Poesía Chilena: Ernesto González Barnert

Proponemos la lectura de algunos textos inéditos del poeta chileno Ernesto González Barnert (30 de agosto de 1978, Temuco, Chile). Ha obtenido, por su obra poética, el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018, Premio Consejo Nacional del Libro a Mejor Obra Inédita 2014, Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, entre otros, además de varias menciones y becas. Entre sus últimos libros está “Equipaje ligero” (Argentina, 2017), la reedición de “Trabajos de luz sobre el agua” (Argentina, 2017), “Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo” (Chile, 2018), la reedición de Playlist en EEUU (Floricanto Press, 2019) y en Chile, esta última bilingüe (Plazadeletras, 2019), además de la antología Ningún hombre es una isla (BuenosAiresPoetry, 2019) y “Cinco mamuts en fila” (Plazadeletras, 2020). Es cineasta y productor cultural del Espacio Estravagario de la Fundación Pablo Neruda. Reside en Santiago.

 

 

 

Poemas pertenecen al libro inédito “Venado tuerto”

 

 

 

NO BUSCO UN PADRE EN LA POESÍA

sino un hermano

con el equilibro del ruiseñor y el cuervo

al batir las alas,

que no me empuje de la rama

de la que mis progenitores me lanzaron temprano,

con amor y furia,

bastardo del sueño de la tierra prometida.

Un compañero o compañera

que aún en condiciones terribles de vuelo

no suelte la presa sobre los campos feraces

de la guerra y el amor.

Sí, no busco un padre en la poesía

sino una rara avis

en la página más frágil de la literatura

atenta a la música de las cosas atoradas

en la punta de la lengua.

Sí, un pobre pájaro o pájara

dentro o fuera de su jaula

soñándose mi camarada

durante el fragor de la recolección

o la quietud de la caza.

 

 

 

 

 

 

EN QUÉ MOMENTO LA POESÍA CHILENA

se nos llenó de Tu Fu

con una mano por delante

y otra por atrás.

 

Me volví uno de éstos con su épica menor,

cuitas provincianas

y ese clamor ciudadano, burócrata

cada vez más apático e insoportable.

 

La vida es una batalla campal no lejos de aquí

pero aquí pega fuerte

con despidos, sueldos miserables

y un status quo

tan apretado como un traje de neopreno

o botón de oro.

 

Así, en esta copia feliz del edén

en que la mayoría apenas llega a fin de mes

o derechamente sobregirado

la norma es presumir de entereza

o sedición

de comentario en comentario

sobre el cajón de tomate

de las redes sociales, en el vino de honor

o la noticia online.

 

Así también regreso día a día

de la jornada

a prepararme algo de comer.

Con el control remoto en la mano

navego de canal en canal

tan ansioso como cuando pequeño

no podía desatar el nudo de la bolsa de pan

y la rompía para comer una hallulla caliente.

 

El pueblo en esta capitanía general

lo saben sus plutócratas

tiene una filosofía sin saberlo de corte gandhiana:

se resiste sin oponer resistencia alguna.

 

Así leemos en entrelineas la prensa y el espectáculo.

Soportamos al cura para una misa de casamiento o muerte.

Compartimos un asado con amigos

cuando juega la roja mirando de reojo

a las amigas del anfitrión.

 

Seríamos alcohólicos si no fuera por el café.

Seríamos tantas cosas

si no nos hubiésemos puesto huevones,

rendido tan rápido

o tuviésemos santos en la corte.

 

En fin, dejemos esta matraca

también para mañana

como la losa sucia en el lavaplatos,

la llave que gotea.

 

Estoy cansado

como caballo de feria.

Mirar las estrellas

solo me pondría más triste

pensando cuál ya no existe

y su luz viajó hasta mí.

 

¿Qué pasó con los chicos revoltosos?

¿Qué pasó con los sueños que teníamos?

¿Qué pasó con el para siempre?

¿Qué pasó con el para siempre?

Nunca lo sabremos…

Cantaba una banda inglesa

a principios de siglo.

En Chile, más que ser un Imperio

como nos acusaban los EE.UU. en el siglo XVIII

quisimos ser un bar británico,

un bar sin británicos escuchando música británica,

con minuto feliz.

 

Li Po al menos se tiró al río

para abrazar a la luna.

