José Vicente Anaya murió en su casa la madrugada del 1 de agosto de 2020 tras varios meses de enfermedad y varios días de hospitalización. Escribió, a finales de los años setenta, una trilogía de libros (Híkuri, 1978; Peregrino, 2002; Paria, 2010) que se distinguieron por su rareza, por su búsqueda de lo diferente en un México dominado por las ideas estéticas de Octavio Paz y por una expresión coloquial acrítica. Tenemos aún la tarea de entender lo que ha significado su obra para nuestra poesía.
Muy joven conocí sus traducciones de la Beat Generation en Los poetas que cayeron del cielo. Durante un par de años asistí al seminario-taller de poesía que impartió en Puebla. Fue una época en la que se definió mi vocación literaria y se transformó mi vida. Círculo de Poesía no existiría sin su ejemplo.
Al conocer su muerte, busco sus poemas en los estantes. Detrás de los libros hallo un cassette y recuerdo. Ahí está grabada una entrevista. Es una conversación que tuvo lugar seguramente en el invierno de 2003. Anaya tiene 56 años. Yo, 21. Vengo de Miguel Ángel de Quevedo. Él me espera en la gasolinera de Pacífico y División el Norte. Me saluda y caminamos a su departamento. Nos recibe su gata negra. Ha pasado mucho en estos años. Play. Ese tono, ese acento, esa calma. Se derrama su voz.
Alí Calderón
ENCUENTRO CON JOSÉ VICENTE ANAYA
(Primera parte)
José Vicente Anaya
En términos de la anécdota. Tuve un trabajo y lo dejé. Era editor en Seguros Bancomer. Pienso en haber renunciado y en haberme deslindado del futuro que me esperaba de haber seguido trabajando ahí. Yo me sentí muy contento de renunciar. Fue un arreglo justo y legal, lo cual me permitió tener una base de dinero. Yo tenía un departamento completo, incluso una biblioteca del doble de la que tengo ahora. Decidí regalarla y convoqué a todos mis amigos.
Alí Calderón
¿Ya no eran sus amigos infrarrealistas?
JVA
Eran los infras, precisamente. Muchos de ellos aumentaron su acervo bibliográfico con mis libros. Llegaban con mochilas vacías y con cajas y se llevaron todo. Yo escogí unos poquitos libros que pensé que iba a ir leyendo en el camino. También se fueron las mesas, las sillas, el refrigerador, etc. Entonces yo sentí un alivio, un peso que me quité de encima. Y lo único que hice fue comprar una mochila grande, de esas que se cargan a la espalda. Llevar tres mudas de ropa, tres libros y emprender el viaje. Fue un viaje que casi duró cuatro años. Tres, principalmente en México.
Independientemente de por dónde empecé –que fue Veracruz, Xalapa, después fui hacia el sur, sureste, la selva, Chiapas, Tabasco, la sierra de Oaxaca, en fin–, yo tenía ya la idea de que tenía que ir a la sierra Tarahumara. El afán o el interés fue convirtiéndose en algo cada vez más fuerte en la medida en que pasaba el tiempo. Y lo fue a partir de la conversación con una amiga antropóloga cuando vio la foto de mi abuelo materno. Después de observarla un rato me dijo: mira, tiene rasgos de indio piel roja: los pómulos salientes, los ojos como oriental. Tu abuelo. Yo nunca había reparado en eso. Dije: si nacimos en Chihuahua, seguro mi abuelo desciende de la Sierra Tarahumara. Villa Coronado está muy cerca de Parral. Y de Parral había una carretera de terracería. No se hacían más de diez o doce horas. También había avionetas de carga. Mi pueblo está muy cerca de Parral. Hay muchos tarahumaras que venían a Parral. Quería ver cómo era el clima, la tierra, la gente, donde alguna vez nacieron antepasados míos. Yo no tenía ninguna intención de encontrarme un chamán, ni lo iba buscando. Ni iba buscando a la tribu. Con esa historia es que yo llegué a la sierra. Pero al momento de llegar fue casi una cosa tras otra. Ir conociendo gente, ir viajando a otros lugares de la sierra y en ese ir y venir es que llegué a Basíhuare. Así se llama el rancho o el pueblo. Sólo hay una escuela y unas cuantas casas. Ahí estaba la casa de Osé Mereílo, Sipiáame. En lugar de chamán, el nombre más adecuado en lengua tarahumara es sipiáame. Vivía después de cruzar unas altísimas montañas, subir, volver a bajar y subir a otra parte. Entonces comencé a conocerlo.
