LO MÁS de la poesía mexicana

Iniciamos un ejercicio de memoria y valoración de la poesía mexicana publicada a partir de 1985, la del pasado reciente. Invitamos a una serie de poetas, críticos, editores, agentes significativos para nuestro campo literario, a que nombren tres mejores poemas de México que les resulten entrañables. Cada encargado de la curaduría, en una especie de “Desde dónde se lee”, publicará un texto propio que servirá de epílogo a sus recomendaciones. Cada nueva entrada, por supuesto, nos obliga a preguntarnos ¿qué se lee cuando se lee?

 

En esta oportunidad, el poeta, novelista y crítico Rogelio Guedea (1974) nos ofrece su visión. Es autor de quince libros de poesía, entre los que destacan: Mientras olvido (Follas Novas, Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro 2001),  Razón de mundo (Instituto de Cultura de Nayarit, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2004), Fragmento (Instituto Sonorense de Cultura, Premio Nacional de Poesía Sonora 2005) y Kora (Rialp Ediciones, Premio Adonáis de Poesía 2008). En 2015 recibió un Premio Fulbright por su contribución a la cultura y educación neozelandesa. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, griego, portugués, chino y alemán. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. 

Guedea publicó, bajo el sello e la UNAM, Reloj de pulso: crónica de la poesía mexicana de los siglos XIX y XX y Poetas del Medio Siglo: mapa de una generación. Coordinó Historia crítica de la poesía mexicana, vols. I y II, publicados por el Fondo de Cultura económica.

 

 

Elijo tres poemas que me parecen emblemáticos de una nueva sentimentalidad en la poesía mexicana luego de la vertiente coloquialista e, incluso, neobarroca:
1.- “Mis renteras”, de José Eugenio Sánchez. Un poema donde la ironía empieza a ser el disolvente de los discursos poéticos más recargados en términos semánticos y léxicos, mérito que me parece que ayuda a las nuevas dicciones poéticas.
2.- “Lexignton”, de Mario Bojórquez. Porque contrario al poema de José Eugenio Sánchez, Bojórquez acentúa las potencialidades de la imagen y de esa poesía oracular que, en el fondo, todavía conserva la idea del poeta como un pequeño Dios que tiene la reponsabilidad de nombrar o, en su defecto, renombrar el mundo.
3.- “Pole position”, de Alí Calderon. Curiosamente por la modernización que hace de los tópicos poéticos antiguos, renovándolos de tal modo que podemos “leer” nuestro mundo actual con las formas poéticas y los símbolos del pasado. O a la inversa. 
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José Eugenio Sánchez

Mis renteras

 

aunque las tres son señoritas
la más joven tiene 62

 

no me pidieron referencias:
una dijo que me parecía
a cristo

 

espero no llegue el día
en que me pidan les arregle la puerta
el matamoscas            la regadera

 

ya me imagino yo con una estilson entrando al baño
siendo testigo de una penosa tragedia:

 

una mujer con piel de trapo
y el cabello enjabonado diciendo:
vente chiquito
o si le tienes miedo al agua vamos a la alcoba
nada más pásame el bastón
sirve que me pegas con él

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Mario Bojórquez 

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Lexington
¿Has visto aquel sonoro carretón en la niebla?
El casco del caballo hace chispas y el lujo
de su testa adornada
Yo igual que el caballo
me adentro en las veredas
voy asignando un nombre
a lo que no conozco
esto será la arena
aquello río angosto
Más allá de los nombres
cada cosa comienza
a mostrar su apariencia
sus brillos en la noche
sus sombras en el día.
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Alí Calderón

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Pole position

 

Y mi pecho una supercarretera
de ocho, dieciséis, treinta y dos carriles
con miles y millones de caballos de fuerza
vertiginosos corriendo
y derramando lumbre en mis arterias.

Aquellas peligrosísimas curvas
impostergables y letárgicas
y particularmente inabordables
cada vez que tú, Lesbia, no me miras.

Ese imperioso arrancar en segunda
cuando tus se vuelven indecibles,
impronunciables,
inminentemente pospuestos
turbiamente y con perfidia
por tus no unánimes e inconmovibles.
Sólo tú echas a andar este Ferrari rojo,
incalculablemente insaciable,
impaciente por recorrer solemne
las largas calles de tus piernas
siempre prodigiosas, siempre proféticas
y en lo que a mí respecta,
absolutamente litúrgicas,
plenas de infinitud.

Que la batería desbarate su potencia
en tu cintura inenarrable
porque finalmente y después de todo:
este bólido, Lesbia, no carbura
sin tus estrechos jeans a la cadera.

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Rogelio Guedea

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XVII

 

Tomo conciencia de los días

y me parece que pasan volando:

hoy es viernes otra vez

y todavía no termino de cerrar el lunes

que fuimos a desayunar

hígado encebollado

en la fonda de doña Rafaela,

parece que fue ayer que me dijiste

que estabas cansada de estar conmigo,

a pesar de que me amabas.

Mañana será sábado

e iremos a comer a casa de tu madre

y seguramente sentiré que todavía

no me hace digestión la comida

del sábado anterior.

Los días se me acumulan uno encima de otro

y no uno detrás de otro,

de tal modo que parece que en lugar de sentir

que los arrastro en realidad los llevo cargando

sobre la espalda.

Algo de esto debes sentir tu misma conmigo.

El otro día (¿cuándo fue en realidad: ayer,

hace uno año?) me dijiste que me estaba convirtiendo

en una carga para ti,

y yo ahora me imagino que es algo parecido

a la carga que yo llevo de los días,

cada vez la siento más pesada y me doblega

y te comprendo ahora más que nunca,

porque yo también quisiera quitármela de encima

para siempre,

como tú lo quieres hacer conmigo.

Todas las cosas, me doy cuenta, se comunican entre sí:

los años con los meses, los meses con las semanas,

las semanas con los días,  mis pesados días con tu amor. 

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