150 poemas de 7 poemarios: Más acá de los muertos (1966), Tal como somos (1969), De sol a sol (1976), De ahora en adelante (1993), Jututo (1996), De boca en boca (2005) y De los demás al barrio (2013). Tiene un importante prólogo de Xavier Oquendo y un breve pero sentido epílogo de Carlos Garzón. Pero, más allá de los asuntos formales o las divisiones de los poemarios, la obra poética de Antonio mantiene ciertos elementos a lo largo de su existencia -pese a las obvias-aunque no muy relevantes diferencias entre un poemario y otro. Quisiera hablar precisamente de esos elementos que he sospechado encontrar.
Creo y sostengo que la poética de Antonio Preciado se ubica en una tensión constante entre ciertos elementos que funcionan como pilares en una guerra arquitectónica. En otras palabras, es profundamente dialéctica, y en su contraposición de elementos, se reinventa hacia algo que termina por dar el signo inconfundible de su obra. Así, quisiera retomar el asunto de la necesidad de la particularización de su poesía como “negra y esmeraldeña”. Me parece que esta necesidad corresponde no sólo a que estos elementos, sin duda alguna, pertenecen al universo creativo del autor, y están muy presentes, sino a que la búsqueda por depositar su trabajo solo en estas dos ánforas (y no otras más) responde a un problema de amplitud de visión. Creo que nadie se atrevería a decir que Baudelaire es menos universal porque habla de París, o que Whitman era muy local por su búsqueda de aquella épica estadounidense en Hojas de Hierba. Aquí el asunto es que Preciado apunta a una universalidad reconociendo una identidad potente que, dicho sea de paso, es una condición indispensable en cualquier poeta relevante. Me gustaría descifrar en este escrito, aunque sea superficialmente, esta dialéctica de la identidad.
En un primer momento tenemos el encuentro entre el escritor y su contexto histórico, en el que las alternativas políticas marcaron un nuevo sendero de posibilidades, haciendo del arte un campo a ser disputado fuera de los círculos tradicionales de la “alta cultura”. Y con política me refiero no solamente a los planes programáticos, sino a una generación que creyó, genuinamente, en la transformación a mediano plazo de la totalidad humana. Quien conozca la poesía de Preciado sabrá que nunca le tembló una página al momento de tomar posición y plasmarlo ni más ni menos que en un poemario (¡cosa que hoy en día parece casi una herejía!). Por ello, si la fabricación de un futuro era necesaria, había que reconocer el presente y el pasado como justificación y premisa necesaria de la reinvención. Surgirán, entonces, una serie de visiones nunca antes vistas sobre la condición ideológica e histórica de los grupos dominados por siglos. Así es cómo emerge esta poética dialéctica (es decir, como oposición de elementos estético-sociales que se necesitan mutuamente para existir); este momento de base es el de la tensión entre el “yo” y “el otro” en la poesía de Antonio Preciado.
Este primer momento del proceso se puede observar en el constante juego telúrico del poeta como elemento natural frente a su pueblo roto pero juntado: “es que los cuervos/ le joden el amor a picotazos” dice el poeta. La oposición es el signo central de su poesía. El enfrentamiento de un “yo” contra un “usted, ustedes, Dios o el propio otro-yo” es decidor desde el poema al camarada caído: “por él nuestra victoria tiene un muerto”, pasando por la Parca que adquiere el aura de Neruda “antes de que la muerte se empablezca“, hasta el elemento que recorre toda su obra: la sombra como necesidad y consecuencia “Uno nunca sabía/qué sombra la abuelita iba a asignarle” o “como quien viaja con su sombra,/tu viajas en segunda” resaltando el fulgurante poema titulado Yo y mi sombra en el que canta “Sombra mía/sopórtame,/no me falles jamás,/yo soy tu cuerpo”. Relación indivisible entre luz-sombra: “se han tragado todos los luceros”.
Esta relación entre el “yo” y “el otro” es profundamente dialéctica precisamente porque no se rechaza “el otro sino” que se conjuga con el yo creando una nueva etapa, que le hace a la poesía de Preciado ser tan sorpresiva. Fíjense: “Esta mañana llueve (yo)/y es muy seguro que, con malevolencia,(lo otro)/esté lloviendo adrede contra mí (síntesis)”. Poética de la dialéctica natural: “Esta mañana llueve contra mí/y tan adentro que hasta me parece/que yo mismo, a la vez, me estoy lloviendo,/me llueve y yo me lluevo”. El nuevo espacio estético se vuelve sobre sus partes porque estas lo conforman, es decir, se vuelve sobre sí mismo. Tiesura que crea su identidad personal “el caso es que hace tiempo/ me viene preocupando mi cadáver”, pero también la social: “y así por este rumbo remoto al infinito,/hasta los más remotos de mis tatarabuelos/hayan salido a mí” frente a “en el otro infinito de los tataranietos/cada uno, desde ahora, ya haya recibido/ lo que tengo también de todos ellos” gestándose el “unir a tiempo en mí a los dos extremos”. La consecuencia es un proceso indivisible de abrazos y arañazos, como en el poema que habla de él y su sangre: “nos forzaron a estar tan solo entre nosotros”. Especulación del otro que se separa del sujeto principal, preguntándose ahora ese otro: “qué sueñan los que sueñan”. Aquí se nota la puesta en evidencia de una voz poética dentro de la poesía que lo envuelve “y hoy que tenemos voces/te digo compañero/¡vamos,/anda!”.
