Presentamos un poema del poeta italiano Salvatore Quasimodo (1901-1968), una de las voces más delicadas e intensas de todo el siglo XX. En 1959 mereció el Premio Nobel de Literatura. La traducción es de Alfredo Soto Guillén.
Carta a la madre
“Mater dolcissima, ahora desciende la niebla,
el Naviglio [1] choca confusamente sobre los diques,
los árboles se hinchan de agua, arde la nieve;
no estoy triste en el norte, no estoy
en paz conmigo mismo, pero no espero
el perdón de ninguno, muchos me deben lágrimas
de hombre a hombre. Sé que no estás bien, que vives
como todas las madres de los poetas, pobre
y escasa en tu provisión de amor
por los hijos lejanos. Hoy soy yo
quien te escribe.” Finalmente, dirás, dos palabras
de aquel muchacho que se fugó de noche, con una capa corta
y algunos versos en el bolsillo. Pobre, tan impetuoso,
lo matarán cualquier día, en cualquier lugar.
“Claro, lo recuerdo, fue de aquella gris estación
de trenes que llevábamos almendras y naranjas
a la desembocadura del Imera, el río lleno de urracas,
de sal, de eucaliptos. Pero ahora te agradezco,
es mi deseo, la ironía que has puesto
en mis labios, suave como la tuya.
Aquella sonrisa me ha salvado de llanos y dolores.
y no importa si ahora derramo lágrimas por ti,
por todos aquellos que como tú esperan
quién sabe qué. Ah, gentil muerte
no se te ocurra tocar el reloj de la cocina que suena en el muro
toda mi infancia ha pasado sobre el esmalte
de su marco, sobre aquellos diseños floridos:
no toques las manos, el corazón de los viejos.
¿Pero acaso alguno responde? Oh muerte de piedad,
muerte de pudor.
Adiós, querida. Adiós mi dolcissima mater.”
[1] Canal navegable
Lettera alla madre
“Mater dolcissima, ora scendono le neble,
il Naviglio urta confusamente sulle dighe,
gli alberi si gofiano d’acua, bruciano di neve;
non sono triste nel nord: non sono
in pace con me, ma non aspetto
perdono da nessuno, molti mi debono lacrime
da uomo a uomo. So che non stai bene, che vivi
come tutte le madri dei poeti, povera
e giusta nela misura d’amore
per i figli lontani. Oggi sono io
che ti scribo.” Finalmente, dirai, due parole
di quel ragazzo che fuggi di notte con un mantello corto
e alcuni versi in tasca. Povero, cosí pronto di cuore
lo uccideranno un giorno in cualche luogo.
“Certo, ricordo, fu da quel grigio scalo
di tren lenti che portavano mandorle e arance,
alla foce dell’imera, il fiume pieno di gazze,
di sale,d’eucalyptus. Ma ora ti ringrazio,
questo voglio, dell’ironia che hai messo
sul mio labbro, mite come la tua.
Quel sorriso m’ha salvato di pianti e da dolori.
E non importa se ora ho qualcue lacrima per te,
per tutti quelli che come te aspettano,
e non sano che cosa. Ah,gentile morte,
non tocare l’orologio in cucina che batte sopra il muro
tutta la mia infazia é passata sullo smalto
del suo quadrante, su quei fiori dipinti:
non tocare le mani, il cuore dei vecchi.
Ma forse qualcuno risponde? O morte di pietá,
morte di pudore.
Addio, cara, addio, mia dolcissima mater.”