¡No valía la pena!: por Alex Ander, apócrifo de Jorge Luis Borges

En esta primera entrega de la serie El vacío y la plétora, nuestro editor, el poeta Mario Bojórquez, nos presenta el cuento: ¡No valía la pena!… de Alex Ander, un apócrifo de Jorge Luis Borges.

 

 

 

 

 

Alex Ander es autor de dos cuentos “30 pesos vale la muerte” y éste que publicamos ahora. Junto a Benjamín Beltrán de quien previamente publicamos “Los breves días de Shelley” y algunos otros nombres, son parte de la corporación ahora conocida de apócrifos y pseudónimos que acompañaron la obra de Jorge Luis Borges a través de publicaciones periódicas, y también recordamos aquellos que, junto a Adolfo Bioy Casares aparecen en la Crónicas de Honorio Bustos Domecq. A veces se acude como antecedente a esta historia de Alex Ander a un poema de Heinrich Heine, Ein Weib, que cuenta la historia de una pareja: un vividor y una bribona que en medio del drama de sus vidas deciden vivir su amor en la alegría, a él lo llevan preso y lo ejecutan en la horca, ella sólo lo recuerda entre risas:

Una bribona

Se tenían uno al otro un amor tan certero
Ella una bribona, él un ratero.
Cuando él hacía alguna jugarreta,
Ella en la cama reía de la treta.

Los días de él entre alegría y deseo,
Las noches de ella recostada en su pecho.
El día que lo llevaron a la cárcel,
Ella mirando reía desde el cancel.

Él le puso en un escrito: Oh, ven a mí,
Te extraño tanto, tanto sufro por ti,
Por ti languidezco, por ti estoy clamando,
Ella niega con la cabeza y se queda riendo.

A las seis de la mañana lo ahorcaron,
A las siete a la tumba lo bajaron.
Ella hermosa de nuevo a las ocho,
El vino tinto se bebe riendo.

(Traducción del alemán: Roberto Amézquita)

El cuento también será de nueva cuenta escrito en un poema Ein Traum de La moneda de Hierro de 1976, allí anota: “Ciertas páginas de este libro fueron dones de sueños. Una, Ein Traum, me fue dictada una mañana en East Lansing, sin que yo la entendiera y sin que me inquietara sensiblemente; pude transcribirla después, palabra por palabra. Se trata, claro está, de una mera curiosidad psicológica o, si el lector es muy generoso, de una inofensiva parábola del solipsismo.” Aquí hay un tercero, es Franz Kafka que mira a una pareja, un alguien más que presencia el drama del amor:

Lo sabían los tres.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:}
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre le contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
Ahora que se fueron los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.

La obra de Jorge Luis Borges sigue teniendo pasajes por conocer que son un verdadero remanso de buena literatura, de aventura estética, de elevada posibilidad del ser.


MB

 

 

 

 

¡No valía la pena!…
Alex Ander

 

Ella era actriz, lo que no le agregaba ningún mérito. Podía haber sido mala mujer o modista. Pero le faltaron oportunidad para lo primero y habilidad para lo segundo.

Él también era actor; tenía ojos celestes y cabello rubio. Por si falta algo, diré también que era muy joven, increíblemente honesto, bastante inteligente, no exento de ambición y alternativamente tímido y audaz, según el caso.

Ella era arisca, vanidosa, consentida, linda, coqueta, mordaz, intrincada, inteligente y buena actriz, a pesar de todo.

Él también era un buen actor, e inteligente. Y a más, dulce, tierno, simple, ingenuo, modesto. Y un poco triste.

Ella se complacía en despertar inútiles pasiones en quienes no podían hallar correspondencia de su parte.

Él, casualmente, estaba expuesto a enamorarse de todas las mujeres que no podían o no querían ser suyas. Estaba condenado al fracaso cada vez que concebía esperanzas respecto a una mujer.

Ella, era crudamente materialista.

Él era estúpidamente sentimental.

Cuando ella cumplió 7 años, un señor le regaló una canasta llena de flores, y la rechazó argumentando que prefería un collar.

Él no había empezado aún a ir a la escuela primaria, cuando aseguraba con gran seriedad que quería ser presidente “para repartir toda la plata entre los pobres”. Además, lloraba cada vez que la maestra lo reprendía.

Ella se inició en el teatro a los 14 años, disgustándose enormemente porque le ofrecieron un papel de colegiala. Quería ser primera actriz, para lucir escote y tomar champagne.