Entonces, como sucede en casi todos sus poemas, el diálogo entre el “yo” y “lo otro” se riega como una lluvia salvaje sobre “el resto”. Es la historia propia como irrupción en lo no oído por la historia (siendo esta el “yo y el otro”, hacia una nueva historia), o más bien, por lo que no se ha querido oír, retomando al sujeto histórico para sí, haciendo pesar lo que se arrastra, asumiendo la totalidad: “Por eso vine aquella noche/gritando mi llegada,/traía el corazón comprometido,/atestado de abuelos” o “el vértigo de Dios tampoco ha descendido,/y tenemos que hacernos los milagros”. Es decir, la necesidad de ser capaz de apropiar-se es el nuevo momento del proceso poético de Preciado.
Por ello, el tiempo como condición dialéctica en sus versos es primordial; me refiero a la contradicción (como momento de oposición) poeta-antepasados-futuro, derrota-supervivencia-victoria: “esta es la dolorosa gente mía/con la estrella hacia abajo”. Es decir, el tiempo que se envuelve sobre sí mismo (como aclaré arriba en el caso de la “nueva historia”), de forma no lineal, sino siempre vivo y actuante: “En realidad es un olor inmenso/tanto que desde antaño ya olía a futuro”.
Pero, como ya se habrá advertido, Preciado supera el momento puramente personal/dual o imaginativo y se lanza sin miedo a lo que está allá afuera, reconociendo ese afuera como su esencia; ergo, la síntesis que se vuelve sobre la tesis original. He aquí el punto fundamental: ¡no es sólo el grupo específico el que entra en la historia (afros, indígenas, mestizos, etc.)! ¡En su poética, Preciado lleva al grupo a encarnar la totalidad social: es lo humano lo que irrumpe! Como se ve en muchos de estos poemas, pero ejemplarmente en Ingapirca o en Poema para ser analizado con carbono 14 en donde dice “casi toda la tribu/en pie de guerra contra los historiadores/contra su historia/contra el silencio“
Esto se puede apreciar especialmente en Jututo, el poemario que probablemente que más anhela encontrar una identidad que está en constante cambio, y por lo tanto, no folclorizada, ya sea hablando de Petita Palma, Cesaria Évora o Nerney Quintero, bailadora de marimba. Con “folclorización” en el arte me refiero a ese proceso tan peligroso que supone la naturalización de ciertos estilos artísticos de la cultura popular como perpetuos y necesarios en la identidad de los grupos dominados; aquella que se presenta como un monolito invariable. Pues bien, nada más condescendiente y paternalista para con los sectores por levantarse: ‘mientras se queden haciendo un arte que no evolucione serán tomados en cuenta’ dice el arte cada vez más intelectualizado y tecnocratizado. Por ello, mientras reproduzcan un arte inmóvil, o en otras palabras, un anti arte, podrán entrar en las esferas de la “gestión cultural”. Preciado se distancia en este poemario de dicha folclorización sin perder lo que él también busca: hablar “de los míos”: “si no hubiera sido el negro que es/de algún modo/algún día/él mismo/desde él mismo se habría regresado”. Como se puede observar, el autor no se enclaustra en los códigos culturales esperados, sino que los reinventa hacia el todo: “mucho antes de ser Dios/ era un iluminado trompetista”. El Todo fue antes un algo cotidiano, digamos, el Todo tuvo una historia oculta.
Muchos otros elementos literarios quedan por resaltar: la musicalidad(“me llamo Cuamé Bamba/antiguo caminante que anda y anda”), la cotidianidad de sus personajes (el poeta habla de sus cercanos como si fueran nuestros cercanos, porque lo son), ciertos recursos naturales como parábolas (“hacerse un farol como la lluvia/y un faro para hormigas extraviadas”), sus impresionantes imágenes poéticas al final de sus escritos que tienden a ser, además de poderosas e ingeniosas, un retrato que hace un golpe de gracia entre lo que envuelve y lo tácito: “la vieja Yenca/ahora está dentro de mí/ya muerta/defendiendo lo suyo a dentelladas”.
Empero, he querido mostrar otra visión que si bien podría pecar de “teoricista”, me parece necesaria en un autor tan fundamental para la historia de la literatura del Ecuador como lo es Antonio Preciado. Y tal vez, lo digo con la mayor humildad, ya va siendo hora que intentemos hacer con más continuidad ejercicios así para enriquecer el debate literario en el país más allá de la crítica literaria.
En resumen, podría decir que frente al desarrollo histórico del debate Etnia-particular Vs. Humanidad-universal, la obra del vate opone otra relación más tensa todavía: la del “yo y el otro yo”, para así generar una poética enmarcada en la temporalidad histórico-social y que, sin duda, hace diana en la universalidad de la literatura. Tal vez por ello podemos reconocer esta característica de dominación sí, pero también de desenfadada ansia de libertad que tenemos la mayoría de los humanos en un mundo tan desnivelado y feroz. Además, es una poética valiente en tiempos de la moda del ensimismamiento y la reflexión híper personal bajo un microscopio fabricado por el propio poeta/laboratorista. Preciado hace de la relación con el otro uno de sus puntos cardinales.
Como bien dice, hablando al amigo no-poeta: “entonces yo, de puño y letra escribo/unos poemas que por ferocidad/o por ternura/ a él le pertenecen”. Entonces, el poeta es el humano, dejando de ser la poesía un infeliz secuestrado por los poetas. Por esto y otros asuntos, Preciado es uno de los altos pilares de la poesía ecuatoriana, y aún parece que el Ecuador debe aceptarlo de una vez por todas.