 

 

 

 

 

CONOZCO ESA TRISTEZA QUE NO SALE

lavándose la cara

o poniéndose un cucurucho de papel de envolver

con dos ojos mal recortados y una sonrisa

hecha con birome.

Esa cólera adusta que no te suelta

siquiera al abrochar los zapatos de improviso

en una avenida

o pasando el plumero por la mesita de centro

con libros de arte,

expuesto y torpe como una gacela

en el territorio de una famélica manada de leones

o de una rolliza arpía mayor.

 

 

 

 

 

 

EN UNO DE ESOS DÍAS

donde no dejo de sentirme un jinete

a todo galope contra el acantilado

del silencio,

el deseo de silencio.

Un caballo a golpes de fusta

al límite de sus capacidades.

Un apostador asediado por las carreras

donde estuvo a punto de ganar

o perdió estrepitosamente

de cara a una pantalla

en la que observa una cinta tricolor

que de cortarla al cruzar la meta

develaría que no hay nadie en las graderías,

concha acústica o corrales.

En las caballerizas

apenas rebuzna un burro de carga

su calvario y llaga. 

 

 

 

 

LO MÁS GRANDE QUE PUEDE TRAGAR UNA BALLENA AZUL,

hija, es una toronja.

el avestruz no esconde la cabeza cuando tiene miedo

sino que corre a toda velocidad.

Y los camaleones no cambian el color de piel para camuflarse

sino tal como se sienten.

Tampoco escuchan o huelen con esa lengua

que duplica el tamaño de su cuerpo,

como tantos en mi oficio.

 

Por cierto, al tocar un sapo no te saldrá una verruga.

El pavo real es solo un gallo común.

Y los elefantes se mueven casi sin hacer ruido.

Cuídate de verlos.

Y es una cresta y no un cuerno

lo que le cortaría a un rinoceronte

por ese billetito

para comprarte lo que quieras

si tuviese la oportunidad en África.

No seas tan dura si te toca juzgar

a alguno de estos malnacidos

como tu padre.

 

Por otra parte, los topos no son ciegos

sino que ven horriblemente mal.

Y créeles más a los que han visto un búho sentado

o eligen cerdos antes que delfines

en una trivia sobre inteligencia.

Claro, el queso jamás ha sido el alimento favorito

de las ratas, ni la basura la de los chanchos.

 

En definitiva, las cebras, hija, como los poetas

son animales negros con rayas blancas

y no animales blancos con rayas negras

aunque saber esto no te sirva de mucho

en lo que tiene tu vida de dulce y agraz

y menos para comprender a papi que en tu cumpleaños

llega con un poema de puño y letra

en el reverso del papel de regalo, cortado con torpeza

como si fuera la sombra de un pingüino emperador

aún de pie, elegante, sobre la nieve.

 

 

 

 

HAY ALGO EN UNA PINCELADA DE AGUA

que dura más en mí

que en secarse

sobre el papel de arroz.

 

 

 

 

CAVAN UNA FOSA

riéndose los más viejos

empleados.

 

 

 

       

MUÉVETE EN LA VIDA COMO UN TREN EN LA NOCHE

aunque trabajes con los caballos cansados de Sergio Leone

en la industria más triste del espectáculo

y tengas un desastre de vida

entre personajes secundarios, sueños y flashback

mezclados con vodka tónica o piscola,

según las ganas.

 

Un tren al que pusimos moneditas en los rieles

no sin experimentar

una melancolía de fondo,

el desasosiego de verlas perder su cara

o sello.

 

Un tren sin pasajeros, de carga

avanzando a toda máquina en la neblina

o bajo la lluvia de la Araucanía

atochado con madera dura de Temuco

como diría Neruda

ahora que quiero gritar en un sueño

pero no puedo

y es tarde para llegar a alguna parte

o frenar de improviso.

 

Nadie quiere salir lastimado del amor.

Herí de muerte lo que más amo.

Es una estupidez parar la oreja

cuando eres el maquinista

y sueñas con pequeños camiones llenos de cerdos

que quedan atorados

o chicas que no alcanzan a ser rescatadas

en la vía férrea.

 

Muévete en la vida como un tren en la noche

en un país de camioneros y mosquitos en la hiedra.

Muévete en la vida como un tren en la noche

aunque alrededor de la vía férrea crezcan flores suicidas

como decía Ramón Gómez de la Serna.

