Presentamos No lo sé, Desierto del poeta mexicano Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971). Es licenciado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora, maestro en Letras Mexicanas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y doctor en Humanidades por la Universidad Autónoma Metropolitana. Autor del poemario Cuerpo breve (2000; 2da ed., 2009), ha colaborado en diversas publicaciones como Arena, del diario mexicano Excélsior, El Búho, Novedades o Casa del Tiempo. Obtuvo la Medalla al Mérito Universitario en la UAM Iztapalapa este 2020.
NO LO SÉ, DESIERTO
Eve de ojos eclipse:
Acepta a tus pies este verso
en tu firmeza de venada que se vuelve estrellas.
He nacido al centro del desierto
custodiado por el mar;
del mar su horizontal espejo
donde el viento apaga
voces en la distancia candente;
el desierto cercado por el mar,
en la playa gente se habla a gritos
sin percatarse
del refulgente corazón mínimo de las arenas.
Así como la gente, el mar
—a semejanza del desierto—
no entiende distancias porque vive en ellas perdido.
En medio de este desierto alguna vez su piel moruna,
cálida, entendió de adioses
habiendo prometido paraíso;
y en esta aridez marina-morena
me rendí a la dulce esbeltez
de su evasiva estatura:
en ella fui
torturado,
muerto y sepultado,
en ella la canción fue parasiempres,
en ella resucito y todo
es nuevo,
hasta al antiguo desierto matriarcal
donde antes hablé a gritos.
Hoy por ella y en ella y para ella
—tras reencuentro de mucho caminar—
estoy propicio para la solar celebración de la ternura
en la árida noche de la vida
que aparece y reaparece
en incendios girasoles del día siguiente.
Estoy para cantar su cabellera constelada
de aromas en la noche viva
del desierto. En silencio:
la tiniebla en el ojo de esta dulce muerte
donde ella y yo nos cumplimos
en la saciedad del ritual de la sangre.
Desierto, no lo sé,
¿cuál es la sustancia salvadora donde gozoso
me hundo por tu plenitud ardiente?
El mar es un desierto:
el desierto es un mar.
Sólo vidas que se extienden
en una tranquilidad engañosa de flamas en el aire más delgado.
Recuerdo a Gorostiza y “sus peces del aire altísimo”,
y soy reconfortado en este duro “mar fantasma”,
donde Dios nos ha dado Poesía y la medida del himno;
donde los sahuaros surgen bosques milagrosos
para los nidos en la fértil sequedad; donde entre espinas
—polvo de estrellas en la noche—
espejismos que se ladean durante el día
en cristales de fuego
donde el alma ve su desesperado reflejo.
Desierto:
Vaso del aire más fino, el más amoroso
y ardiente sueño que desde niño
me infundiste y entonces no entendí,
no lo supe en mi ingenuidad
plantada en la diminuta hojarasca
que forma el ramaje del sabio palofierro
que canta con voz de profeta enjuto.
Pero por ti he aprendido a llenarme de silencios;
una dádiva, una gracia imploro:
dame tu voz para cantar amores.