Dime qué es un haiku. Texto de Alejandro Massa Varela

Presentamos un ensayo de Alejandro Massa Varela (Ciudad de México). Ensayista, dramaturgo, poeta y periodista. Es autor del libro El Ser Creado / Ejercicios sobre mística y hedonismo, editorial Plaza y Valdés. Ha publicado en revistas de México y el mundo. Es manifestante de la corriente anarquista Poesía de la inmersión. Autor de diversos artículos político / sociales, escribió con Rogelio Laguna el libro Izquierdas con sex appeal, ¿Qué es el proyecto eco-populista? Es autor de las obras dramáticas BASTEDAD o ¿Quién llegó a devorar a Jacob?, El cuerpo del Sol o Dialogo para enamorar al Infierno, y ADIÓS o La reencarnación de Prometeo. El próximo año espera que vea la luz su segundo libro de poesía Los dientes de Eros.

 

 

 

 

Dime qué es un haiku

 

El haiku es lo que el haiku nos dice que ocurre.

Me parece un leitmotiv. No sé si de la poesía o la vida. ¿A qué me refiero por leitmotiv? No una guía temática o un conductor de estilo. El haiku es emplear la recurrencia de ese júbilo secreto que se cultiva en lo que Bachelard llamaba la felicidad de leer, y que para Mishima, fiel al epicureísmo sentimental de la poética de Lucrecio, revela una sed de experiencia perfecta… punto de contacto en el que el valor absoluto de la conciencia y el valor absoluto del cuerpo encajan exactamente el uno en el otro.

El leitmotiv del haiku suscita, como poética, evidenciar aquel flujo inmotivado, concepto de Castoriadis: se ilustra la vida que no puede recrearse sola, pero tampoco por el ingenio del escritor o el amante humilde y sus pasiones. El haiku complementa dialógicamente aquella conciencia de los cuerpos viva en la batalla de la hoja en blanco. Todo menos una respuesta categórica, y aun así, deja a una cuestión de vida o muerte personal como un juego. La cosa más santa, con el cuerpo consciente. Una fuerza centrífuga restauradora de algo distinto al anhelo o al temple creativo y a nutrir el gusto del lector: la naturaleza sin conceptos entre las palabras; destruir y afirmar; necesidad pura del santo, sencillísimo y un pobre diablo.

Felicidad de escribir; no se sabe (y se siente bien que no se sepa) si nos referimos a una restauración o a la creación; captar ex nihilo o la prolongación de la presencia. En el Haiku hablan las cosas entre las cosas sin ser ellas mismas, entre callar y hacer oír todo lo que  querría decirse. Empero, el haiku no es trabajar con ese deseo entre la poesía y la vida; no crea o restaura una distinción. Discriminar o confluir se confunden, tal y como coevoluciona, no la obra, sino el mundo: lo que no tiene referente e incluye al olvido, el desplazamiento siempre nuevo y genealógico de lo que sería ser uno mismo, antes y en el valor cierto de la moral estética; dejando en ruinas toda certidumbre monolítica: son más grandes los ciclos hechos de planetas, huracanes negros, el polvo de las causas y los bautizos de fuego, y más aún lo que no alcanzan nunca a decir.

La confusión es en qué mundo estamos hablando. Radicalizarlo es conseguir que sentir sea estar sin saber qué me lo permite. Aquella confusión lleva el leitmotiv armónico, no del cuerpo y la conciencia, sino de las necesidades que me llevan a discriminarlos; no como ellos mismos: realizando lo que sería una prueba original para el gusto, escuchar al material pasional modelarse, flujo a-subjetivo de la experiencia. Un testimonio escrito por nuestras manos orgánicas que se ve recogido por manos accidentales; esa felicidad emergente, un gong, un escuchar intra-exterior, o la provocación libre donde, según Jaques Monod, ni el destino ni las obligaciones están escritos en ninguna parte.

Teleonomía, reconocimiento de un propósito sin apelar a una causa final; valoración animosa de la resonancia; un universo que no es, pero parece brillar regio en la asimetría: hablo de la verdad que niega que aquel exista y orilla a la atracción.

Esa eternidad es distinta a una búsqueda sugerida de meta-identidad; esfuerzo que, de hecho, como probablemente sugeriría Wittgenstein, es siempre un hechizo por romper.