El poema nació en esa atmósfera. Yo no iba pensando en escribir un poema. No iba prejuiciado buscando algo y esperando encontrarlo. Más bien iba con la intención de ser sorprendido o encontrado por la gente y por las cosas. Yo digo que nace el poema por las conversaciones y por las caminatas con este chamán. Y yo creo que si algo hay determinante, más que todos los detalles de los que se puede hablar al convivir con este sipiáame, fue vivir otra dimensión. Que para mí no es magia como suele pensarse (pensamiento irracional o pre-racional). Yo prefiero pensarlo como otra dimensión que comencé a vivir. Y una dimensión que se vive desde la experiencia de los alucinógenos. Yo me acuerdo, como algo muy especial, en lecturas de filosofía o psicoanálisis, de argumentos respecto a que el esquizofrénico no está inventando otra realidad sino que la está viviendo. Es esa la otra dimensión a la que me refiero. Y otra forma de vivirla es a través de las experiencias alucinógenas. A veces de las experiencias religiosas rituales también. Yo experimenté algo que pocas veces he encontrado y fue muy claro ahí al vivirlo con Osé Mereílo. Yo había estudiado algo de la lengua tarahumara. Había aprendido frases, palabras. Seguramente las hablaba como las películas esas en que Tarzán no habla con los adverbios, pronombres o cosas por el estilo. Seguramente hablaba así yo el tarahumara. Mocho. Corto. Pero logré expresarme. Sin embargo, con Osé Mereílo comenzó a darse un entendernos sin hablar. Él hablaba solo tarahumara. Yo le llamo un hablar de cabeza a cabeza o cerebro a cerebro. Yo creo que eso es parte de esa otra dimensión. Y eso fue lo que me hizo incursionar en lo que sería ese largo poema de Híkuri.
Híkuri: relato o escritura. Y lo digo así porque muchos eruditos dicen que no es poema. Muchos “eruditos”, así, entre comillas. Gente que se supone que sabe de literatura han dicho de muchas maneras que eso no es poesía o no es un poema. Y yo agrego que me halaga que se diga que no es poesía o que no es poema. Yo siento que sí es y que es algo más. Pero sobre todo creo que fue construido en esa atmósfera de la que estoy hablando, en esa otra dimensión que involucra espiritualidad, sueño, sueño-soñar, el recuerdo, la memoria y muchas veces incluso una especie de atrevimiento de ver el futuro. Yo creo que todo eso es lo que tejió ese largo texto que yo titulé como Híkuri. Y le queda el título de Híkuri, que es peyote, por todo eso.
Yo ya tenía una carga de formación y lecturas. Ya había experimentado formas de escritura poética. Tenía ya una formación, por supuesto. Lo que viene a cambiar las cosas es la vivencia de esa otra realidad de la que hablo. Las palabras que decía el chamán no son más que lenguaje ordinario: “vamos a caminar”. Y lo hacíamos con ese bastón, con ese báculo que viste en la fotografía. Ir juntos caminando, subiendo y bajando veredas por la montaña.
Yo nunca he querido ser demasiado explícito. Tengo un libro. Lo llamo novela o noveleta. Lo he enseñado. Se lo he enseñado a tres o cuatro personas que saben, y dicen que no es novela ni noveleta, ni poema. Algo parecido a Híkuri. En ese libro es donde hablo más de Osé Mereílo y de nuestro encuentro. Hablo de caminar con él. Me dice: camina. Y caminamos. Y yo describo el olor de la selva de pinos después de la lluvia. La humedad. El encuentro con serpientes. Y muchas veces, él afirmaba o negaba cosas. Vemos que cruza una serpiente en zigzag y él nomás dice “erú”, que significa “así es”. Yo digo: como si él lo estuviera esperando. Como que eso es la otra parte de lo que suelen llamar “magia”.
– Cuando dice “magia”, suena su teléfono. Contesta. Volvemos a la charla
Vamos caminando. No hay conceptos. Eso no se puede explicar porque es otro lenguaje. Y yo creo que eso era lo más determinante de la comunicación y del encuentro con él, y él como vínculo con, yo le llamaría, una sabiduría implícita en la cultura rarámuri. Los gestos, en él, también eran comunicación. Incluso siento que no es posible responder de frente o racionalmente, con un lenguaje hablado. Cuando yo digo “esa otra dimensión”, “esa atmósfera”, no estoy diciendo casi nada. ¿Dónde está? ¿A qué sabe? ¿Cómo se palpa? Son esas cosas que explican de otro modo las cosmogonías orientales.
AC
Yo tengo la certeza de que Híkuri es un libro único, raro. ¿Qué cree que le aporta a la poesía mexicana?
