Constantino Cavafis nació y murió un 29 de abril de 1863 y 1933, respectivamente. Vivió casi toda su vida en Alejandría. Se dedicó al periodismo y como funcionario. Es considerado el poeta griego más importante de los últimos dos mil años. En su aniversario de nacimiento y muerte, presentamos una muestra suya en traducción de Miguel Castillo Didier.
Ítaca
Cuando hacia Ítaca salgas en el viaje,
desea que el camino sea largo,
pleno de aventuras, pleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al irritado Poseidón no temas,
tales cosas en tu ruta nunca hallarás,
si elevado se mantiene tu pensamiento, si una selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo embarga.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
y al feroz Poseidón no encontrarás,
si dentro de tu alma no los llevas,
si tu alma no los yergue delante de ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que con cuánta dicha, con cuánta alegría
entres a puertos nunca vistos:
detente en mercados fenicios,
y adquiere las bellas mercancías,
ámbares y ébanos, marfiles y corales,
y perfumes voluptuosos de toda clase,
cuanto más abundantes puedas perfumes voluptuosos;
anda a muchas ciudades Egipcias
a aprender y aprender de los sabios.
Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca.
Llegar hasta allí es tu destino.
Pero no apures tu viaje en absoluto.
Mejor que muchos años dure:
y, viejo ya, ancles en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que riquezas te dé Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no hubieras salido al camino.
Otras cosas no tiene ya que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te ha engañado.
Sabio así como llegaste a ser, con experiencia tanta,
ya habrás comprendido las Ítacas qué es lo que significan.
Termópilas
Honor a aquellos que en sus vidas
se dieron por tarea el defender Termópilas.
Que del deber nunca se apartan;
justos y rectos en todas sus acciones,
pero también con piedad y clemencia;
generosos cuando son ricos, y cuando
son pobres, a su vez en lo pequeño generosos,
que ayudan igualmente en lo que pueden;
que siempre dicen la verdad,
aunque sin odio para los que mienten.
Y mayor honor les corresponde
cuando prevén (y muchos prevén)
que Efialtes ha de aparecer al fin,
y que finalmente los medos pasarán.
Che fece… il gran rifiuto
A algunos hombres les llega un día
en que deben el gran Sí o el gran No
decir. De inmediato se revela quien tiene
preparado en su interior el Sí, y diciéndolo
avanza en el honor y en su convicción.
Aquél que se negó no se arrepiente. Si otra vez le preguntaran,
no, diría de nuevo. Y sin embargo lo agobia
aquel no –justo– durante toda su vida.
El primer peldaño
A Teócrito se quejaba
un día el joven poeta Eumenes:
“Dos años han pasado desde que escribo
y un idilio he hecho solamente.
Es mi única obra acabada.
Ay de mí, es alta, lo veo,
muy alta la escala de la Poesía;
y del primer peldaño aquí donde estoy
nunca he de subir el desdichado.”
Dijo Teócrito: “Esas palabras
son impropias y blasfemas.
Y si estás en ese primer peldaño debes
estar orgulloso y feliz.
Allí donde has llegado, no es poco:
cuanto has hecho, grande gloria.
Y aun este primer peldaño
dista mucho de la gente común.
Para que hayas pisado en esta grada
es menester que seas con derecho
ciudadano en la ciudad de las ideas.
Y es difícil y raro que en aquella ciudad
te inscriban como ciudadano.
En su ágora hallas Legisladores
a los que no burla ningún aventurero.
Aquí donde has llegado, no es poco:
cuanto has hecho, grande gloria.”
La ciudad
Dijiste: “Iré a otra tierra, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón –como un cadáver– sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva y donde mire
oscuras ruinas veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí”.
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te ha de seguir. Darás vueltas
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo;
y en estas mismas casas habrás de encanecer.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar –no esperes–
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda la tierra la destruiste.
Que el Dios abandona a Antonio
Cuando de repente, a medianoche, se escuche
pasar una comparsa invisible
con músicas maravillosas, con vocerío –
tu suerte que ya declina, tus obras
que fracasaron, los planes de tu vida
que resultaron todos errados, no llores vanamente.
