Presentamos una muestra de Edgar Humberto Paredes (Autlán de Navarro, Jalisco, 1996). Es estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha publicado poesía en las revistas Metáforas al Aire y Tintero Blanco. Actualmente forma parte del comité editorial de la revista literaria electrónica Pérgola de Humo.
Esta colaboración fue seleccionada en la Convocatoria 2020.
¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?
Luis Cernuda
No sabría decirme si mi infancia fue plena,
si logré apropiarme de todas las semillas
que dicen que caben en la breve hinchazón de aquella gloria.
Yo recuerdo que tuve una parcela intocable,
en sus límites tibios fijaba la impaciencia de mis piernas
para observar lejanos vuelos
y llegar a sentirlos en mi sitio
sin tener que llevar el galope del aire en mis mejillas
como una carga extraña y lacerante.
No sé si quise abarcarlo todo
con el pulso verdoso de mis ojos.
Hubo una sola palabra en cada objeto,
una sola piel colgante,
y en mí,
igual que mi latido creyendo destrozada su burbuja,
surgieron el tacto, la memoria y el sonido,
aves incompletas en mis bordes,
trozos de trueno sobre el árbol fino de mi voz
que tan sólo anunciaban la mínima tez de la verdad.
En mi espacio certero,
aquí donde hice todo lo que luego brilló
levemente mutilado,
donde no estuve obligado a silenciar
la hechura de mi nombre
pero tampoco la hallaba,
aquí
donde todavía canto,
arde la pregunta:
¿qué hice de los siglos que cabían en mis horas?
***
Brotan campanas turbias de mi cuerpo,
presienten el crujido temprano de la sangre,
el ácido silencio que palpita
más fuerte cada vez entre los años.
Y un manojo dorado de ternura,
encajado en las piedras de la infancia,
se deshace callado y paulatino
bajo lentísimas serpientes suaves.
Mi padre ya envejece y se coloca
a un lado de mi voz,
cual tañido punzante de los días;
mi madre lleva a cuestas sin quejarse
algunos tallos blandos de mi vida
y este leve albedrío tembloroso
con que palpo la tierra.
El tiempo echó una cuerda a esta hendidura
para que yo saliera a ver el fuego,
para valer yo mismo
al filo de la llama de las voces,
entre tantas roturas de mi suelo.
Pero sigo temblando
bajo pequeños cirios del origen.
Uno se va sintiendo desterrado,
movido de su sitio
por un soplo de muertes exteriores
directo en el costado,
con una voz infante
que encuentra sus pilares
en música de lechos que se apagan
y claman el final de la raíz.
***
A Tania Rivera
En pequeñas semillas descubrimos el mundo
y nos burlamos de la luz vacía de sus nudos.
Sabemos que esa lámpara certera está en la sangre,
en la paz del latido,
y mantenemos limpia la sal sobre los sueños,
quieta la faz de la victoria ante las almas negruzcas.
Hemos hallado nuestro sitio:
esta leve comarca donde tú y yo cantamos
y somos verdaderos
transparentes
como el ala pulida que crece en nuestras voces.