“La noche amarilla. 33 + 1 voces de la poesía uruguaya actual” es un dossier que ha preparado Marisa Martínez Pérsico para los lectores de Círculo de Poesía. Su objetivo es visibilizar y difundir un repertorio de voces que se inscriben en distintas tradiciones líricas, es decir, mostrar una parte de lo que acontece en la poesía oriental a partir de cuatro criterios: diversidad discursiva y/o estética, integración equitativa de poetas mujeres y hombres, integración generacional (de por lo menos cuatro promociones etarias) e inclusión de poetas que escriben fuera del país (en Argentina, Brasil, México, España y Suecia). [Lee la introducción a esta muestra aquí] .
Leemos una selección de «Prendo una vela en el corazón del bosque» y otros poemas de Maite Burgueño (Montevideo, 1997). Actualmente cursa el último año de la Licenciatura en Psicología en la Universidad de la República. Integra el colectivo y antología virtual de poesía joven En el camino de los perros desde el año 2016, el colectivo Laboratorio de Práctica Teatral desde el mismo año y el grupo de experimentación e investigación escénico-poética Enfermeras Venéreas creado a finales de 2017. En 2017 recibió el Primer Premio del Concurso Nacional de Poesía Joven Pablo Neruda organizado por el Gobierno Departamental de San José (Uruguay) y la Fundación Pablo Neruda (Chile). Junto a Enfermeras Venéreas ha realizado varias presentaciones tanto a nivel nacional como a nivel internacional (Chile, Argentina). Su obra ha sido publicada en el Décimo Concurso Nacional de Poesía Joven Pablo Neruda (Gobierno Departamental de San José, 2018), en En el camino de los perros. Antología Crítica de Poesía Uruguaya Ultrajoven (Estuario Editora, 2018) y en Liberoamericanas. 140 poetas contemporáneas (Liberoamérica Ibérica, 2018).
I.
Todo lo que me genera placer sedimenta
en este punto anulado por la saturación
–un entrecruzamiento que señala las distancias–
corro calle abajo contraria
a la migración de las aves
hacia los gritos tartamudos que mueren
junto al ganado del puerto
la creciente del río transformándose en nuestro lenguaje
el hambre instalada funcionando
como el ciclo vital de una mala hierba
no sé dónde buscar lo que pasa
II.
Prendo una vela en el corazón del bosque:
aún la justa medida
es demasiado.
El hombre solo se reconocerá en el exceso
–dos bestias se adivinan casi siempre–
donde no pueda discernir
hacia qué lado corre la sangre
y trace un mapa calcándose
el recorrido de las venas
para llegar inútil al presagio
que siempre durmió debajo de su lengua
–como dos trenes que sienten cómo se doblan y se encuentran sus vías a lo lejos–
Pero no quiero quedarme pensando
en qué punto del espacio-tiempo
algo se considera lleno
porque entiendo, yo nunca podría
huir de un incendio
yo sé que mi voz seguiría resonando en las cortezas chamuscadas
mezclándose con la sombra
–esa parte cancerígena de toda cosa–
mientras se desplaza encapsulada en la vibración del silencio
por las grutas de los huesos de las antenas parabólicas
por las fibras caleidoscópicas que estructuran el humo
por las líneas de las manos inermes de cualquiera
que se atreva
a dormir por las noches
otra vez
luego de haber presenciado la ceguera
del fuego como una invitación
III.
¿alguna vez fuiste el último insomne de la ciudad?
por la noche se hace más fácil
confundir un espejo con una ventana
que da a la calle
donde los puntos cardinales se invierten o desaparecen
donde el incendio que ennegrece los contenedores
también los vuelve asépticos
donde el cielo duele más que en el desierto
donde se muere el tiempo en las marcas de aceite como fosas
–minas de oro negro que lustran el asfalto–
IV.
En todo transcurrir
se esconde una espera.
Quien no se crea tolerante
ante la imagen de un cuarto vacío
que muestra más que unas bocas abiertas
-no quiero decir que son las mías-
deberá admitir entonces
el miedo.
El ritmo de la falta golpea siempre
pero nosotros ya aprendimos cómo asedia la noche
absorbiendo el reflejo del fuego en las paredes de cristal
absorbiendo como si a uno le arrancaran las huellas dactilares
los poros las líneas geométricas de los rasgos;
todo borde repasado: ido
eso me pasa
cuando el deseo es una torre escondida bajo tierra
y me miro y el espejo me devuelve la cara de mi madre
refractada en los siete ángulos de la casa
y me paso ocupada
en ver al terror filtrarse
por cada espacio medio de la espalda
hasta exhumarme
de mi propio cuerpo.
Las vértebras: veinticuatro columnas de humo de cuatro cabezas
pero la duda
siempre es un péndulo
que no logra cortar el aire:
del otro lado de las llamas
hay tanto que no existe
y creemos conocer.
V.
Tu boca es un fuelle que se resiste a abrirse
poco importa que alimente la sequía
que se convierta en otro porcentaje contado
de las veces que fallaste
otro lado oscuro de la piedra atravesando
los frentes de las caras que desconocemos
siempre y cuando te recuerde que no me había ido
que aún existo
aunque sea tras el manto narcótico del silencio
sucumbiendo a las pendientes del cuerpo
como un último límite.
No hay lazo que encuentre lo que decimos que asusta,
las calles que corremos escapando del miedo
(lafaltalafallalafaltalafallalafaltalafallalafaltalafalla)
tienen el largo de los años que no nos atrevimos
y en cada punto surgen puertas
que solo se destraban
una vez que las pasamos
al otro lado,
llevemos al sol como un mantra
al otro lado,
donde ahora sé que el fuego es seguro,
entremos.