Atracción pura por una identidad espontánea. La gracia, de darse, sería cómo ésta puede dotar en la subjetividad, el campo psicológico increado y el infinito de las mediaciones. Cómo puede darse de manera auténtica y total, algo más que la presunción idealista de un don inmediado o la reducción pura del funcionalismo teórico: hablamos del vacío que, en tanto tal, solo puede ser si se ausenta, si en efecto es nada o es deseo ilimitado por el mundo de la vida; la ilusión que lo es más por no llevar totalmente a un desengaño. Queda para los poetas (si es que sirve de algo mencionar esa mística por la jerarquía de los creadores de líneas, mejores mentes de una generación), el haiku; lo que esto quiera decir.

Decía Eido Michael Luetchford que cada fenómeno mental tiene un lado físico, y cada fenómeno físico tiene un lado mental. ¿Quién ha visto frontalmente los dos lados de esa presencia hasta perderse con los ojos en el infinito?

A la gracia todo se le resbala; ni subjetivizar ni ser un objeto en la ficción del mundo. Leitmotiv de un cuerpo que no termina de imaginarse virtualizándolo o retrotrayéndose. Caminamos hacia él mientras se le hace escuchar. ¿A él o a quien preste oídos?

Maya, hechizo del haiku que, como sugiere el Budismo tántrico, permite la tradición de curarse con el veneno. Ser un venado que traza la acuarela mental de un tigre; roja, como la sangre de sus presas; el llanto real del corazón; las ganas de ser tigre y de no serlo, de no despreciar ninguna forma, ninguna circunstancia, aun si esa tinta china pide dolor.

Sólo así hay convergencia entre la paz de la resolución, la acción, y la paz de la necesidad, la hoja en blanco; la dualidad y la realidad. Vida en la contraposición y la a-dualidad.

Según Dhammapada, no hay en el mundo río más caudaloso que el deseo. No hay más ser que quién se ha ahogado y dice de la luz lo que la luz dice. No hay mayor misterio que no poder salir del mundo, salvo entender que mi yo no ha sido siempre pero tampoco obedece a ser introducido. En el mismo grado de valor, ser incapaces de ser o de no ser susceptibles. Quedan las texturas y el esfuerzo pelado, fineza en bruto del haiku y la síntesis, siempre inacabados; la flauta y el bambú verdeciendo, en el mismo dialecto.

Tecnotantrismo: haiku es querer vivir y querer no vivir para siempre, o como sugería José Ángel Valente, debatirse entre la imposibilidad de decir y la imposibilidad de no decir. Desear no desear, la rara técnica de hacer visible una salida con la saturación, de abrirnos el camino, el exterior real, el no compromiso, mediante las cosas visibles.

Días de lluvia / las hebras de la luz / sobre las casas (haiku del autor).

No hay necesidad de corregir errores, configurar o deconstruir una entidad, posibilidad y propósito. Hablamos de la fuerza espiritual de los matices, el concepto taoísta o una virtud de sí que mana, tanto de la intuición en la personalidad, como del karma, la necesidad contingente: la estructura evolutiva del cerebro, la inteligencia social, el gong de la física o el efecto eterno, el flujo de un paisaje interior. Entre las cosas, viene la virtud que, si se explicita, revela lo mistérico en la expresión de una propiedad multi-celebrada, convertida en poética. La libertad ni sobre ni controlando al universo: la ausencia de este último. Leitmotiv de la espontaneidad, del alma increada. La locura de la sabiduría y la razón apolínea; la razón erótica y la locura nihilista dionisiaca. El haiku no es la sombra de estos dioses, Apolo y Dionisio, Visnú y Shiva, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, el Padre, Yahvé, y el Espíritu Santo, la Ruah. Ellos pueden proyectar una sombra por la fuerza centrífuga del haiku, la cara oscura del más allá, la tranquilidad o el árbol que cae sin que nadie lo escuche.

El haiku es el ruido de los oídos. La fuerza centrípeta de la realidad a-dual coevoluciona con el espíritu sintético del poema; una cultura poética que, para revelarse como tal y a la vez llevar al más allá, lo que es más que cultura, debe convertirnos a la impersonalidad por medio de una emoción por el matiz, una diferenciación que no distingue las cosas de cómo brotan. Teleonomía o esa libertad que, si no implica hacer lo que uno quiera, viene de conocer que no tiene fin buscar uno, un final posible para la destrucción voyerista, voluptuosa, igual de oscuro. Iluminarse por una vida que no es ella misma, que no existe, y de ese modo, acoge.

Shuniata / saturación, revivir en el instante, fuera del tiempo y el espacio, en la dualidad como dialecto, la comunicación sin fondo entre el tacto y las texturas, la subjetividad a-subjetiva que no puede ser ni totalmente personal o impersonal; lo sensorial.

