En esta ocasión presentamos en Círculo de poesía el prólogo del poeta y profesor Antonio Jiménez Millán al estudio de Marisa Martínez Pérsico: Imago verba. Retórica ultraísta y autoficción en Cansinos Assens recientemente aparecido en la colección de estudios transatlánticos Le Nubi di Magellano, Edizioni Sette città, Italia.
Este estudio se propone contribuir, en el centenario del nacimiento del Ultraísmo, al estudio y valoración de un fenómeno que, como señala Andrew A. Anderson en El momento ultraísta (2017), es a la vez una actitud, un grupo, un movimiento y una modalidad estilística. Sin la voluntad de ruptura que caracterizó a otros ismos paneuropeos, el Ultraísmo ejercitó un activismo que sentó las bases de la gran poesía de la primera mitad del XX en España y que participó en los grandes cambios de la poesía hispanoamericana a través de las figuras de Huidobro, Borges, Lange o Marechal, barriendo así, a ambos lados del Atlántico, con las poéticas caducas del Modernismo y del Novecentismo y defendiendo el ejercicio de una imagen pura, múltiple e indirecta, anti-representacional y anti-realista, que operara por condensación sintáctica. Este libro estudia las características distintivas del Ultraísmo en España a través del análisis de las estrategias retóricas de un corpus de poemas ejemplificadores de esta modalidad, de la hermenéutica de una novela autoficcional escrita por su fundador, el sevillano Rafael Cansinos Assens, y de las claves ofrecidas por manifiestos, textos programáticos y testimonios incluidos en revistas de la época.
LA AVENTURA ULTRAÍSTA
Me resulta muy atractivo este ensayo de la profesora y poeta argentina Marisa Martínez Pérsico sobre el movimiento ultraísta. Desde una perspectiva trasatlántica que supera las limitaciones del enfoque exclusivamente nacionalista, este libro continúa la línea de investigación abierta en 1963 por Gloria Videla –compatriota de Marisa Martínez Pérsico-, a la que siguieron las valiosas aportaciones de Gabriele Morelli, Andrés Soria Olmedo, José Luis Bernal, Juan Manuel Bonet (resulta imprescindible su edición Las cosas se han roto. Antología de la poesía ultraísta, 2012) y, más recientemente, Andrew A. Anderson, entre otros. Se celebra ahora el centenario del Ultraísmo: este primer núcleo vanguardista en lengua española se dio a conocer en febrero de 1919, a través de un manifiesto surgido en las reuniones del madrileño Café Colonial, y contaba con el estímulo de Ramón Gómez de la Serna y, sobre todo, del sevillano Rafael Cansinos Assens, que fue su principal impulsor pero también su primer crítico a través de la novela en clave El movimiento V.P. (1921), una parodia que divirtió a muchos e irritó a otros tantos. Además, Vicente Huidobro, recién llegado de París, se instaló unos meses en Madrid durante el año 1918. Como recuerda Cansinos Assens en sus memorias (La novela de un literato), el poeta chileno se enorgullecía entonces de su amistad con Apollinaire, Reverdy, Paul Dermée y Max Jacob, y ello le otorgaba el papel de gran conocedor de las vanguardias europeas. Su influencia sobre los autores ultraístas fue innegable, aunque ello no evitara agrias polémicas con varios poetas del grupo a principios de los años veinte.
El movimiento ultraísta –ultra: más allá– se presentaba como proyecto de superación no solo del Modernismo, sino también del Novecentismo: se trataba, según escribió Guillermo de Torre, de “sincronizar la literatura española con las demás europeas, corrigiendo el retraso padecido desde años atrás”. Un objetivo demasiado ambicioso que ya los poetas de la generación del 27 se encargarían de relativizar: Rafael Alberti habló del “aguacero ultraísta”, condensando así el intenso pero a la vez efímero proceso de consolidación de esta tendencia de vanguardia (sus márgenes cronológicos irían de 1918 a 1925). El Ultraísmo español se localizó en tres núcleos, Madrid, Sevilla y Palma de Mallorca, y generó numerosas revistas: Grecia, Ultra, Reflector, Cosmópolis, Tableros, Vértices, Tobogán o las tardías Plural y Alfar. En ellas se podían ver portadas, dibujos y grabados de Rafael Barradas, Norah Borges, José María Ucelay, Francisco Bores, Pancho Cossío o de los artistas polacos Wladislaw Jahl y Marjan Paszkiewicz. El libro Hélices (1923), de Guillermo de Torre, reunía una cubierta de Barradas, un retrato del autor realizado por Daniel Vázquez Díaz y las viñetas de Norah Borges. Junto al autor de Hélices, el verdadero líder y propagandista más activo del Ultraísmo, la nómina de los autores más relevantes incluye muchísimos nombres de poetas españoles e hispanoamericanos: entre ellos, un joven Jorge Luis Borges que, procedente de Ginebra, vivió un tiempo en Palma de Mallorca y se convirtió en un gran admirador de Cansinos Assens (todavía en 1984 se prodigaba en elogios hacia el escritor sevillano, yo fui testigo).