JVA
La experiencia del encuentro del Híkuri que genera el sueño. La alucinación. El ver lo que no se ve, oír lo que no se oye. Una percepción que no es la normal. Y creo que está expresada de distintas formas ahí. Por eso mismo no es fácil analizar el poema y sus frases. Hay metáforas, aliteraciones. Pero no es tan fácil como eso porque fueron dictadas muchas de esas cosas. No fueron pre pensadas, en el sentido de “voy a escribir un oxímoron”. Salió así. A mí el texto me sorprendió después, no en el momento de estarlo haciendo. Por eso no es fácil encuadrar en conceptos preconcebidos de la literatura cada cosa. Por otro lado, no son simples metáforas para agradar o para quedar bien sino que son la interpretación de lo que estaba sucediendo en ese momento. Por ejemplo: Una muchacha triangular y esférica / me declama sus versos / cantándole al crepúsculo de una ciudad distante y / yo la escucho. Eso sucedió. A esa muchacha yo la describo triangular y esférica por la corporeidad de su belleza, de redondos y líneas, pero jamás pensé en que quizás estaba acercándome a un cuadro geométrico. No era esa la intención. Y yo realmente la escuché. Hubo un momento en que escuché que cantaba mis poemas esta mujer en un crepúsculo, en un valle. Y fue meses después que ella, en un encuentro, me dijo: tal día estuve cantando tus poemas en tal lugar. O sea, realmente sucedió. No es que yo adornara eso que pudiera sonar mágico o fantástico. Hay una parte donde viajo con la compañera de la que estaba enamorado en ese momento por la sierra de Oaxaca. Subimos en autobuses sin horario / SIERRA ZAPOTECA / entre olores / melón mango guayaba / sudor y confusión de lenguas. Los autobuses ahí no sabe uno a qué hora va a salir o a qué hora va a llegar o si se va a descomponer el camino. Los olores estaban en el autobús, los guajolotes y todas las frutas. Y la confusión de las lenguas. Eran tantos los besos como las muchas lenguas de los grupos zapotecas que viven ahí, más el español que yo hablaba. En ese momento mi compañera era una antropóloga suiza, sus palabras en alemán también. Todo eso era la confusión de las lenguas. Pongo estos dos ejemplos. Pero todo eso se encuentra a lo largo de Híkuri. Más que recursos literarios conocidos son experiencias de lo vivido. Es una poesía que se fue componiendo con las realidades existentes, con los sueños mismos. Los sueños son realidades también.
AC
¿Y cómo fue el momento del regreso? ¿Es ahí el rompimiento con el infrarrealismo?
JVA
Cronológicamente, ese rompimiento se da un poco antes de que me fuera de viaje, antes de ir a la Sierra Tarahumara. El rompimiento. Se dio una situación en la que ya no se iba a avanzar. Al menos en ese primer grupo. Y ya había una especie de cansancio. Creo que de nosotros mismos y frente a la realidad. Estoy convencido de que teníamos buenas intenciones. Esa rebeldía, ese querer buscar otra forma de la poesía, una poesía de la vida. Sin embargo, la realidad no era favorable a esas buenas intenciones. Recibimos mucho rechazo.
[Se acerca su gata a la mesa y me ronronea. Dice Anaya: le caes bien, es una muestra de cariño. Ha creído que eres un gato también y por eso te trata así]
Recibimos mucho rechazo del status quo, de la intelectualidad de ese momento, que eran incluso marxistas o revolucionarios o críticos de la realidad. Y por una serie de circunstancias, muchos de los que formamos el grupo comenzamos a tomar decisiones de alejamiento, de apartarnos, o incluso decisiones de vivir en otros países. Se fueron de México cuatro o cinco: Roberto Bolaño, Bruno Montané, José Rosas Ribeyro, Harrington, el mismo Mario Santiago se fue a viajar a otras partes. Otras personas del grupo decidieron dedicarse a otras cosas. Vera Larrosa, por ejemplo, se dedicó a la danza y al teatro. Lorena de la Rocha se dedicó a la música. Otra amiga decidió estudiar biología: Lisa Johnson. Otra se dedicó a la economía y a la política. Yo decidí irme de viaje por todo el país. Fue una desbandada automática, no pensada. Cansancio de nosotros y del medio. Todos hicimos algo para que no hubiera continuidad.
AC
¿Bolaño desgastó la relación entre todos ustedes?