Él se emocionó soberanamente la primera vez que debió pronunciar una palabra en escena. Después leyó mucho y se propuso protagonizar algún día a Hamlet y Osvaldo Alving, entre otros personajes de vigoroso perfil teatral. Dejaba para después a Fedia Protassoff, con quien pensaba consagrarse en la personificación de seres torturados cuyas andanzas le impresionaban hasta hacerlo llorar.

Ella adoptó el llamado “género chico”, en el que lograr el aplauso es fácil y la inteligencia pasa inadvertida.

Él debió resignarse a lo mismo con gran disgusto.

Ella, un día, ofreció una función dedicada a sus colegas, calculando de antemano la admiración de los actores y la envidia de las actrices que se sentían inferiores a ella al verla actuar.

Él asistió a la función, y salió perdidamente enamorado de la vanidosa joven. Después gestionó y logró un contrato en su compañía, en condiciones muy por debajo de las que tenía y de sus merecimientos.

Ella no tardó en darse cuenta de los sentimientos que había despertado en el joven y eficaz elemento que había ingresado a la compañía. Pero se abstuvo de manifestárselo, y, por supuesto, de corresponderlo.

Él se desesperaba por hacerle comprender que la quería, que la quería, que la quería.

Ella, en cierta ocasión, debía besarlo en escena. Primero pensó en volver la espalda al público y aparentar solamente el beso, manteniendo su rostro a distancia. Pero cambió de táctica en el momento indicado. Tomóle la cabeza entre ambas manos, y, tras una breve pero profunda mirada dirigida a sus ojos distantes apenas cinco centímetros de los suyos, le dio un fuerte beso en los labios, prolongando todo el tiempo posible su duración.

Él se trastornó por completo, y su “¡Hasta mañana!”, que debió ser dulce y fraternal, de acuerdo al libreto se convirtió en un apasionado “¡Adiós!” apenas inteligible y en desacuerdo con la anterior serenidad de la escena.

Ella lo notó, y sonrío para sus adentros.

Él pareció volverse loco, desde entonces, y conservó durante mucho tiempo la impresión que su beso le causara.

Ella sabía que las cosas andaban mal de un tiempo a esa parte, sobre todo en el ambiente teatral. Y organizó una gira por provincias.

Él estaba dispuesto a ir con ella en calidad de partiquino, si fuera necesario, con tal de poder contemplarla todos los días y sentir, junto a ella, la esperanza de una posible, aunque improbable correspondencia.

Ella insistió en que debía ser reducido el elenco para aligerar gastos de la compañía.
Así se lo dijo al empresario, delante de él, pocos días antes del anunciado para la partida.

Él no sospechó ni remotamente siquiera que ella lo hacía con el exclusivo y morboso propósito de hacerle sufrir, aunque estaba decidida a “ceder” en última instancia, aparentando una compasión que a él le hubiera sido imposible soportar. Cobró su sueldo, y no volvió a aparecer por el teatro.

Ella se fue, sin darle importancia al episodio, y debutó con gran éxito en Rosario.

Él trató de olvidarla. Pero un día se sorprendió a sí mismo instalado en un vagón del Ferrocarril Central Argentino que se dirigía velozmente a la gran ciudad del litoral.

Ella se manifestó grandemente sorprendida al verle entrar en su camarín al terminar la función, cierta noche. Y más al oírle barbotar atropelladamente apasionadas palabras en las que creyó entender una incontenida declaración amorosa, que contestó simplemente con una risa forzada que cortó su inspiración en forma brusca, como una ducha fría, obligándole a abandonar precipitadamente el camarín, sin despedirse y tan colorado como el rouge con que ella se disponía en ese momento a hacer más tentadores sus húmedos labios.

Ella era actriz. Era también arisca, vanidosa, consentida, linda, coqueta, mordaz, intrincada, inteligente y crudamente materialista.

Él era actor. inteligente, dulce, tierno, simple, ingenuo, modesto, tímido a veces y audaz otras, sentimental y naturalmente triste. Tenía ojos celestes, cabello rubio y poco más de veinte años.

Ella no merecía que ningún hombre bueno se hiciera mala sangre por su causa. Que ningún ser honrado sufriera por su falta de comprensión.

Pero él se mató lo mismo…

 


Alex Ander, En Crítica, Revista Multicolor de los Sábados, Nº 57, 8 de septiembre de 1934.

 

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