Hay un Tantra oculto y un Tantra técnico. No son siempre el mismo Tantra, pero éste, en tanto la realidad, nunca es solo inmediado; inventa, es creído, fascina. Se entiende liberal como el poema, es decir, no necesario; se crea con su creador, y es eterno como la necesidad que riela las ilusiones que imitaron las lunas.

La virtud es esa: tienes o no tienes mano para la poética.

La necesidad más que un bien extra-moral, presenta al más allá del bien y el mal junto al lenguaje, calentando la cultura como si fuera los órganos de un ser vivo. La tranquilidad de la materia o el azar que expande es lo entendemos por : el cuidado centrífugo que torna la destrucción, ese universo que come, en la energía del afecto que desaparece.

Acercando el brasero / a los pies / parece tan lejos del corazón (Yosa Buson).

David Mamet insiste que teatralizamos por naturaleza… qué bien, se ha puesto a llover. Precisamente hoy, que estoy deprimido… El clima es impersonal, pero nosotros lo percibimos y lo explotamos como un fenómeno teatral, es decir, como una trama argumental, intentando comprender lo que significa para el protagonista, o sea, para nosotros mismos.

El haiku no es una psicología; no sustrae ese campo del ser, pero vive por no confirmarlo. No hay una trama argumental y no es un poema que describa intenciones. La naturaleza no teatraliza, vamos por campo abierto y, no obstante, trata de la necesidad. Ocurren sus fenómenos, hay fe pero no ponemos nuestra forma al universo: su virtud restaura un deseo; no es que lo hayamos olvidado en algún momento; la forma pertenece a la eternidad que no se abarca y habla de ello, entre las cosas que creen hablar de sí.

El diseño de estos poemas, su selección no es una labor de puesta en escena; no es un encierro de pasiones ni se cierra por pasmo la boca y los ojos al mundo por una función, un rato único. A ese gesto de cerrar se le denomina myo, etimología de mística, presente en el resto del Arte; novela, cuento, drama, cine. Todo lo contrario, el teatro del haiku no es subalterno a la realidad, y la forma de ésta no es conciencia dramática. Nada alcanza a abarcar, y eso puede decirse por las medias figuras, lo que se deja ver en las tres líneas del poema, jamás disruptivas, en una ficción que supera creer que el creador ha estado o no ante ellas, languideciendo, hasta donde la eternidad permite, por una virtud no nombrada.

Todo y nadie es Buda. ¿Lo ves en el piso devorado por las hormigas?, pisadas por novios briosos antes de palmar. Hoy, en mil estaciones, entre los inexplorados, infinitos mundos de los olores, lenguas de infiernos y cielos.

¿Qué le dice qué ocurre al haiku?

Citando a Cioran, “lo que es transitorio es dolor; lo que es dolor es no-yo. Lo que es no-yo no es mío, yo no soy ello, ello no soy yo” (Samyutta Nikaya). Lo que es dolor es no yo. Difícil, imposible estar de acuerdo con el budismo sobre este punto, capital sin embargo. El dolor es lo que más somos nosotros mismos, lo más yo. Extraña religión: ve dolor por todas partes y al mismo tiempo lo declara irreal.

Y sin embargo, imposible que alguna cultura se atreva a fundarse en no ver dolor nunca más; no prestar ya atención a las cosas. Buscar que en efecto así sea, y así declarar que no obstante éste es real. Imposible creer en el haiku y en el yo; inimaginable hacer haiku sin el dolor. Yo y el dolor, la naturaleza somos indistinguibles. Y no obstante, el haiku en tanto poema es claro y distinto. Todo menos una respuesta categórica; la menos penosa posible; bendición de su intensidad, augurio, talismán de lo que no importa cargado de encanto.

Lo pequeño es hermoso, esa es la crisis del mundo del haiku: nunca lo bastante sintético, sincrético, breve y propio. Es ilimitado el deseo por el mundo de la vida; ese es el límite. Creer que la eternidad es más que eterna, incluye cantaros, hembras mimosas, ranas en nado, montes rodeados de truenos estáticos. Es extraño pero aún es incompleta la sorpresa; familiar y a la vez ese estruendo numinoso que aturde y aligera al ruido que lleva el ser.

Un sintetizador en las manos de la naturaleza. Fue un sueño increíble / dijeron / que me lo había inventado (Masaoka Shiki). El ambiente recrea la intención de sus manos; el ambiente es el poema; pero las manos creen recibir un temor, ¿suyo, a su alrededor, inconfesable u omnipotente? Como la Luna que es a veces una pieza, un reflejo, un coito, una rodaja y esconderse. Donde es esto si no en el ambiente de las mutaciones.

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