En “Problemas de la lírica” (1951), Gottfried Benn da cuenta de los síntomas del poema moderno, uno de ellos es desterrar el uso abominable del “como”, acaso la palabra más usada de la poesía. Su empleo revela pobreza sintáctica en tanto simplifica los problemas de construcción. En la tradición hispánica, ya algunas décadas antes, se había tratado el problema. Al estudiar a los ultraístas, Guillermo de Torre recuerda: “en muchas ocasiones se suprimen las cadenas de enganches sintácticas -artículos, adverbios, etc.- y las fórmulas de equivalencia -“como”, “parecido a”, “semejante a…”-.
El segundo síntoma es el COMO. Por favor, presten atención al uso frecuente del “como” en un poema. “Como”, “como si” o “es como si” son construcciones auxiliares, en gran medida una especie de marcha en vacío. Mi canto fluye como oro solar, el sol esplende sobre el techo de cobre como joya broncínea, mi voz tiembla como arroyo en remanso, como una flor en noche apacible, pálida como seda, el amor florece como un lirio. Este “como” es siempre una ruptura de la visión, se acerca, parangona, no afirma una relación primaria. Sin embargo, también aquí debo hacer una salvedad, pues hay poemas grandiosos que recurren al “como”. Rilke era un gran poeta del como. En uno de sus poemas más bellos, “Torso arcaico de Apolo”, “como” aparece tres veces en cuatro estrofas; se trata incluso de “comos” harto banales: como un candelabro, como piel de fiera, como una estrella. Y en su poema “Hortencia azul” encontramos cuatro “comos” en cuatro estrofas; entre ellos: como en un babero infantil, como en los viejos papeles de carta azul; pues bien, Rilke se lo podía permitir, pero es posible aceptar cual precepto fundamental que un COMO supone siempre una irrupción de un elemento narrativo y prosaico en la lírica, una relajación de la tensión verbal, un punto débil en la transformación creativa.