El Ultraísmo fue un movimiento de carácter internacional en un doble sentido. En primer lugar, como síntesis de los principales movimientos de la vanguardia europea: Cubismo, Futurismo italiano y Dadaísmo. El Cubismo, con todas sus variantes, es el que ejerce mayor influencia, sobre todo a través de una teoría de la imagen poética que definió Pierre Reverdy (“creación pura del espíritu…”) y asumió de inmediato Huidobro, pero también la doctrina de F. T. Marinetti tuvo mucha repercusión. No es de extrañar la adaptación mimética de los procedimientos y recursos vanguardistas, desde el caligrama hasta las palabras en libertad marinettianas, pasando por el contraste simultáneo sobre el que teorizaban Robert y Sonia Delaunay, residentes en España durante los años de la Primera Guerra Mundial. En cuanto al Expresionismo alemán, es Jorge Luis Borges quien aporta un mayor conocimiento de sus autores, reflejado en los poemas juveniles que iban a formar parte de un libro nunca publicado, Ritmos (o Salmos) rojos. En segundo lugar, se debe tener muy en cuenta la proyección del Ultraísmo hacia América Latina, principalmente Argentina y México. Tanto Manuel Maples Arce, fundador en México del Estridentismo, como el propio Borges, Norah Lange y Leopoldo Marechal recogen la onda del Ultraísmo, visible en revistas como Prisma o Proa; pero en Argentina la evolución es diferente, y es esa especificidad la que estudia Marisa Martínez Pérsico en varios de sus trabajos críticos centrándose en el grupo de escritores organizados en torno a la revista Martín Fierro.
También se analizan los recursos retóricos (Imago/verba: el título ya alude a la imagen y a las palabras). El repertorio temático del Ultraísmo está asociado a la gran ciudad moderna y a los avances de la tecnología. Madrid es, en este sentido, la gran urbe cosmopolita, pero también Buenos Aires: en muchos poemas aparecen plazas y grandes avenidas, arrabales, tranvías y automóviles, cafés y escaparates, aeroplanos, aviadores y ondas radiofónicas. También la música de jazz forma parte de esos atractivos modernos y, por supuesto, empieza a surgir una gran fascinación por el cine, “un arte que tiene nuestra edad”, en palabras de Guillermo de Torre. Sin embargo, el propio Guillermo de Torre ya había asumido cierta distancia respecto al ultraísmo cuando dio a conocer Literaturas europeas de vanguardia en 1925. Él era consciente de pertenecer a una élite europea (no es ajeno a la influencia teórica de Ortega, en este sentido) que optaba por una crítica “constructora y creadora”: ya no se trataba de provocar al público sino de atraerlo, aun a costa de perder esa veta de rebeldía perceptible en los movimientos posteriores a la Primera Guerra Mundial. Y al hacer un balance del Ultraísmo español, también dejaba de lado los gestos más superficialmente provocativos para insistir en otra vertiente: “los severos módulos líricos y las innovaciones estéticas que constituían la cara auténtica del programa”.
Pero tal vez la mayor debilidad del Ultraísmo fue el abuso de la imagen ingeniosa, tal y como señaló tempranamente Jorge Luis Borges en una carta a Jacobo Sureda (1920): “Yo sigo creyendo en el ultra. Claro que el ingenio o el seudoingenio son los enemigos que nos acucian, como han acuciado y envenenado toda la literatura de nuestra lengua. Del ingenio sólo nos pueden salvar los graves hombres del norte: Unamuno, Baroja”. No mencionaba Borges a Valle-Inclán, vinculado de forma episódica al Ultraísmo y autor de una rotunda descalificación que pone en boca de Max Estrella, en Luces de bohemia: “Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato”. En estas posibles limitaciones ahonda el ensayo de Marisa Martínez Pérsico, que ha de convertirse en libro de referencia a la hora de investigar los orígenes de las vanguardias en España y América Latina, así como de la recepción de las vanguardias europeas en el ámbito hispánico.
Antonio Jiménez Millán