Poesía mexicana: Thelma Nava

Murió Thelma Nava (1931-2019). Desde hace años, Thelma Nava ocupaba un lugar sobresaliente dentro del panorama de la literatura nacional. Siempre certera y versátil en el manejo del lenguaje, asume con plena conciencia su condición de mujer comprometida con el mundo que le tocó vivir. Gran parte de su poesía desarrolla el asunto amoroso planteando atmósferas donde el amor es vehículo esencial para la salvación. Como afirma Alí Chumacero, su poesía se define “por el acierto de la imagen y el ágil vibrar de la palabra. A su pluma acuden experiencias que delatan un hondo trasegar de la conciencia.” Su poesía se ha recogido en varios libros dentro de los que sobresale El primer Animal (1986). También apareció antologada en Poesía en Movimiento. Dirigió la revista Pájaro Cascabel. Proponemos aquí algunos textos para su relectura.

 

 

 

 

 

Thelma: Griego: “voluntad”.

Nava: Vasco, naba: “gran llanura próxima a las montañas”.

Probable significado completo: Voluntad, llanura próxima a las montañas.

 

 

 

 

 

 

Casi el verano

 

Yo no digo que el sol, inaprensible sueño de mi piel,

entabla una demanda amorosa contra el latido del día.

Digo solamente que mi amor es un gajo desnudo

que se cubre con hojas de ruibarbo y jazmines embotellados.

Mi amor está desnudo y  ha empezado a tatuar corazones en el viento,

iconoclastas corazones dispensadores de azules albas.

Nunca la música ha cabalgado en potros más esbeltos.

Los antiguos pavorreales del verano han empezado

a mirarse desplegando sus arpas de colores.

 

A la luz del verano, salta, canta corazón.

El aire quiere dormirse junto a tu boca.

Tu corazón es una maquinaria secreta que me traga.

La lluvia nos conduce de la mano hasta el pan tierno de su abrazo

A sus puertas estamos. Sobrecogidos y aromados.

 

La mañana no quiere parecerse a ninguna.

En el viento cercano una lágrima tiembla.

La niña ciega alcanza el sueño de la abeja.

En tanto que nosotros transcurrimos.

 

 

 

 

 

Lope de Vega 510

 

Primera evocación

 

a Efraín Huerta

 

Repentinamente

el desierto edificio
barca mecida bajo el ámbar de la tarde
sin paredes frontales que resguarden los sueños
ni ventanas que celebren el nacimiento de los días
es apenas una luz un parpadeo
un invisible reflejo en los espejos ausentes.

 

A pesar de todos los relojes
sagradamente habitan en ese paraíso conquistado
detrás del ojo que no puede mirarte-
todos los fuegos de tu espíritu
encendidos en tus días terrenales
y el esplendor del agua viva de tus manos.

 

Estás en esos recintos interiores
que algún día fueron nuestros
en las voces y silencios evocados
junto a los breves espacios de la dicha
donde renacen ahora tus poemas
como soles antiguos en la estación del viento.

 

 

 

 

 

Para quien pretenda conocer a un poeta

 

Es difícil conocer el corazón de un poeta.
A primera vista resulta fácil doblegarlo por la vanidad,
ensalzarle y hasta aprenderse de memoria unas cuantas líneas suyas.
Caminar a su lado y sostener el mar con la mirada,
hablar de ciudades irreales,
adivinar su amor y sus costumbres,
su vida cotidiana, sus odios y rencores,
penetrar el secreto de su técnica,
llegar a sus orígenes.

Pero ¿quién, bajo la lluvia, es capaz, sabe realmente
cómo es por dentro ese cuerpo tembloroso, amoroso,
        maldito, blasfemo o perseguido de un poeta? 

 

 

 

 

 

Presencia de las islas

 

Como un cortejo cabalgando a solas surgen de la niebla
¿Quién alimenta su esplendor que ninguna tempestad oculta?
De las islas sube algo parecido al deseo.
Casa viviente en el mar
las islas
animales fantásticos
esperan su ración de ostras.

Para mi corazón una isla iluminada con el brillo del mar
una isla
como espada
atravesando la llanura marina
una isla
multiplicándose en su pequeña geografía
una isla
grito a solas
jardín para romper la monótona presencia del mar
la insoportable presencia
de una soledad frente a sí misma.
Allí
abajo
fruto
corteza en movimiento
la forma de las islas:
última tentación de los navíos.

 

 

 

 

 

Para hablar de lo que jamás existió

 

No es que inesperadamente aparecieran allí

como palomas muertas tus palabras.

No fue tampoco el rumor de los trenes que jamás abordamos

en la estación secreta.

 

Era como la increíble sonrisa de un profeta loco

en el comienzo de la primavera

o una flor de cristal en el invierno.

 

Nunca los labios aprehendieron tu contorno

y se cansó la barca de esperarnos

para cruzar la llanura marina.

 

No conocí el sonido de mi piel bajo tu piel.

Todo se derrumbó, desapareció sin dejar huella

como el nombre de un país, de un territorio

que súbitamente ya no figura en el mapa.

 

 

 

 

 

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