Leemos a la poeta colombiana Carolina Ruales (Cali, 1982). Es politóloga y trabaja con comunidades en temas relacionados con derechos humanos y construcción de paz. Sus poemas han aparecido en publicaciones como Trébol de cuatro hojas, Poesía (2014); Amores Urbanos (2015), Paisaje Inacabado (2020), Antología de poesía colombiana reciente, Aislados, Dosis de poesía para tiempos inciertos (2020). Su primer poemario individual se titula Lírica 75 mg (2018), Colección Cantarrana de Poesía de la UCEVA. Con su libro El despertar del abandono ganó el XXIII Concurso Autores Vallecaucanos 2020 Premio Jorge Isaacs en la modalidad de Poesía
Hija rota, soy tu padre
Mis palabras retoñan en el cáliz de tu boca.
Visito tus espinas cada vez que miras revolotear las aves del centro de Buenaventura.
Te asombras de las plantas que crecen a lo largo de sus edificios.
Sales del trabajo y vas frente al mar, a pensar en ese amor que no se queda.
Ves una familia completa y piensas en mí, tu padre sin materia, en tu madre que extrañas pese a tener su aliento tan cerca.
Hoy escribes palabras dictadas desde la espesura de mi camino ahuecado, las que alcanzas a agarrar en el aire de tu cuarto huérfano. Las demás se escaparon con los años, las escribes para que tu largo dolor, quepa dentro de mi nombre.
La alegría invade este no lugar que habito
Te veo enunciarme con ese valor que da sentir la tragedia de otros.
Reboto de júbilo, recoges con tanta dignidad, migajas de mí que la gente arroja desde sus pasados.
Comprendes que atender mi voz es escucharte.
Imploro que nunca más selles tus oídos a la herida que nos habita, a esta música triste, que aún entonamos como patria.
El despertar del abandono
Quizá lo indecible es decir:
no tienes padre.
Sólo un progenitor
que perdió de vista tu capul.
Quizá lo indecible es decir:
lo tienes, porque así se te antoja.
Prefieres su figura de piedra
atada a tu pecho.
Cada una de estas líneas
es una mentira necesaria.
Te aferras a ellas
tus músculos dicen la verdad
como el dolor del silencio.
Te empeñas en soportarlo
ignoras la daga que te partió
desde ese año maldito
cuando no escribías su presencia.
Caminas con ella atravesada en tu frente.
Ignoras
muchacha rota
tu descomunal resistencia
al despertar del abandono.
Tacueyó
Eres Cuetayuc
piedra que llora silenciosa
los lamentos del Cauca desangrado.
¿Te duele?
Escucho tu silueta protagonizar
la ignominia de cada día.
Me arrojas al recuerdo de un hombre
lo espero, aunque no llegue
llora en una piedra filosa
ante la certeza de su muerte.
Tacueyó
¿Recuerdas 1985
su remate trágico en tus caminos?
164 almas mal contadas
que el Monstruo de los Andes
hizo llorar hasta disecarlas
entre las cuales imploro cada día
no se oculte la de mi padre.
Tacueyó
aún lloras
y ningún pañuelo basta.
El látigo conquistador
lacera tus montañas
carne de tus guardianes.
Pretende arrebatarte
la sangre de la tierra
la tierra de la sangre
y partir tu espíritu.
No podrán lograrlo.
Eres piedra con alma
unida a las entrañas de tu madre.
Tu llanto prueba
el horror que aún somos
y no resistimos repetir.
1985
La noticia de su voz aún no llega y esa incerteza convierte a los desaparecidos en vivos sin cuerpo, tumbas vacías por la eterna postergación de los velorios, seres que por amor no puedes sentir como muertos, gritar como vivos. Sólo esperas que toquen la puerta y saluden como si siempre hubiesen estado allí. Permanecen idénticos, no envejecen ni cambian, se fosilizan en el último recuerdo de su estampa. Con él es una ventilada tarde en el parque, es 1985, tengo tres años y el capul en los ojos, la ropa sucia por el cholao y vuelo sobre un columpio, riendo a más no poder. Luego me lleva de su mano a un carruaje con caballo de madera, donde nos tomamos la última fotografía. El amor de ese instante no se diluye en los recuerdos, pero sí los detalles. Eso es todo, y a estas alturas ya no sé qué tanto es realidad o ficción mía, pero es lo único a lo que puedo aferrarme, distinto a esa certeza de su sangre corriéndome por las venas. He deseado que no fuera parte de esta guerra, el bando ya no importa, que la lucha armada nunca lo sedujera y sus batallas no llegaran más allá de la página en blanco, donde ahora resuena su nombre a través de todas mis palabras.