JVA
En el caso de Bolaño yo digo que éramos como el aceite y el agua, positivo y negativo. Polos opuestos. En lo personal, entre él y yo hubo una radical diferencia. Primero, cuando decidimos escribir manifiestos, es decir, cuando el grupo todavía estaba en actividad y tenía sus reuniones y todo eso. Debo decir que tuvimos varias lecturas de poesía. En La casa del lago o en la Gandhi. Fue un grupo que comenzó a manifestarse, a leer su obra y a pelear muchas veces. Pero fuera de ese contexto, ya en las discusiones internas, cuando decidimos escribir un manifiesto, Bolaño proponía que él escribiría uno a nombre de todos, y que todos lo firmáramos. Yo decía que eso era muy pobre. Que cada persona escribiera un manifiesto y que todos lo avaláramos, aunque no estuviéramos cien por ciento de acuerdo. Era un poco lanzar ideas de locura, de creación, de movimiento, de actividad en las que estábamos de acuerdo. Habíamos discutido mucho sobre poesía entre nosotros. Sabíamos cómo escribíamos. Lo curioso fue lo que siempre pasa en los grupos, como en la sociedad, no toda la gente es participativa. Mucha gente deja que los que más hablan tomen la iniciativa. Mucha gente se vuelve secundaria. Mucha gente prefiere que les digan hacia a dónde ir. Eso sucedió en el grupo. Los que más peleábamos y discutíamos éramos Mario Santiago, Bolaño, yo, Cuauhtémoc Méndez. Sólo escribimos tres manifiestos. Los de Mario Santiago, Bolaño y el mío. Fueron medio clandestinos. No se conocieron. El de Bolaño fue el único que se publicó en el primer y único número de una revista que se llamó Correspondencia infra. El mío se publicó en San Francisco y, paradójicamente, en inglés y no en español. El de Mario Santiago quedó inédito. Por alguna razón me lo entregó a mí y yo tengo el original de ese manifiesto. En esa diáspora todos se van. Y yo lo interpreto como que formalmente se había acabado el movimiento. Una última discusión con Bolaño sucedió cuando ya se iba. Él, con esa actitud de superlíder y de autoritario, me avisó que ya se iba a Europa. Y me dice: “Encárguese usted de todos los infras, porque son muy dispersos y no van a saber qué hacer. Usted es el líder que los va a seguir manejando”. Le dije: “no, yo me niego a ser el manipulador de la gente. Cada quien es responsable de lo que quiere hacer”. Y ahí fue cuando se dio esa discusión en la que le dije que él se creía el André Bretón de los infrarrealistas. Y ya para reír me dijo: “Y tú te crees el Antonin Artaud”. Yo creo que, con las enormes diferencias entre Bretón y Bolaño, entre Artaud y yo, sí son claras las personalidades semejantes. Yo era más inclinado al anarquismo.
AC
¿Qué le deja el infrarrealismo a la poesía mexicana?
JVA
No es una última vanguardia. Es un intento de vanguardia, que se quedó en el intento. Pero lo que deja de enseñanza es, ya pasados los años y echando cuentas, yo creo que quince personas que seguimos escribiendo poesía (el grupo original era de veinte). Incluso se escribió poesía en ese momento, aunque se publicó después. Sí hubo un dedicarse a la literatura, un tomar el toro por los cuernos, una aceptación de la vocación literaria. Pero sí quedó una muestra de poesía. Y como ejemplo, creo yo, el grupo de jóvenes poetas rebeldes a su realidad, con una intención de cambiar el estado de cosas de la literatura y hacer una poesía diferente a la que en esos momentos era bien aceptada. Y ya, con el paso del tiempo, lo que quedó fue la trayectoria muy personal de cada uno. Yo creo que ese momento de rebeldía fue muy emotivo, muy brillante y muy propositivo. Los actos de rebeldía implicaron, creo yo, aunque ya son hechos del pasado y tal vez ya no sean tan determinantes, la denuncia del cansancio de las formalidades en la poesía. Esta era una poesía con otro lenguaje, con otras imágenes. Se trataba de demostrar que se puede y se debe ser crítico. Que no se tiene que aceptar la realidad tal como está. Que fue un ejemplo de no ser conformistas. Los distintos miembros han dejado huella en sus actividades, incluso más allá de la poesía. La huella de Bolaño es indiscutible, desde hace años, con la fama internacional que tiene. Y aquí hubo mucha gente que rechazó al infrarrealismo. Te voy a dar un solo nombre: Carlos Monsiváis. A él se le ocurrió el chiste de llamarnos inframentales. Ellos lo siguen viendo como algo que no tuvo importancia, o que ni sucedió, o lo vivieron como que unos jóvenes gritaban sin ningún resultado. Salvo la fama de Bolaño, que esa no la olvidan muchos de ellos. Incluso Bolaño ha sido retomado por Letras Libres, ahí le hicieron una especie de homenaje. Y yo creo que eso tiene otras razones, la de ser reconocido en España. Pero bueno, nadie es profeta en su tierra.