Como hombre preparado desde tiempo atrás, como valiente,
di adiós a Alejandría que se aleja.
Sobre todo no te engañes, no digas que era
un sueño, que se extravió tu oído:
no aceptes tales vanas esperanzas.
Como preparado desde tiempo atrás, como valiente,
como te corresponde a ti que de tal ciudad fuiste digno,
acércate resueltamente a la ventana,
y escucha con emoción, y no
con los ruegos y lamentos de los cobardes,
como último placer los sones,
los maravillosos instrumentos del cortejo misterioso,
y di adiós a Alejandría, que para siempre pierdes.
Manuel Comnenos
El basileo Kyr Manuel Comnenos
un día triste de septiembre
sintió de cerca la muerte. Los astrólogos
(pagados) de la corte decían
que muchos otros años viviría aún.
Mas mientras ellos hablaban, él
de viejas costumbres piadosas se recuerda,
y ordena que de las celdas de los monjes
le traigan unos hábitos eclesiásticos,
y los viste, y se siente regocijado de mostrar
un aspecto venerable de sacerdote o de monje.
Dichosos todos los que creen
y como el basileo Kyr Manuel terminan
vestidos con su fe, piadosamente.
Así tan intensamente he contemplado
Así tan intensamente he contemplado la belleza,
que plena está mi vista de ella.
Líneas del cuerpo. Labios rojos. Miembros voluptuosos.
Cabellos como tomados de estatuas griegas:
siempre hermosos, aun cuando están despeinados,
y caen, un poco, sobre las frentes blancas.
Rostros del amor, tal como los anhelaba
mi poesía… en las noches de mi juventud,
en mis noches, furtivamente, hallados…
Debieran haberse preocupado
He llegado a encontrarme pobre y casi indigente.
Esta ciudad fatal, Antioquía,
todo mi dinero devoró:
esta ciudad fatal con su vida disipada.
Pero soy joven y de óptima salud.
Conocedor admirable del idioma griego
(conozco y a fondo a Aristóteles, Platón,
y qué de poetas, qué de oradores, cuantos quieras nombrar).
Poseo cierta idea de asuntos militares
y tengo amistad con algunos jefes de mercenarios.
Me he metido también bastante en asuntos de administración:
seis meses permanecí en Alejandría, el año pasado,
de modo que conozco un poco ( y e s t o e s ú t i l ) las cosas de por allá,
los planes de Kakerghetis, sus bellaquerías, et caetera.
Por eso pienso que soy perfectamente
indicado para servir a este país,
mi patria amada, Siria.
En cualquier labor que me coloquen me esforzaré
por ser útil al país. Ésta es mi disposición.
Si a pesar de ello, me lo impiden con sus maquinaciones –
los conocemos a estos señores: ¿habrá que decirlo ahora?,
si me lo impiden, qué culpa tengo yo.
Primero me dirigiré a Zavinas,
y si ese imbécil no me sabe apreciar,
iré donde su rival, Gripos.
Y si este necio tampoco me acoge,
me marcho de inmediato donde Hircano.
Uno de los tres con todo me necesitará.
Y mi conciencia está tranquila.
por lo ligero de la elección.
Igual los tres están arruinando a Siria.
Pero yo, hombre acabado, qué culpa tengo.
Busco, el desdichado, manera de arreglármelas.
Los dioses poderosos debieran haberse preocupado
por crear un cuarto hombre bueno.
Gustosamente habría ido con él.
Recuerda, cuerpo…
Cuerpo, recuerda no solamente cuándo fuiste amado,
no sólo los lechos en que te acostaste,
sino también aquellos deseos que por ti
brillaban en los ojos manifiestamente,
y temblaban en la voz –y algún
obstáculo casual los hizo vanos.
Ahora que todo ya está en el pasado,
casi parece como si a aquellos
deseos te hubieses entregado –cómo brillaban,
recuerda, en los ojos que te miraban;
cómo temblaban en la voz, por ti, recuerda, cuerpo.