 

 

 

 

 

CUCHILLO O NAVAJA

 

Pertenezco a esa clase de hombres

que llevan un cuchillo o navaja al cinturón o bolsillo.

Todo lo que aman cabe es una caja de zapatos.

Se contentan con un plato caliente,

la primera estación de radio clásica que encuentran.

 

Hombres que ponen un clavo detrás de la puerta

cuando quieren colgar su chaqueta

en un cuarto con las cortinas cerradas, día y noche.

Y si una mujer llega por su espalda

a taparles con las manos la vista

y pide que le describa el papel mural de la habitación

jamás obtendrá la respuesta.

 

Hace poco el viejo de mi viejo me preguntó

pescando unas truchas

tras corregirme por enésima vez

que tire la mosca en la parte más oscura

y profunda:

¿Has observado las motas de polvo suspendidas

dentro de un rayo de luz?

 

Sí, esos hombres que quedan boquiabierto

con las motas de polvo en un haz de luz

colándose por las persianas o cortinas

desde que eran críos. Y odian a esos otros hombres

de un solo libro

que ni siquiera lo leen.

 

Sí, pertenezco a esa clase de tipos

con un cuchillo o navaja al cinturón o bolsillo

obligándose a no desear nada,

porque desear es dolor

y todo lo que queda es una fotografía maltrecha

en otra billetera llena de cualquier cosa

menos plata.

 

Machos que al envejecer

prefieren morir de hambre y orgullo

antes que pellizcar una uva

en la góndola del supermercado.

 

Machos torpes y sentimentales

que no recuerdan lo que sueñan

y despiertos guardan silencio.

 

Machos que solo tienen un mecanismo de sobrevivencia:

la represión.

Y vienen siglos, mares, todavía

buscando un ranchito donde tirarse exhausto

a castigar el riñón,

no sé si amar tanto como ser amado

aunque sea a rachas

en esta playa de piedras blancas

donde revienta la luz de la luna,

el mar del sur.

 

Sí, vengo de hombres que cocinan.

Crían hijos que no se les parecen.

Dubitativos entre el bien y el bar, beben.

Cabreados del sol

se unen a otros para rogar que llueva.

Cabreados de la lluvia se unen a otros

para rogar que vuelva el sol.

 

Hombres que van y vuelven con un cuchillo o navaja

al cinturón o bolsillo

de la cama de una mujer que apenas los soporta

pero deja agua caliente en el termo.

Algo para echarle al pan, té o café, antes de volver a la carga

–en lo que sea que trabajen–,

con un solcito que apenas calienta,

pero ilumina. 

 

 

 

 

 

 

ME EMPIEZO A PARECER A LAS PIEDRAS

que no me gustan, nadie recoge.

Esas toscas que solo sirven para afinar puntería

contra una docena de tarros en un eriazo

o defenderse torpe de un ejército.

Chile es un país en el que todos se agachan

para recoger cualquier cosa que brille,

tenga valor o no.

Así retrocedemos creyendo avanzar

a todo destino y asentamiento.

Sí, una de esas piedras grises que a nadie le importan

bajo la lluvia o calientes al sol

en este paisaje cercado por alambre de púa

de camino al matadero.

 

 

 

 

NO NOS CONTESTES DIOS,

estos rezos torpes, salvajes, orgullosos,

sin ganas en tu altar

o que solo recordamos en el dolor

y la impotencia.

 

Ya tenemos suficiente

con llamarte impunemente.

De soñar golpear en el suelo

a los que en tu nombre

perpetraron crímenes y abuso,

sostienen tu dominio o empresa

con vanidad y miseria.

 

No respondas

a nuestras breves y pequeñas

historias de mierda,

vayas en auxilio

de nuestras lagrimas sinceras

sobre un mar de egoísmo

en el que ni siquiera teniendo todo

remamos tranquilo

de regreso a Ítaca.

 

Déjame dudar de los tiempos finales

y mejores

ahora que me desgarra

cada comienzo esperanzador.

Somos una plaga

echa bolsa, cansada, fuera de control

llevada de la mano por unos sicópatas

del progreso e interés,

con beneplácito.

 

Oh Dios déjame dejar un poema

en tu silencio o en el mío

después de recordar a mi vieja

conteniéndose de apagar la llama de una vela

con el aliento

y hacerlo mojándose con la lengua

el índice y el pulgar.

 

 

 

 

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